EL PAíS › LA TRAMA DE LA TRATA DE BLANCAS EN PLENA CAPITAL CONTADA EN PRIMERA PERSONA

“Vivir ahí adentro fue terrible”

Poco antes de abordar el micro que la devolvería a su Misiones natal, habló con Página/12 la chica que consiguió escapar de un prostíbulo del barrio de Belgrano y con su testimonio permitió liberar a sus compañeras. Describió la forma en que fueron engañadas y sometidas, cómo eran los días en cautiverio y la forma en que se fugó.

 Por Mariana Carbajal

“Me lastimaban, me golpeaban la cara, me hacían bañar con agua fría. Mi único pensamiento era escaparme y pedir socorro a cualquiera”, contó a Página/12 Marcia, la muchacha misionera que logró escapar días atrás de un prostíbulo que funcionaba en un PH de la calle Sucre, en el barrio porteño de Belgrano, y cuyo testimonio ante la Justicia permitió rescatar a otras chicas y desbaratar parte de una banda que reclutaba jovencitas en el interior del país, con engaños, para convertirlas en esclavas sexuales en Buenos Aires. En un relato escalofriante, Marcia y otra de las adolescentes reconstruyeron ante este diario los días de terror que vivieron encerradas.
Marcia tiene 20 años; Nancy, la otra chica, 18, pero ambas parecen menores. Las dos son de Misiones y llegaron engañadas a Buenos Aires. Marcia es de San Pedro, una localidad del nordeste de la provincia, mayoritariamente rural, con paisaje selvático y explotaciones forestales. Nancy es de Eldorado, más al norte, a menos de 100 kilómetros de las cataratas. Entre San Pedro y Eldorado hay unos 80 kilómetros de distancia. Aunque fueron reclutadas de una forma similar, Marcia y Nancy no viajaron juntas. Cuando Marcia llegó el 5 de junio al prostíbulo de la calle Sucre 2360, Nancy hacía casi dos meses –según calcula ella– que ya estaba ahí, sin poder salir, obligada a recibir un cliente atrás de otro. Y no eran las únicas. En el mismo departamento, cuando lo allanó la policía el 13 de junio, el día en que Marcia pudo huir, había tres muchachas más, una de 14, otra de unos veintipico, misioneras las dos, y una joven paraguaya, de 19 o 20 años, de acuerdo con el relato de ambas. Y las dos hablan de otras tres chicas traídas por la misma banda, obligadas a prostituirse en otro departamento regenteado por la misma red en la calle Olazábal 2426, de Belgrano. A ese prostíbulo también llegó la policía, pero ni Marcia ni Nancy han vuelto a saber de sus amigas, de entre 15 y 18 años.
–¿Cómo era un día ahí adentro? –les preguntó Página/12, horas antes de que a través de la Oficina de Atención a la Víctima, de la Procuración General de la Nación, emprendieran en micro el regreso a sus hogares en la tierra colorada. La que prefiere contestar es Marcia. Nancy apenas emite algunos monosílabos y hay que arrancárselos: entre su habitual timidez y el shock por lo vivido, parece que no quiere ponerle palabras a su experiencia.
