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Cómo hacer cooperativas piqueteras de vivienda y no morir en el intento

Página/12 recorrió un complejo de viviendas de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) en La Matanza. Pese a algunas quejas por los pagos, la CCC ya armó 25 cooperativas y promete seguir.

 Por Laura Vales

El conurbano pobre tiene una característica: vaya uno donde vaya, incluso en los lugares de más difícil acceso –sobre todo en esos lugares– siempre hay un templo evangélico. Los pastores eligen para sus templos nombres esperanzadores y los escriben con grandes letras sobre la puerta de entrada, como “Jesús es el camino”, “Amor y salvación” o cosas por el estilo. Pero en este lugar de La Matanza al que se llega después de atravesar 30 cuadras de tierra y un basural, el templo tiene un nombre que parece una ironía: “Ministerio evangélico Escapa por tu vida”.
Hasta hace poco, aquí no había electricidad ni agua, ni red cloacal. Al llegar al final de la calle de tierra hay un asentamiento. Pegado a él, un grupo de casas nuevas llama la atención: son de material y con techos a dos aguas. Es el complejo de viviendas de las cooperativas piqueteras de la Corriente Clasista y Combativa (CCC). Las casas están casi terminadas. Las hicieron 80 desocupados como parte del Programa Techo más trabajo. Para los piqueteros es una experiencia nueva en más de un aspecto.
Página/12 llega con Héctor Osorio, de la CCC, quien se ha ofrecido a acompañar la recorrida. Nomás acercarse a la primera casa, uno de los que están trabajando lo llama aparte.
–A ver si vienen a poner orden –dice. Quiere que un dirigente intervenga para arreglar un problema interno. Los hombres hablan un rato.
–No puedo fiscalizarte porque sería tu patrón. Hablalo con la cooperativa. Hacen una reunión y lo tratan –dice finalmente Osorio.
–Yo peleo con cada uno, pero contra la mayoría cómo querés que gane –se queja el otro.
Osorio dice a Página/12 que nunca habían tenido una cooperativa. “Estamos aprendiendo y tenemos muchos conflictos. El Gobierno nos dijo ‘¿agarran?’ Era la época en que Aníbal Fernández decía que éramos unos vagos, así que muchos dijimos que había que agarrar. Pero nos convertimos en mano de obra barata. Y a la vez estamos jugados, porque se retrasan los pagos, la gente se pone nerviosa y nos peleamos entre compañeros.”

Aprender el oficio

En La Matanza, la CCC armó 25 cooperativas: 10 son de viviendas y 15 de tendido de la red de agua. Cada cooperativa tiene 16 integrantes, cuatro oficiales con dominio del oficio, cuatro medio oficiales y ocho ayudantes. El Estado les dio libertad para el diseño de las casas, que fueron proyectadas por tres arquitectos de la CCC. Tienen cocina, baño y dos dormitorios con altura suficiente como para agregar un entrepiso.
La idea era preguntar por la transición que implica volver del piquete al trabajo. Una de las particularidades de esta obra es que hay mujeres.
“Preparo mezcla, lavo las máquinas, acerco los baldes o lo que haga falta para la obra”, dice Gladys Blanco, ayudante, madre de tres chicos. “Ahora estoy aprendiendo a revocar, pero cuando entré no sabía nada.”
Subida a una escalera, Estela Acuña termina una pared. Su caso es especial porque preside su cooperativa. “Me ocupo de traer información y de organizar a los compañeros.”
Los grupos planifican las tareas como decidan, aunque hicieron algunos acuerdos que rigen para todos, como el de trabajar 8 horas diarias. Si hay jornada de lucha se moviliza la mitad y la otra mitad se queda en la obra.

Los problemas

Ramón Albornoz siempre trabajó de albañil. Entró a una obra en la adolescencia y siguió en la construcción. Después, a fines de los ’90, los llamados para trabajar se espaciaron y quedó desocupado. Albornoz anduvosin saber qué hacer hasta lo llevaron a un corte. Así se hizo piquetero. Fue una cuestión de sobrevivencia: consiguió un plan de 150 pesos. Como él, en la ruta hay mucha gente capacitada en la construcción.
Albornoz vio a Página/12 y se acercó pensando que tal vez sería una inspección, para plantear otra queja.
“A mí me gusta venir”, dice. “El problema es que cobramos salteado, nunca sabemos cuándo nos van a pagar. Y poco: el mes pasado me llevé 100 pesos. Mis hijos me preguntan para qué sigo viniendo. Tienen razón, porque no me conviene, pero yo vengo igual. Pero hubo gente joven que se fue.”
Los integrantes de la cooperativa cobran sueldos acordados en la organización, de 400 pesos para los oficiales, 370 para los medio oficiales y 340 en el caso de los ayudantes. En esa cifra están incluidos los 150 pesos del Jefes de Hogar. Si el plan se cae, lo que les ha ocurrido con frecuencia, un sueldo de 400 queda en 250.
El sistema de cobro es el siguiente: al inicio del proyecto, se acuerda un monto total para la obra. En este caso, fue de 63 mil pesos por cada 4 viviendas. Con eso la cooperativa debe cubrir todos los costos, incluidos los salarios. El gobierno nacional deposita el dinero a medida que la obra avanza. La certificación de la obra está a cargo del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV), que depende del gobierno bonaerense.
Osorio, que acompaña el recorrido, culpa a la IPV por las demoras. “Pusieron trabas desde el principio.” Cuando hay problemas, los más capacitados y los más jóvenes se van. “Si no cobran, tienen que agarrar una changa. Sería demasiado que les prohibiéramos hacerlo”.
En la última casa de la manzana está Antonio Blasco, ex metalúrgico. De todo el grupo es quizá quien tiene más tiempo de militancia. Fue durante 18 años delegado en la UOM, opositor a Lorenzo Miguel, y cuando quedó desocupado organizó a los desocupados de su barrio. Ahora preside la cooperativa Avancemos Juntos. “La contradicción nuestra es el sueldo”, dice. “Nosotros acordamos con el Gobierno que íbamos a seguir cobrando el Jefes de Hogar, pero tuvimos muchas bajas. Le doy un ejemplo: como en la cooperativa hay que tener una persona responsable de firmar los cheques, me inscribí en el monotributo. Aparecí en el sistema como monotributista y me sacaron del plan, a mí y a otros 40. Durante 3 meses no cobré. Para mí hay alguien que está jugando a quebrarnos.”
En cada grupo hay quienes hacen de serenos. ¿Para no sufrir robos? Sobre todo, para evitar las ocupaciones.
Cuando recién empezaban con el proyecto un grupo de vecinos entró al lugar e intentó asentarse. Consiguieron que se fueran. Ahora, cuando las casas ya están prácticamente listas, circulan rumores de que las quieren ocupar. “Parece que se están organizando para venir”, dicen en la obra, aunque nadie sabe quiénes ni cuándo. Como sea, todo el mundo está apurado en colocar las ventanas y puertas para dejarlas cerradas.
La intención es estrenarlas a fin de año. La CCC acordó con el Gobierno que las casas quedarán para integrantes de la organización. Todavía no decidieron quiénes serán. Los elegidos tendrán prioridad, pero deberán comprarlas, en cuotas, al precio que fije el Estado.

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Una de las características de la cooperativa de la CCC en La Matanza es que trabajan mujeres.
 
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