EL PAíS › REPORTAJE A EUGENIO ANGUIANO, EL MAYOR EXPERTO LATINOAMERICANO EN CHINA

“La Argentina todavía puede subirse al tren”

“China no nos va a comer”, dijo a Página/12 un ex embajador que trabaja hoy en El Colegio de México, una de las instituciones académicas más prestigiosas de América latina. Anguiano recomendó cómo negociar, cómo buscar los huecos en que cada país puede meterse dentro del gigante chino, qué tipo de relación establecer y qué ventajas reales pueden tomarse.

 Por Martín Granovsky

Fue embajador mexicano en la Argentina, pero lo marcó ser embajador en China. Hoy, ya retirado, Eugenio Anguiano sigue las cuestiones chinas muy de cerca en El Colegio, de México, viaja seguido, participa en conferencias y seminarios en todo el mundo y es uno de los hombres de consulta permanente para cualquiera que se proponga pensar una estrategia hacia el gigante de Asia. En una larga entrevista telefónica, Anguiano analizó el fenómeno chino y, al revés de los que discuten el tema son slogans y sin datos, describió una relación posible, sin posturas ingenuas ni paranoicas.
–Si le pidiera que sea consejero de la Argentina a distancia, ¿qué recomendaría, además de aumentar las exportaciones de productos primarios a China?
–Que la Argentina se meta en proyectos de exportación de productos manufacturados o semimanufacturados. Por ejemplo, partes automotrices. Teniendo en cuenta, eso sí, que en ese caso la negociación la hacen las empresa. Otro objetivo sería atraer capitales chinos.
–¿Con qué ventajas para China?
–Los chinos tienen escasez de tierra fértil y de algunas materias primas industriales. También la Argentina puede participar en proyectos energéticos, siempre que haya planteos visionarios. El talón de Aquiles de China es la energía. Cualquier desarrollo, como invertir para aumentar el potencial hidráulico en la Argentina, sería interesante para las dos partes.
–Pero China no puede llevarse la energía hidráulica.
–Por supuesto que no. Se trata de buscar emprendimientos que los chinos puedan explotar después. Ellos podrían desarrollar tecnología e ir aprendiendo el know how donde hoy tienen lagunas. ¿Cómo se aprende qué hacer? Haciéndolo.
–¿Por qué lo harían con la Argentina y no con los Estados Unidos?
–No es lo mismo trabajar con un país avanzado que con un país con el que pueden ser un socio más influyente porque el socio está menos desarrollado.
–¿Qué debería hacer la Argentina?
–Por ejemplo, enviar expertos a la presa de las Tres Gargantas del río Yang Tsé. Cuando esté terminada será tres veces la presa de Asuán. El plan contempla 18 plantas generadoras de hidroelectricidad. Si la Argentina simplemente observara ese proyecto y al mismo tiempo invitara a los chinos a ver los recursos del sur, de agua dulce en particular, se convertiría en un socio interesante.
–Le anticipo la respuesta en la Argentina: “Ahí vienen los chinos a llevarse todo”.
–Pero hay que negociar para que se lleven algo y dejen algo. Si no estaríamos perdidos, ¿no?
–¿Y se puede?
–Por supuesto. China todavía no es lo suficientemente poderosa en tecnología como para que pueda imponer condiciones. Necesita aprender muchas cosas. Tiene poderío militar pero grandes rezagos tecnológicos. Cualquier persona de clase media de Buenos Aires que se pare en una ciudad china dirá: “Qué atrasados están estos tipos”. Considere que todavía el 50 por ciento vive en el campo. China es un país con muchos desbalances. Por ellos, por esos huecos, es que la capacidad negociadora china es distinta a la de, digamos, Canadá, Noruega, Japón o los Estados Unidos. Los chinos fabrican sus propios misiles de alcance intercontinental. Pero compran el generador nucleoeléctrico a los canadienses y a los franceses.
–¿Qué ventaja tienen esos huecos para países como México, Brasil o la Argentina?
–Que China no nos va a comer. Los huecos significan que China cuenta con debilidades en las que hay que entrar. No me gusta hablar de nichos, sino de cadenas donde faltan eslabones.
–Más allá de la xenofobia, ¿es realista pensar que China quiere exportar población?
–No. El gobierno chino en lugar de estimular controla la salida de su gente, porque ahogaría a cualquier país. Están los casos mediáticos espectaculares del contrabando de personas, pero en general su actitud es de autocontención. Tienen un sentido muy claro del balance y del equilibrio. No acabaron con Hong Kong, y hoy Hong Kong es la gran vitrina para aprender cosas. No tocan su sistema económico. No lo hicieron ni siquiera durante la revolución cultural de 1967. Ni le cortaron el agua ni abrieron tanto la frontera que la presión fuese insoportable. Los chinos saben que tienen exceso de población, pero enfocan el problema en función de su propio mercado interno. El movimiento de población está bastante controlado, aunque menos que antes. Pero todavía hay visas incluso dentro del propio territorio.