–Terrible, vivir ahí adentro fue terrible –afirmó Marcia–. Dormíamos por turnos. Un día dormías a la mañana, otro a la tarde, otro a la noche, cuando Vanesa lo decidía. Había un cuarto con una cucheta, y ahí nos turnábamos para dormir. Para tener relaciones con los hombres había otras tres habitaciones.
Vanesa regenteaba el lugar y es la pareja de Fabián, el hombre con el que las chicas viajaron desde Misiones a Buenos Aires. Fabián fue detenido tras el operativo policial que se produjo cuando Marcia pudo escaparse. A Vanesa la policía todavía la estaba buscando. Hay una segunda presa en la causa judicial en manos del juzgado de instrucción Nº 10 de la Capital Federal –que investiga el caso–, y es una mujer de Eldorado, a la que las chicas identifican como Inés. Fue quien les mintió al prometerles que aquí las esperaría un trabajo en una casa de familia como personal doméstico con un buen sueldo.
–¿Iban muchos clientes al departamento de Sucre?
–Un montón, a cada rato. A las chicas las obligaban a vestir con pollerita corta, botas altas. Alguna tenía que estar de bombachita y corpiño y botas. Nos dieron unos disfraces, a mí me habían dado de enfermera, a Noemí de colegiala –sigue respondiendo Marcia.
Desde el momento en que llegó al burdel ella se negó rotundamente a “hacer pases” con los hombres y por eso fue cruelmente castigada.
–¿Te pegaban?
–Sí, porque yo no quería ponerme la ropa que ellos me daban, porque no quería salir con los vagos, me lastimaban, me golpeaban la cara, me hacían bañar con agua fría. Tenía sueño y no podía dormir hasta que me indicaban el turno que me tocaba. Espero que la encuentren a esa bruja de mierda –dice Marcia, refiriéndose a Vanesa, la verduga del lugar.
–¿Cuántos clientes atendía cada chica?
–Una tarde podían atender siete u ocho cada una. Por día entraban veinte, treinta hombres. Algunos tocaban timbre, o llamaban antes y después tocaban timbre. Las veían a todas y elegían, o pedían directamente por alguna que ya conocían –describe Marcia.
Hasta que se escapó pasaron ocho días, en los que además de recibir golpes y sufrir humillaciones, pasó hambre como el resto de las muchachas esclavizadas.
–Comida no había. Nos daban frutas nada más, como a un pajarito. Yo tenía hambre –enfatiza Marcia.
Nancy (su nombre es otro, pero prefiere resguardarlo) calcula que trabajó en el prostíbulo durante unos dos meses. Nunca vio un peso.
–¿Te pegaron alguna vez?
–Sí, varias, Vanesa –responde escuetamente.
Como ella no quiere contar por qué la castigaban, retoma la palabra Marcia: “Porque no le gustaban los hombres y no quería salir con alguno”.
–¿Estabas asustada? –le pregunta este diario a Nancy.
Su respuesta es mínima, un murmullo casi inaudible, pero contundente:
–Sí.
Los clientes pagaban 50 pesos la media hora y 100 la hora, según pudo determinar Marcia, pero a las chicas no les llegaba nada. Iban hombres jóvenes, más viejos, de traje, borrachos.
Con un hilito de voz Nancy dice: “Había que soportar todo”. A ella algunos clientes llegaron a obligarla a drogarse, poniéndole en la nariz “un polvito blanco”, supone que era cocaína, que la mareaba.
–¿Habías probado droga antes?
–No.

