EL PAíS › LOS RIBETES IRRACIONALES Y RACISTAS DE LA REACCION A LAS PROTESTAS CON CORTES DE CALLES Y RUTAS

Cuando el piquetero pasa a ser “ese negro de mierda”

La oposición a los piqueteros está dejando de ser política y asoma un lenguaje de gran violencia y prejuicio. Las acusaciones son irracionales –hasta se dice que desestabilizan la democracia– y en el fondo de la cuestión se ve a un personaje “morocho, sucio, vago e inservible”.

 Por Sergio Kiernan

Atrapado en un embotellamiento, el taxista masculla la bronca. Serán veinte minutos y los pagará el pasajero, pero al hombre le indigna personalmente no poder cruzar la avenida. Masca, tarasconea palabras en voz baja, y al final le sale un “¡qué negros de mierda!” tajante. Está hablando de piqueteros y no está solo, ni remotamente solo, al salirse por la tangente del “negro”. Como mostró Página/12 en su edición de ayer, la táctica del corte de rutas y avenidas despierta un alto nivel de rechazo y cuestionamiento político. Y también una llamativa violencia verbal, una dureza que hace tres años se reservaba al fantasma del inmigrante ilegal. La oposición al piquete se está poniendo cada vez más racista.
A fines del 2001 y principios del 2002, cuando la clase media ensordecía golpeando cacerolas y persianas de bancos, la consigna llegó a ser “piquete y cacerola, la lucha es una sola.” Las asambleas barriales se sentían, si no pares, al menos afines al piquete, y existía una solidaridad de los que sentían que se hundían hacia los que nunca habían flotado. Esta afinidad desapareció completamente: en la encuesta del estudio OPSM, que dirige Enrique Zuleta Puceiro, apenas el 3,5 por ciento está muy de acuerdo con las tácticas piqueteras, y un pálido 4,9 se muestra de acuerdo. Un 15,1 está “poco” de acuerdo y un irreductible 75,7 no acuerda en nada. La cosa es definida, ya que la encuesta muestra que apenas el 0,9 por ciento no sabe qué contestar, porcentaje que suele ser bastante más alto en cualquier encuesta.
Los encuestados no sólo le niegan la calle al piquetero –calle que parecería ser legítimo ocupar si se esgrime una cacerola y se es de clase media– sino que, además, cuestionan hasta la misma legitimidad de sus problemas. Un pequeño 5,8 está muy de acuerdo con los objetivos y motivaciones del movimiento piquetero, y un 26 por ciento está de acuerdo. Unos mayoritarios 14,9 y 49,5 por ciento están poco o nada de acuerdo. Esta vez, el porcentaje de indecisos es un más normal 3,8. El discurso público refleja esta situación, y también que todavía es una minoría del 17,8 por ciento la que pide represión, con una mayoría que asume que el Gobierno debe negociar, y un tercio que busca un ambiguo “despejar las avenidas sin reprimir”.
A su vez, los cortes de calle parecen estar concentrando ciertas fantasías paranoicas, con más de la mitad de los encuestados afirmando que es muy o algo probable que los piquetes pongan en riesgo la recuperación económica y un porcentaje similar que los ve como un peligro tanto para la estabilidad del Gobierno como para la democracia. ¿Por qué tanta hostilidad y miedo? Una explicación directa es la simple reacción clasista al rupturismo material de cortar las calles y adoptar un uniforme de máscara, palo y goma ardiendo. Pero en la Argentina hay una ecuación negada pero efectiva: el pobre es morocho y, cuando la cosa se tensa, el morocho es el “negro de mierda” del taxista y de tantos otros.
Una cosa es discutir el fenómeno piquetero como forma de hacer política. Otra cosa es un discurso que se fija cada vez más en la piel y la clase de los piqueteros, y se pasa a la irracionalidad del racismo.
Los foros
Uno de los ámbitos donde aparece con más crudeza el racismo hacia los piqueteros es en los anónimos foros de Internet. Con seudónimo, sin dar la cara, el tema se discute de un modo que no se ve en público. La muestra, claro, no es representativa, pero estos foros expresan lo que muchos sienten, el inconsciente político de tantos. “Basuras”, “mierdas”, “lacra”, y muchas, muchas veces “negros” es el lenguaje promedio. Y en las discusiones sobrevuela un formato en el que los piqueteros no son vistos como un sector social sino como una minoría étnica, un grupo biológico nacido así como es.