–¿Y el caso de Australia?
–Allí hay muchos trabajadores chinos en minería. Si usted habla de población, debería pensar en el fenómeno del turismo chino. En los próximos años habrá de 20 a 25 millones de turistas. Primero van a las zonas cercanas. Después, a Europa. No son turistas de playa. Son de cultura, de ciudades, de centros históricos, o de paseos y vidrieras en las grandes metrópolis.
–En el viaje que hizo el presidente Kirchner a China fue posible recoger dos impresiones. Una, que China es un Estado hipercentralizado. Otra, que una economía de la escala de la argentina debería pensar no en toda China sino en provincias o incluso en ciudades.
–Es cierto lo que usted dice de la hipercentralización en decisiones políticas.
–Le cuento un dato: el doctorado honoris causa concedido a Kir-chner por la universidad de Fudan, de Shangai, fue arreglado por diplomáticos argentinos en Beijing.
–Sí, no me extraña. La cultura es parte de la hipercentralización. Pero a la vez los chinos buscan descentralizar las decisiones provinciales y municipales, sobre todo en las regiones costeras, donde hay provincias del tamaño de países. Hay proyectos de escalas intermedias, sí, pero, ¿cómo se hace? La única manera es irse a China y empezar a trabajar. Contratar expertos. Buscar chinos de ultramar.
–¿China es un país corrupto?
–Yo no me atrevería a afirmarlo. Antes el sistema jurídico no existía. No existió con los comunistas ni antes de los comunistas. Hay prácticas que se prestan a la corrupción, pero no paralizan los negocios y poco a poco empezó a funcionar un mecanismo de moderación. Es jurídico, y también está relacionado con prácticas gerenciales. El problema es cuando uno llega con un proyecto grande que quiere sacar rápido.
–Criminólogos del Instituto Max Plank de Alemania acaban de comentar aquí que abrieron una escuela de Derecho en China.
–También la universidad de Barcelona abrió una escuela de Derecho y Administración. Ya que hablamos del Derecho, hay un plano muy duro. China es el país que más ejecuciones penales comete en el mundo. Antes el Estado hasta le cobraba a la familia la bala con la que habían fusilado a un pariente. Esa es la parte oscura de China, que el sistema jurídico tiene que limpiar.
–Brasil se subió temprano al tren chino. ¿La Argentina está a tiempo?
–Claro que sí. Está a tiempo de subirse al tren, y es muy grandote. Hay que trabajar mucho, con mucha constancia y paciencia. Hay que invertir, preparar gente que hable chino, dar cursos a los hoteleros para que aunque sea sepan cuatro o cinco palabras y reciban a los turistas con una amabilidad mínima. Y repito: hay que asociarse con chinos.
–¿Conoce personalmente al presidente Hu Jintao?
–Lo conocí hace mucho tiempo. Es un cuadro del partido muy disciplinado y obediente. Finalmente el partido sigue la idea de una modernización y un liderazgo colectivo, aunque la cúspide está formada solo por las nueve personas que integran la comisión permanente del buró político.
–¿Cuál es la inversión china actual en el exterior?
–Entre 6 y 7 mil millones de dólares por año. Acumulada, debe andar en decenas. Unos 20 mil millones, o quizás más. Es una cifra que debe asociarse con otras, como el formidable ahorro promedio de China, hoy de alrededor de 40 por ciento del PBI.
–¿Por qué China busca con tanta fuerza que más países le reconozcan el carácter de economía de mercado?
–Porque eso acelera el proceso dentro de la OMC. Mientras más países bilateralmente le den esa condición, más rápido terminará la transición en la OMC. Así los grandotes no van a poder imponer tantas barreras. Igual, ya no se le aplica a China en un ciento por ciento el criterio de economía centralmente planificada.
–¿Y conviene darle a China ese reconocimiento?
–Es un problema de conveniencia. En el caso de México ahora no conviene, porque México está muy vulnerable. Yo esperaría o iría con el promedio de países de la OMC. Sé que Brasil acaba de dárselo. El tema en cada caso es a cambio de qué. Y para eso no hay normas universales.
–En la Argentina, China representa dos cosas extremas: o un oasis que permitiría salvarse a cualquier empresario, o una amenaza que podría hundirlo en segundos.
