EL PAíS › UNA SITUACION QUE NO TIENE PRECEDENTES

Cuando el poder es puro desparpajo

 Por Mario Wainfeld

- “Braden o Perón”, dijo Juan Perón y dividió el país en dos, quedándose con la parte mayoritaria.
- “La marca física del vasallaje”, apostrofó Arturo Frondizi a la decisión de Perón de ceder a la petrolera California el uso y goce de un territorio en la Patagonia. Eso fue en 1954... qué no le dirían a Frondizi un lustro después cuando, siendo Presidente, hiciera algo parecido.
- “Cipayos”, recordaba y fulminaba Arturo Jauretche, eran los batallones de soldados indios que disparaban contra sus compatriotas y a favor de los ingleses. Así tildaba a los argentinos probritánicos y luego proyanquis.
- “Vendepatrias”, “entreguistas”, entre otras lindezas, condenaron algunos argentinos a otros, procurando dejarlos en off side, esto es, del lado de los poderes foráneos.
Eran otros tiempos, claro. Y no es que todos fueran antiimperialistas, ya que había también quien se jactaba de que la Argentina era virtual integrante del imperio británico. Por definición, si hubo tanto antiimperialismo es porque –a lo largo de toda nuestra historia– Inglaterra y luego Estados Unidos pesaron y mucho.
Pero oponerse a los poderes extranjeros era un posible blasón, un signo de identidad de los partidos populares, un galardón que a veces ornaba a mayorías.
Pero jamás de los jamases la asimetría entre los poderes locales y los trasnacionales fue tan ostensible, tuvo el nivel de exposición y –por decirlo de algún modo– de desparpajo que cunde en los últimos años.
Aun así, lo de ayer superó marcas de por sí bastante altas. El enviado del Fondo Monetario Internacional (FMI) dio una conferencia de prensa en inglés proponiendo un programa de gobierno que casi ningún argentino estaría dispuesto a votar. Programa que se parece –tanto como una gota de agua remeda a otra– al que vienen proponiendo el presidente Eduardo Duhalde y el ministro de Economía Jorge Remes Lenicov, aun en lo que hace a señalar los riesgos de no emprenderlo (esto de que todo será más penoso).
“Es la crisis económica más grave que haya experimentado un país” mensuró el enviado del FMI, atribuyéndonos –en involuntario tributo a nuestra arrogancia nativa– un record mundial. Podrían añadirse otros records regionales, quebrados durante el periplo del indio. Jamás un enviado del FMI saltó por encima del gobierno nacional para dialogar con (léase regañar a) los gobernadores. Teresita Ter Minassian no incurrió en tamaña osadía. Jamás un enviado del FMI dio una conferencia de prensa para predicar su credo laico, ese credo del que la Argentina ha sido por año el más consecuente de los monaguillos.
Este ángulo puede suscitar polémica, de hecho cualquier discusión política es pasible de abrir ángulos contrapuestos. Hay (habemos) quienes piensan que la Argentina roza hoy el fondo del pozo por haber seguido demasiado tiempo y con demasiada devoción la prédica del FMI. Pero hay quien supone exactamente lo contrario: estamos mal porque no hemos hecho a fondo (valga la expresión) todo lo que deberíamos hacer. “Los deberes”, describe una módica metáfora periodística, que compensa la falta de imaginación con la sinceridad. Hablar de “deberes” remite a la relación maestro–alumno, claro que leída desde la óptica más rancia y autoritaria, aquella que presume que todo el saber está afincado arriba, no es susceptible de ser resignificado. Está escrito y esclerosado de una vez y para siempre.
Ayer, como comunidad, estuvimos sentados como alumnos de una escuela propia de los relatos de Charles Dickens. Una en la que el poder y el saber están monopolizados por quien ocupa el estrado. Lo que dijo Anoop Singh en sí mismo no sorprende, ni siquiera innova: es sabido, integra una vulgata remanida, lo tremendo es el momento y el lugar en que se dijo. Seguramente, reputados analistas de la City y sesudos editorialistas de concluirán que la larga charla de ayer es un sabio consejo propinado por un “amigo de Argentina”, una prueba del estado actual de las cosas, de la globalización, de la aceptación de verdades ineludibles, De esas leyes económicas que ignorantes con tono de doctos parangonan con leyes de la naturaleza, usualmente con la ley de gravedad cuya negación –aseguran– sólo conduce al porrazo.
O podría decirse –con más apego a la brevedad y, a los ojos del firmante de estas líneas, a la realidad– que lo de ayer es una prueba de lo bajo que hemos caído.

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