EL PAíS › OPINION

¿Y esto con qué se come?

 Por Eduardo Aliverti

Francamente ¿a quién le mueve un pelo la evolución del Producto Bruto Interno, el registro de la actividad industrial, la consolidación a agosto del superávit fiscal para todo el año e, inclusive, la presentación al Parlamento de los cálculos presupuestarios de la Nación? Esos asuntos, a los que bien puede sumarse la disputa de poder entre Lavagna y De Vido, se asemejan por cierto al éxtasis que provoca chupar un clavo. Y algo parecido, se diría de la polémica no del todo difundida, en torno de cuáles son las auténticas características de la futura empresa petrolera ¿estatal?, o de la discusión técnica acerca de la rebaja del IVA y su incidencia en los precios.
La cuestión es que esa aridez analítica, tan lejana a la tentación de enfervorizarse que desatan items como Blumberg & Asociados, o los piqueteros, o la renuncia de Bielsa, no significa que se trate de elementos aleatorios. Todo lo contrario, son ingredientes primarios de la vida política y algunos de ellos, como el Presupuesto Nacional, casi constitutivos. Cuánta plata ingresa y egresa, de dónde, a qué se aplica, cuál es la capacidad de endeudamiento con cuáles objetivos, son cálculos prioritarios de cualquier persona o familia que dispone de un cierto dinero. ¿Cómo no habría de ser clave en el caso de un país? En la Argentina, sin embargo, ha sido casi siempre una discusión que el pueblo siente lejana y abstracta. Y es muy comprensible, porque terminó cansando que los números nunca cuajen con la realidad. O más precisamente, que la realidad quede determinada por números que están hechos para joder a la mayoría de la gente. Y lo mismo vale para el conjunto de índices económicos, que en estos días en particular son abrumadores por su cantidad (y también porque ocupan el espacio que deja vacante la ausencia de noticias políticas “propiamente dichas”, en un país donde el peronismo, el aparato oficial, sigue siendo oficialismo y oposición al mismo tiempo).
¿Con qué se come que el PBI sube más de lo previsto y que llegaría al 7 por ciento anual, si la mitad de los argentinos continúa bajo la línea de pobreza e indigencia?
¿Con qué se come el aumento de la actividad industrial si los salarios del sector continúan inmóviles desde que comenzó el aumento de la actividad industrial?
¿Con qué se come que el saldo favorable acumulado en agosto ya supera en más de 700 millones de dólares lo pactado para todo el año con el Fondo Monetario, si el excedente tiene antes un sentido de pagarle al propio Fondo y no de generar alguna redistribución de la riqueza?
¿Con qué se come el crecimiento general de la economía a un 9 por ciento contra lo que aumentó comprar carne, cebolla, chauchas o productos de limpieza, en medio de salarios que apenas se movieron sólo para el tercio de la fuerza laboral que está registrado?
¿Con qué se come seguir brindando la cifra de desocupados considerando ocupados a quienes reciben los 150 pesos mensuales del plan Jefas y Jefes?
Todo conduce a un interrogante más general, relativo al verdadero poder del Estado como regulador de los desequilibrios sociales. Y en el caso de la presente etapa es un interrogante sustancioso porque este gobierno, ala inversa de sus predecesores, sostiene un discurso de protagonismo estatal en el timón económico. En tal sentido, de todo el fárrago de informaciones técnicas, quizá la más emblemática sea lo ocurrido con la rebaja del IVA, que al fin no se concretó, para ningún producto. Kirchner y Lavagna coincidieron –según informó el ministro durante su visita al Congreso– en que no tenía sentido impulsar la reducción del impuesto porque los empresarios creen que no influiría en bajar los precios.
Traducción: los formadores de precios le avisaron al Gobierno que no cometiera la equivocación de bajarles los impuestos, porque a ellos no se les antoja trasladar ninguna baja a ningún precio.
Está bien, o eso parece, o eso dicen, que no se pueda o no se deba hablar de control de precios. No hay tampoco una inflación galopante y eso de los controles, decíamos que dicen, es una cosa setentista y dirigista que también dicen que desapareció del mundo entero, salvo que uno pregunte por los subsidios descomunales que el mundo desarrollado aplica a sus productos agrícolas, por ejemplo, además de que se requeriría de un Estado fuerte que justamente desapareció y de otro Estado, de concientización y movilización popular que existe menos todavía, y de una fortaleza de organizaciones de consumidores que en la Argentina no tiene tradición ni mayor presencia, y bla bla bla.
Pero también parece que no está mal preguntarse cuál es, realmente, esa revitalización del papel de Estado que tanto se declama desde el discurso oficial. Porque al momento de contar las bolitas resulta que toda la plata que está sobrando no se puede aplicar a repartirla de otra manera, y que tampoco se puede inducir a la baja de precios para reactivar el consumo porque los formadores de precios no quieren. Por ejemplo.
En conclusión, ¿volvió el Estado o volvió un discurso que habla del Estado?

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