–Eso que usted cuenta ocurrió también en los Estados Unidos cuando empezaron a normalizar relaciones. La diferencia es que muy pronto los Estados Unidos ajustaron sus capacidades de comercialización y producción y se metieron muy a fondo en la relación con China.
–¿También sucedió en México?
–Restablecimos relaciones con la República Popular China en febrero de 1972, solo tres días antes que la Argentina. Pero enseguida los empresarios se olvidaron de eso. En los ’90 se metieron de lleno en el tratado de libre comercio con América del Norte. Olvidaron China hasta que un día del 2003 despertaron y China ya los había desplazado como el segundo exportador más importante a los Estados Unidos, después de Canadá. Ahí empezaron a hacer otro tipo de cavilaciones.
–¿Simplistas?
–Sí, pero no culpemos a todos los empresarios. El mercado chino no está compuesto por 1300 o 1400 millones de personas pero sí por unos 600 millones, que igual forman un gran mercado. Los chinos han importado mucho del mundo. Casi 400 mil millones de dólares el año pasado. Hoy China tiene un enorme superávit frente a los Estados Unidos. México también lo tiene, pero a la vez presenta una situación de déficit con los asiáticos, sobre todo porque las empresas japonesas usan a México como una forma de entrada más a los Estados Unidos. En el mundo los que tienen mejor conocimiento de la realidad china son los europeos occidentales. Al resto –unos más, otros menos– nos perjudicó el bloqueo que duró hasta 1972.
–¿No es demasiado consuelo pensar que no se entiende a un gran país debido a un bloqueo que terminó hace nada menos que 32 años?
–Le cuento nuestra experiencia. En los primeros años luego del restablecimiento de relaciones en México, entonces presidido por Luis Echeverría, mantuvimos una excelente vinculación política con China. En Naciones Unidas aún existía el Movimiento de Países No Alineados, y eso potenciaba la gran relación. Como subproducto de eso algunos empresarios empezaron a entrar en China, que era aún un mercado cerrado. Ellos lo abrieron, así fuese parcialmente, solo por decisión política. Pero nunca los empresarios extrapolaron las potencialidades que había. Ese fue un problema mexicano. Sin embargo, China no estaba en condiciones fáciles de acceso.
–¿Por qué?
–En los años ’70 la República Popular se estaba normalizando desde el punto de vista político. Explícitamente abandonaba el principio beligerante de la guerra popular prolongada y retomaba los principios de 1954, de coexistencia pacífica con regímenes distintos. Pasaban de la ideología y la revolución en las relaciones internacionales al pragmatismo de los nexos entre un Estado y otro. Hizo falta que falleciera Mao para que China abriera la economía.
–La apertura es una gran oportunidad de ganar mercados, pero también un riesgo: China también quiere ganar mercados.
–Sí, ya es muy difícil contener a China imponiendo impuestos antidumping cuando China entra en la Organización Mundial de Comercio. Con ese ingreso China ya es una economía en transición.
–¿Con qué efectos?
–Por ejemplo, se terminan las cuotas de control a las exportaciones de textiles.
–¿Y eso qué producirá?
–Que, literalmente, China va a desplazar a medio mundo. Será difícil competir con ella para México.
–¿Y para la Argentina, o para Brasil?
–Menos difícil. Ustedes tienen productos complementarios. Soja en ambos casos. Y sobre todo cuentan a favor que China, que hasta los ‘80 mantenía una política de autosuficiencia alimentaria, importará granos en manera creciente. México, en cambio, compite en calzados, juguetes, textiles...
–¿Están asustados?
–Más que asustados. Los mexicanos están paranoicos. Pintan a China como una gran amenaza. Se habla de que los chinitos (así les dicen), nos van a desplazar con competencia desleal.
–¿Es cierto?
–No. No hay que mentir. Puede haber casos de competencia desleal, pero desde que China está en la OMC se puede apelar a los mecanismos de solución de controversias. México fue uno de los últimos países en aceptar la entrada de China a la OMC. Les sacó a los chinos un acuerdo no escrito de que por seis años China se abstendría de llevar a México a la OMC, sin que importaran los eventuales impuestos antidumping que México pusiera. Se suma la paranoia de que los chinos están contrabandeando. Pero es que los aranceles fueron tan altas que solo propiciaron el contrabando.
–Fue como ilegalizar la droga: la cotizaron más alto.
–Exacto. La analogía es buena. Los Estados Unidos, como le decía antes, tienen una economía más diversificada y voces más sensatas.
–¿Y cómo les va con China?
–El superávit chino fue de 125 mil millones de dólares con ellos. Pero no hay que olvidarse de que tres quintos de las exportaciones chinas son multinacionales, y una parte son estadounidenses. Y también que muchas corporaciones norteamericanas hacen outsourcing, o sea que mandan a producir sus insumos en China.