Ilusiones

A las dos las tentó para venir a Buenos Aires un remisero, al que no conocían, en las calles de sus pueblos. Marcia estaba frente a una estación de servicio, acompañando a un amigo que tiene un puesto de choripanes.
–Para un remís y me dice: “Necesito dos empleadas para trabajar en una casa”. Yo estaba con una amiga, que está acá también. Mi amiga va a cumplir ahora 15 años. El hombre nos llevó a hablar con Inés, en Eldorado. Ella nos dijo: “Van a trabajar en una casa de familia, van a estar bien, van a ganar más”.
La mujer –ahora detenida– no precisó el sueldo, pero la sola propuesta de pisar Buenos Aires obnubiló tanto a Marcia y a su amiga que no dudaron en emprender la aventura. A tal punto que ese mismo día, sábado 4 de junio, a la noche, las dos se subieron a un micro con Fabián, junto con otra chica que conocieron en el viaje, y llegaron al día siguiente a la Capital Federal.
–Me quedé tonta, quería venir a conocer Buenos Aires –recordó Marcia. Nada resultó después como esperaba. De Buenos Aires pudo ver poco y nada. En los últimos días estuvo viviendo con Nancy en un hogar para menores dependiente del Consejo de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes del gobierno porteño. El jueves, horas antes de abordar el micro que la llevaría de vuelta a sus pagos (junto a Nancy) conoció la Plaza de Mayo y el Cabildo.
–Ahí fue la declaración del primer gobierno patrio... ¿Te acordás?
–No, la verdad que no me acuerdo nada –se ríe Marcia.
Las dos muchachas pertenecen a familias humildes. Marcia tiene doce hermanos, el mayor de 26 años y la menor, de 4. Su papá tiene la salud bastante deteriorada por su trabajo en el campo y su mamá hace changas de vez en cuando limpiando casas de familia. Ella dice que hizo hasta segundo año de la secundaria, que quiere seguir estudiando pero que en su provincia es muy difícil “porque tenés que pagar los estudios”. Por eso quiere volver a Buenos Aires. “Necesito estudiar y trabajar para ayudar a mi mamá, porque mi papá ya no da más. Allá –en Misiones– la mayoría trabaja en la calle, vendiendo su cuerpo, cantidad hay así. En Eldorado mirás así la noche y hay puterío por todos lados, de pollerita y botitas...” En San Pedro, Marcia ganaba algunos pesos en un boliche bailable, vendiendo entradas, atendiendo la barra. La familia de Nancy también es numerosa. Ella tiene 13 hermanos y es la más pequeña de la prole. La escuela la abandonó hace tiempo. Dice que no le gusta estudiar. Antes de venir a Buenos Aires cuenta que trabajaba en una casa “con cama adentro” por 250 pesos por mes.

La libertad

Lo que salvó a las muchachas de la esclavitud fue el coraje de Marcia. Dice que sus ganas de escaparse aparecieron desde el primer instante en que pisó el departamento de Sucre y le blanquearon qué tipo de trabajo tenía que hacer.
–“Acá tenés que laburar, tenés que hacer pases (tener relaciones con hombres) cobrar tanto”, me dijeron esa noche. “Vos estás reloco”, le digo a Fabián. Al otro día agarré mi bolso y le dije: “De acá yo me voy y listo”. “No te vas, acá como viniste para laburar, vas a laburar”, me dijeron. Y Vanesa me pegó en la cara.
Los días que siguieron no fueron mejores. Como se resistía a trabajar, vinieron más golpes y más duchas de agua helada. Intentó convencer a las otras chicas de escaparse, pero no querían porque estaban muy atemorizadas. “Si nos llegan a escuchar que estamos hablando de esto nos van a castigar”, le dijo Nancy. Pasó poco más de una semana, hasta que vio la oportunidad de recuperar su libertad.
–Un día me sentía echada, triste, y les dije, me voy a escapar. Mi único pensamiento era escaparme y pedir socorro a cualquiera. Me escapé por una puerta, subí una escalera, había una virgencita, subí toda la escalera corriendo, corriendo, y fui hasta una terraza, y salté a otra y a otra. Ahí le pedí ayuda a una señora. Ella me dijo que espere un ratito y llamó a la policía. Esa mujer me dijo que me había visto cuando yo había entrado, cuando me trajeron de Misiones.
Era el principio del fin. Al menos para la pesadilla de las cinco muchachas esclavizadas en el burdel. Después vendría la policía y las detenciones de Fabián, en Belgrano, y de Inés, en Eldorado. El jueves el juez de Instrucción porteño Alejandro Cilleruello los procesó, les dictó prisión preventiva y les trabó un embargo de un millón de pesos. Están imputados por los delitos de “promoción de la prostitución agravada, privación ilegal de la libertad, sustracción de menores y asociación ilícita”. Pero la investigación y las pesquisas continúan. No se descarta que esta banda tenga conexiones con otra red que manejaba un burdel en Polvorines, donde esta semana fueron rescatadas 32 mujeres que eran obligadas a ejercer la prostitución, 27 de ellas paraguayas.

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