EL PAíS › OPINION

El riesgo del antagonismo social

Por Rosendo Fraga *

El martes 4 de noviembre pasó desapercibida una dramática muestra de la dicotomía social que vive la Argentina. Era el atardecer y una larga columna de piqueteros de los sectores “duros” transitaban por la avenida Corrientes, entre la Casa de Gobierno y el Congreso, reclamando el aumento de los subsidios y la no “criminalización” de la protesta social en una típica manifestación de pobreza latinoamericana. En el mismo momento, a diez cuadras de allí, en toda la extensión de la Avenida Alvear, en una expresión típicamente europea, se inauguraba la semana “Fashion and Arts” con las veredas alfombradas y miles de personas visitando negocios y galerías con copas de champagne en la mano. Dos realidades del mismo país, en la misma ciudad, el mismo día a la misma hora.
Detrás de ellas se encuentra la involución que ha tenido la pirámide social argentina en las últimas décadas. En los años sesenta, el 10 por ciento pertenecía a la clase alta y media alta, el 60 a la media y el 30 a la baja. Era el promedio de la pirámide social europea de ese momento. Hoy, comenzando el siglo XXI, la alta y media alta sigue siendo el 10 por ciento, la media ha descendido dramáticamente, siendo sólo el 20, la baja alcanza al 50 y hay 20 de marginales o excluidos, segmento que no existía en los años sesenta. Esta es la pirámide social promedio de América latina.
El corte de ruta ha surgido como la expresión de protesta social de este 20 por ciento de la población que denominamos excluidos, los que provienen del segmento más popular de la Argentina. Los cacerolazos han sido la expresión de la protesta social de los sectores medios, teniendo en cuenta que si bien muchas personas que pertenecieron a ellos han descendido económicamente, pero mantienen los valores culturales de la tradicional clase media. Con cierto grado de utopía, a comienzos del 2002 se coreaba la consigna: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Dos años después, se percibe un claro antagonismo entre ambas formas de protesta social. No sólo los sondeos muestran que ya tres de cada cuatro personas están reclamando poner un límite a las protestas sino que por Internet se ha comenzado a convocar cacerolazos en contra de los piquetes.
Si bien las analogías históricas pueden resultar simplistas y hasta peligrosas, el antagonismo que se está evidenciando entre los sectores medios, e incluso bajos, con los piqueteros, tiene algún punto de contacto con la reacción negativa de la clase media argentina en 1945, frente a la movilización de los “cabecitas negras” que seguían a Perón. La identificación de los piqueteros con los “negros” ha vuelto a ser una peligrosa expresión en el cuestionamiento espontáneo de la clase media frente a la perturbación que la protesta piquetera está produciendo en los restantes sectores sociales.
La realidad muestra que las agrupaciones piqueteras se nutren de los sectores más populares, entre quienes todavía se evidencian los rasgos de la población indígena del pasado, que subsisten pese al fuerte efecto de la inmigración europea, ya que nuestro país es el que más inmigrantes recibió en el mundo con relación a su población original. El conflicto entre gran parte de la sociedad y los piqueteros no es en realidad una lucha de “pobres contra pobres”. Un taxista agredido es hoy un trabajador en relación de dependencia, que de acuerdo con sus disminuidos ingresos puede estar en la amplia clase baja, pero que mantiene una distancia socio-cultural importante respecto de los desempleados estructurales conbajísimo nivel de educación –cabe recordar que ya el 12 por ciento de la población argentina es analfabeta funcional– que nutren las agrupaciones piqueteras.
La reacción de los sectores medios y bajos frente a la perturbación que generan los cortes de puentes, autopistas y calles, resulta lógica y en alguna medida inevitable, sobre todo cuando la economía crece el 8 por ciento y la crisis ha quedado atrás. Pero esta reacción comienza a adoptar la expresión del antagonismo social, llegando a utilizarse incluso hasta el color de la piel como un argumento de rechazo hacia el diferente, y ello es algo sobre lo que es necesario reflexionar.

* Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.

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