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“Los chilenos le debemos una reparación a Prats”

En esta entrevista, el flamante embajador de Chile en la Argentina, Luis Maira, habla del 30º aniversario del asesinato del general Prats y de las escasas posibilidades de que Pinochet vaya preso.

 Por Fernando Cibeira

Luego de ocupar seis años la Embajada de Chile en México, Luis Maira imaginó que pasaría en Santiago el tiempo suficiente para volver a la ciencia política y sacar dos manuales. Pero, con la urgencia que acostumbran los presidentes, Ricardo Lagos un día lo llamó desde Medio Oriente para avisarle que esta vez le tocaría en suerte la embajada en Buenos Aires. Dirigente histórico del socialismo chileno, casado con la escritora best seller Marcela Serrano y padre de tres hijos, Maira asumió en julio pasado por una gestión que imagina corta, ya que en Chile habrá elecciones a fin del 2005. Por estos días, al embajador chileno lo ocupa el recordatorio del general Carlos Prats, quien fuera jefe del ejército y luego ministro en el gobierno de Salvador Allende. Después del golpe, Prats se exilió en Buenos Aires. Por orden de Pinochet, la DINA lo asesinó aquí el 30 de septiembre de 1974. Dice Maira:
–Prats es una figura sobresaliente en la tradicional institución de las Fuerzas Armadas de cumplir una función profesional en una sociedad democrática. Fue una de las muchas personas que pudo evitar la tragedia del golpe del ‘73, pero no encontró eco ni comprensión. Y finalmente pagó con su vida este intento porque sus propios compañeros de armas y la DINA organizaron su eliminación. Los chilenos le debemos una reparación nacional a Prats. Se la debe también el ejército, del que fue un miembro honorable. Nosotros no vamos a hacer ningún acto público el 30 de septiembre cuando se cumplan los 30 años del asesinato, porque queremos poner de relieve que el ejército chileno va a rendirle honores por primera vez. Hay una palabra que me gusta usar poco, que es la palabra reconciliación. Y tiene que ver con que en el Chile de esos años hay dos historias y hasta que no la escriban los historiadores de otra generación van a seguir estas dos historias paralelas.
–¿Y esa reconciliación no se consigue con justicia?
–Es muy complicado. La reconciliación es un objetivo deseable, pero tiene la misma dimensión de la utopía en el quehacer político: es un horizonte lejano que cuando uno se quiere aproximar se aleja de nuevo. Algún día podemos construir una sociedad reconciliada cuando los protagonistas del tiempo de la gran división no estén. Entre tanto hay que ir avanzando a construir simplemente más normalidad.
–¿Pinochet terminará sus días preso?
–No, ningún pronóstico podría llegar a esa conclusión. Primero, la mayoría de las legislaciones del mundo, y Chile no es la excepción, no encarcelan a sus ancianos. Segundo, la sensación es que lo de Pinochet desde el punto de vista interno ya se hizo. Tuvo que ver con el desafuero en agosto del 2000 en el proceso que se llamó la Caravana de la Muerte; 14 ministros de la Corte Suprema dijeron con fundamentos muy sólidos la esencia de la responsabilidad del gobierno que él encabezó. Le quitaron sus fueros y lo dejaron expuesto a un juicio que finalmente no prosperó por tecnicismos. Ese fallo cierra el tema de la inocencia y de la culpabilidad. Por otro lado, la desclasificación de documentos de muchos archivos mundiales y la existencia de otra información, como la que ha dado el Senado norteamericano sobre la existencia de una cuenta a nombre de Pinochet en el Banco Riggs, van colocando elementos muy abrumadores.
–¿Entonces considera que la condena a Pinochet ya está hecha? ¿Es una condena de tipo social, no jurídica?
–Es histórica. Yo entiendo los reclamos que hacen las víctimas y los familiares. Para ellos no hay sanción perceptible si no hay una condena física. Pero quienes hemos sido actores del proceso político, entendemos que lo significativo es el juicio histórico que se hace sobre los personajes y sobre los procesos. Y eso está definitivamente escrito. Si Pinochet vive los años que viva, de aquí en adelante lo único que verá será la declinación y la condena.
–Luego de la última visita de Lagos, ¿podría decirse que las relaciones entre Chile y la Argentina quedaron normalizadas?
–No tendría esa interpretación porque normalización supone anormalidad y mi impresión es que no hubo anormalidad. Una relación como la argentino-chilena puede ser conceptualizada sin equívocos como muy buena. Los temas que enturbiaban los resolvimos en los ‘90: los 24 asuntos limítrofes.
–¿Lagos no estaba enojado por la crisis energética?
–Estaba enojado, probablemente. Porque representaba una complicación en la estrategia general de desarrollo. Chile es un país que tiene muchos recursos y que ha organizado bien las políticas públicas, pero tiene un talón de Aquiles en gas y petróleo. Fuimos tomando una dependencia extrema del gas, y entonces lo que a él le complicó la vida fue tener bruscamente la sensación de que ese abastecimiento indispensable no iba a llegar. Más que una molestia con la Argentina hubo una molestia con nuestra propia formulación de la estrategia nacional energética.
–Es curioso que las dos personas mejor posicionadas para ser el candidato presidencial de la Concertación sean dos mujeres.
–No es tan extraño si uno mira su comportamiento. La canciller Soledad Alvear, que hoy aparece con mayor respaldo, fue la funcionaria mejor evaluada del anterior gobierno cuando era ministra de Justicia. Y Michelle Bachelet es la ministra mejor considerada del actual gobierno. Entonces no es por un capricho sino por un trabajo de ellas.
–¿Por qué, luego de una sucesión de gobiernos considerados exitosos de la Concertación, la derecha chilena conserva un caudal tan alto de apoyos?
–Chile es un país de tres tercios: derecha, centro, izquierda. Históricamente, la derecha era el tercio más pequeño. El gobierno militar provocó un doble fenómeno. Primero, un genocidio político selectivo, donde las personas que desaparecieron fueron los líderes sociales de un Estado muy bien hecho. Eso debilitó, fue una agresión brutal. Segundo, la larga campaña comunicacional que se hizo contra la imagen del gobierno de Allende, debilitó la imagen de estos partidos e instaló una sensación de miedo en la sociedad de que si se elegía eso el país se colocaba de nuevo al borde del abismo. En esos años, la izquierda fue el tercio que más perdió para siempre. La única forma de resolverlo fue con una alianza entre el centro y la izquierda.

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El embajador de Chile, Luis Maira, llegó a su cargo en julio pasado.
Es un dirigente histórico del socialismo y amigo de Ricardo Lagos.
 
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