EL PAíS › OPINION

Cambiar la lógica para cambiar el país

Por Mauricio Tarullo*

El fenómeno de las protestas puede ser analizado desde diversos ángulos: el económico, el jurídico, el policial, el mediático, etcétera.
Sin embargo, con el fin de no arribar a conclusiones simples y a soluciones mágicas, los reclamos deben ser enmarcados en un contexto histórico y político.
La mitad de la población bajo la línea de pobreza y un ejército de desocupados son las consecuencias del temporal neoliberal que azotó nuestras tierras por más de diez años y dan legitimidad a la protesta.
De todos modos, esto no justifica la violencia de algunos trasnochados, supuestamente de izquierda, que dan los mejores argumentos a la derecha vernácula más habituada a las reacciones que a las reflexiones.
Es esa misma derecha –junto a sus voceros– la que, luego de crear las condiciones de hambre y desocupación, se rasga las vestiduras por los piquetes y pide palos contra aquéllos que empujaron a las calles.
Son hipócritas que piden una paz que han violado sistemáticamente, acompañando a cuanto golpe militar o de mercado sufrió nuestro país. Una paz que no tienen los hambrientos.
Dueños de algunos medios de comunicación que estimulan la formación de opiniones fáciles en una población golpeada y temerosa, tratando de hacer aparecer como debilidad la fortaleza del Presidente, en su empeño por desactivar las protestas a partir de la solución de sus causas y no por la represión de sus víctimas.
¿Es tan difícil de entender que los palos, además de injustos, lo único que lograrán es unir a la protesta a quienes no tienen nada que perder?
¿Tan limitados son como para entender que cuando cada desocupado recupere la dignidad del trabajo, que cuando cada padre pueda llevar nuevamente la comida a su casa, perderán su sentido los cortes de ruta, los comedores y los merenderos?
Lo saben, lo ven claramente. Por eso tanto empeño en hacer aparecer un acto vandálico de treinta o cuarenta exaltados o infiltrados, como la toma de la Bastilla.
La lógica enferma que los rige necesita del caos, la anarquía, para sustentar una política de orden basada en el terror y no en la justicia.
Desempolvar consignas como “justicia social, soberanía política e independencia económica”, tan necesarias como abarcativas, son las tareas que nos propone este primer mandatario y a las cuales se oponen tenazmente los que lucran con la pobreza.
Esta nueva etapa política inaugurada por el presidente Kirchner pone énfasis en el respeto de los derechos humanos; pero no se agota en echar luz sobre el pasado sino que propone un nuevo contrato con la sociedad. En este nuevo contrato, el Estado se plantea como objetivo una convivencia no violenta con la certeza de que no hay espacio para las reacciones espasmódicas.
Es necesario que un gobierno decida evitar las reacciones violentas desde el Estado para que rápidamente broten lecturas de los autoritarios eternos acusando al gobierno por débil. Son los mismos que acusan al gobierno de hegemónico cuando éste o sus voceros salen a dar discusiones públicas y a proponer posturas distintas de la que sostienen algunos opositores.
Probablemente se trate de la misma línea argumental que han seguido para apoyar a las dictaduras militares porque reprimían y eso los convertía en gobiernos fuertes.
Sin dudas, cuesta cambiar la lógica. Pero debemos hacer el esfuerzo. Es el único camino para construir un país distinto, un país en serio.

* Subsecretario de Participación Ciudadana del GCBA.

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