–¿Por qué y dónde invierte China?
–China invierte en forma creciente desde hace décadas. Cuando eran casi autárquicos, cuando todavía la política era más importante que la economía, invertían en Asia y Africa. Poco. Porotos. Cinco mil millones de dólares en una década. Después crecieron las cifras. Compraron minas en Australia, para abastecerse. Invirtieron en Tailandia, en Malasia, e incluso en proyectos de la India. Ahora en el continente americano tienen pequeñas inversiones en México. Los grandes acuerdos son con Brasil.
–¿Por qué Brasil?
–Porque Brasil aprovechó muy bien la circunstancia que México no aprovechó antes.
–¿Cómo?
–Desde el punto de vista comercial inició su entendimiento comprándole a China los servicios de colocación de satélites de comunicaciones. Los chinos daban el servicio muy barato pero nadie se quería arriesgar. Alegaban razones de seguridad. Los dos primeros países en comprar el servicio fueron Suecia y Brasil. Después, en 1982, Petrobras se metió a invertir en plataformas marítimas chinas. Luego abrió otras líneas de negocios. Los chinos valoran mucho esos antecedentes y por eso ahora se mueven a otro nivel. Ampliarán la capacidad siderúrgica de Brasil.
–¿Qué gana China?
–Importará el sobrante. El año pasado China compró el 40 por ciento de la producción mundial exportable de hierro y acero y el 30 por ciento de la producción exportable de carbón. China es el sexto productor mundial de petróleo, pero el petróleo que tiene no le alcanza ni le alcanzará. Su demanda es tan impresionante que hizo subir los precios de mineral de hierro, de bauxita, de cobre...
–Cualquier cosa que haga cambia la economía mundial.
–Los documentos del Fondo Monetario Internacional ya analizan los efectos sobre el mundo producidos por la economía de los Estados Unidos y por la economía china. Eso se explica por lo siguiente: comparando el caso chino con otros de los llamados milagros, como el japonés de 1957-62, el coreano, el estadounidense, el británico, vemos que en ninguno de esos casos las economías tenían un grado de apertura comercial al mundo como China. Sumando importaciones y exportaciones de bienes y servicios, la cifra representa el 68 por ciento del PBI chino del 2003. A dólares corrientes, ese PBI era de 1,7 millones de millones de dólares.
–¿Y usted prevé que seguirá creciendo?
–El viejo maestro Simon Kuznetz veía la economía en grandes ciclos. Decía que para concluir que una economía creció espectacularmente tiene que pasar medio siglo. China ya lleva 28 años creciendo al 9 por ciento. Mientras, sigue la discusión de si aterrizará suavemente o estallará, y cuándo.
–¿China invierte en el exterior por motivos políticos?
–No en primer lugar. Exporta capitales por razones económicas y de mercado, y por razones estratégicas. Tiene diferentes patrones de comportamiento. Está invirtiendo en los países más pobres de la región, como Laos o Birmania, para desarrollar cultivos que China demanda en forma impresionante. La intencionalidad es novedosa. Invierte por razones de mercado.
–¿Quién invierte?
–El grueso de los inversores son corporaciones del Estado. Compraron las dos minas más grandes de Australia. En los Estados Unidos invierten en tecnología de computación. Lo increíble del caso chino es que invierten y reciben. En términos brutos, China es el país que en los últimos 3 o 4 años recibió más inversiones privadas directas en el mundo, luego de los Estados Unidos. Le entran entre 40 y 42 mil millones de dólares. Probablemente el neto ande por los 30 mil millones, que es lo que recibe toda América latina.
–O sea que China también compite por ser el país que absorbe más inversiones.
–También. La Volkswagen de Alemania ya terminó de montar en China la planta más grande del mundo salvo la que tiene en el pueblo que lleva su nombre. Y se llevaron toda la gerencia desde Puebla, nuestra ciudad mexicana. Desde hace más de un año hay 18 ejecutivos trabajando en Shangai. Y al mismo tiempo se da un fenómeno de globalidad financiera. En el costado financiero macro, China tiene otra característica sui generis. Casi todos los años su balance comercial es positivo. China exporta capitales porque genera superávit. Pero como a la vez recibe inversiones, las reservas también son impresionantes. Hablamos de unos 400 mil millones de dólares de reservas. Sigo con mi idea de la globalidad: una cuarta parte de las reservas están invertidas en bonos del Tesoro norteamericano. Entre China, Taiwan, Japón y Singapur financian el déficit norteamericano. Por eso China responde bien ante los reclamos de revaluación del yuan que le hacen los Estados Unidos. Tiene gran poder de negociación financiera.

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