De este modo, un participante los define como “argentinos producto de la ignorancia y las ganas de joder a todos por unos miserables pesos”, mientras que otro le recomienda que “abra los ojos” y se dé cuenta de que “la mayoría es la resaca de los países limítrofes, ¿o no les vieron las caras?”. El que opina que los piqueteros son en realidad extranjeros, agrega que “vinieron atraídos por el dólar y se quedaron. ¿Cómo no se van a quedar? Hay que ver en qué condiciones infrahumanas vive esa gente, las villas miserias les saben a paraíso”.
No todos están de acuerdo con este punto de vista. Un “usuario no registrado” propone en otro foro que los piqueteros trabajen en huertas familiares en lugar de cortar rutas. El mismo se responde que esto no es posible: “No hay caso, a los negros argentinos nunca les gustó trabajar. El trabajo en las quintas lo tienen que hacer los bolivianos, porque estos negros inservibles prefieren que les venga todo de arriba. Dicen que no hay empleo, pero ni siquiera tienen hábitos para la autosubsistencia. Son vagos e inútiles hijos de puta”. Un interlocutor, que firma “marra”, asiente el lunes pasado con una peculiar ortografía: “Son unos negros de mierda que no quieren laburar ni hacer nada, habría que matarlos a todos, ni siquiera vale un peso que es lo que vale la bala para matarlos. Bagos de mierda...”.
Un viejo recurso de la discriminación es hacerle un prontuario al grupo al que se odia, y luego culparlo de sus males: el que vive en la mugre y el hacinamiento lo hace porque es sucio y promiscuo. Además de servir para culpar al que se odia por sus propios problemas, este recurso discriminatorio sirve para afirmar que los defectos no son producto de circunstancias concretas sino un destino que no puede alterarse. Un piquetero que nunca tuvo trabajo –por su miseria, su falta de educación, la destrucción del empleo obrero que servía para “entrar” en el mundo laboral– es lógicamente una persona que nunca aprendió la disciplina del trabajo. Pero lo que no se aprendió en un momento puede aprenderse en otro, al encontrar un puesto de trabajo. La lógica racista niega eso: el desempleado piquetero es un bago que no tiene remedio y no vale ni el peso de la bala.
Entonces, ¿qué hacer con ellos? En los foros abundan las propuestas para dar el paso siguiente cuando se trata de incorregibles: el exterminio. “Hay que exterminarlos. ¿Pero cómo?”, se pregunta un participante en una discusión de mediados de semana, que se contesta: “Una forma es esterilizarlos, ¡y caparlos!”.
La protesta
Algunos de los que odian piquetes y piqueteros están comenzando a intentar movilizar en su contra. Un extraño sitio web, “cacerolazo contra los piqueteros”, está difundiendo un llamado a protestar en su contra este miércoles a las 20, con “apagón, bocinazo, cacerolazo o expresate como quieras, pero sin violencia”. Este aparente disparate ya se coló en sitios inesperados, como un diario virtual para productores rurales que difundió una copia del llamado como algo “para tener en cuenta y estar atentos”.
El manifiesto antipiquetero los define implícitamente como una manga de langostas dentro de una sociedad “de giles”. El llamado está dirigido a personas como el que escribe –pero no firma– la carta, que se pinta como una víctima. “Yo pago todos los impuestos que los políticos me cobran. Todos”, arranca la carta. “Todo lo que tengo lo gano con mi laburo, mi casa, mi auto, mi ropa, los juguetes de mis hijos. Nunca cobré un mango del Estado. Siempre cumplo con cada imposición que me hicieron (sic).” El anónimo convocante también se define como alguien que cayó en “todas”, desde el Bonex hasta la pesificación, al que le “prometieron la reforma política” sólo para ver que “miles de diputados, senadores, asesores y avivados en general siguen cobrando fortunas”.
En contraste, los piqueteros son definidos como “tropa” de los políticos que cobra 150 pesos por mes frente a los jubilados, que cobran lo mismo, y los docentes universitarios, que cobran 100. Y los piqueteros hasta tienen aguinaldo, “quieren pasajes gratis a Mar del Plata para la convención de piqueteros” y “les van a dar una tarjeta magnética” para viajar en subte por veinte centavos, “mientras el resto, que laburamos todo el día por 300 pesos al mes, tenemos que pagar a razón de 70 centavos el viaje”.
“¿Qué más quieren?”, se pregunta el manifiesto. “¿Cuándo nos van a escuchar a todos los demás?” La solución, propone el anónimo panfletista, es “un piquete a los piquetes”.

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La táctica rupturista del piquete está generando una fuerte violencia, todavía verbal, contra “esos negros”.
 
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