EL PAíS › OPINION

Frente a la tragedia

Por Horacio González *

¿Cómo deben ser los “sentimientos” de las instituciones políticas? No se componen de reglamentos sino de alegorías masivas que permitan decir que “se actuó con sensibilidad”. ¿Cómo deben ser los sentimientos de un político o de un funcionario público? No se componen de formulismos, rituales de condolencia o gimoteos. Ni llorar es garantía de comprensión profunda ni una templanza de yeso certifica que el tejido interno de una tragedia sea entendido.
No fallaron sólo los controles, la prudencia colectiva o los decálogos de una buena administración. Están fallando los encadenamientos de palabras y la manera en que se presentan ante el tribunal del dolor.
En el debate en la Legislatura todos fueron lamentables, porque no podían menos que acusarse unos a otros de “politizar el dolor”; no podían dejar de reclamar el aplauso de los familiares para asociar rápidamente el sufrimiento a la verdad; no podían dejar de ser cada uno la misma demostración de los achaques que querían alejar.
Pero la verdad no es politizable ni deja de ser política. En sí misma, equivale a los inclementes padecimientos aliados a la justa entereza que los revele. En el sentido hondo de las cosas, esto es la política y ésta es la política de la que carecemos frente a una tragedia. Incluso carecemos del buen empleo de este concepto milenario, tragedia, que algunos pensaron que lleva a la indulgencia o al olvido. No, lleva al sino profundo de los acontecimientos y de la cultura social dentro de la cual ocurrieron.
Nada de esto puede resolverse con un referéndum. Es imperfecto por demasiado sagaz. Pero quizás el momento del voto, que aún en ambientes deficientes siempre conserva su sortilegio, pueda ser otro momento que no debamos perder para bucear en la ceguera de nuestras culturas políticas.

* Sociólogo.

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