EL PAíS › UNA HISTORIA DE TRABAJO AUTOORGANIZADO EN LA VILLA PORTEÑA DEL BAJO FLORES

Venían las topadoras, y nació un barrio

Durante el Mundial del ‘78 comenzaron a llegar los camiones militares con los villeros desalojados por la fuerza de las zonas turísticas. Enseguida, las topadoras atacaron el barrio de 5600 casillas y dejaron 30. Alrededor de la capilla obrera renació, por trabajo comunitario, un barrio. Esta es su historia.

 Por Luis Bruschtein

”Todo esto empezó cuando la dictadura anunció su plan de erradicación de villas en la ciudad. Nos tocaba a nosotros en el Bajo Flores, después del Bajo Belgrano y Retiro”, explica el sacerdote Rodolfo Ricciardelli, un veterano del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, que desde 1973 vive en el asentamiento. Cuando dice “todo esto” se refiere a la construcción de seis barrios con casi 2000 viviendas populares, muchas de ellas para quienes eran obligados a abandonar las villas por la topadora de la dictadura.
La capilla del Bajo Flores es una construcción modesta dentro de la villa, a la que se han agregado la guardería, un comedor y una carpintería, la mayoría de cuyas órdenes de trabajo son para ataúdes de niños. A veces se reúne también allí la comunidad de apoyo Madre del Pueblo, impulsada por Ricciardelli y otro sacerdote, Ernesto Narcisi, que fue la encargada de promover los barrios populares.
“El padre Jorge Vernazza llegó a la villa en 1968, vivía en una casilla, tenía una carpintería y daba misas y cursos –recuerda Ricciardelli– y en 1971 empezó a funcionar la guardería.” Antes del Mundial ‘78 llegaron los camiones de la Municipalidad, descargaron las familias que habían desalojado de Retiro y llenaron las canchas de fútbol del Bajo Flores. La gente dormía a la intemperie, debajo de latas y cartones. “Los funcionarios decían que si no tenían dónde ir, no los llevaban, pero en realidad se llevaban a todo el mundo a la fuerza o con engaños, a los más pobres los dejaron en el arroyo Las Víboras, en el límite entre González Catán y Pontevedra”, sigue Ricciardelli.
Los curas de las villas protestaron pero fue inútil, la topadora ya estaba aplastando casillas. De 5600 que había en el Bajo Flores, sólo quedaron 30 (ahora volvieron a ser casi seis mil). A fines del ‘78, Vernazza y Ricciardelli convocaron a laicos católicos para conformar la comunidad de apoyo Madre del Pueblo. Necesitaban ingenieros, arquitectos, trabajadores sociales y contadores o economistas. Unas monjas amigas de Ricciardelli les vendieron un terreno en San Justo a la tercera parte de su valor comercial. Pidieron plata, hicieron colectas y festivales hasta que pudieron comprarlo y empezaron a buscar el segundo. No era fácil, los problemas surgían cuando decían que se proponían hacer barrios para la gente de las villas.
Empezaron a construir en septiembre del ‘79. Los militares les habían dado diez meses de plazo, pero recién terminaron en diciembre del ‘81. Esos dos barrios se levantaron con autoconstrucción, todos hacían las casas de todos. “Trabajábamos los fines de semana y los días feriados, sin descanso –recuerda Martín Alberna, poblador del barrio Madre del Pueblo, de Merlo–, pero no lo hacíamos solamente porque teníamos la punta de las bayonetas empujándonos, todos teníamos el sueño de la casita de material. El que más trabajaba, tenía derecho a elegir primero.”
En el ‘83 consiguieron el terreno para el tercer barrio, San José Obrero, en La Matanza. “Esta vez decidimos cambiar el sistema, en vez de autoconstrucción usamos un plan de lotes con servicios. Había lugar para construir más de 500 casas y con el otro sistema se hacía más difícil, además de que el sacrificio era muy grande”, explica Narcisi. El nuevo sistema consiste en la compra y mejoramiento del terreno, trazado de calles y desagües y llevar los servicios de agua y luz hasta cada lote. La construcción corría por cuenta de cada familia, que primero pagaba en 60 cuotas con el equivalente a dos bolsas de cemento por mes y ahora con 30 pesos por mes. Cada familia tenía dos meses de plazo para ocupar el terreno con una casilla y 60 días para hacer aunque sea una pieza de material, y casi cinco años para construir los 36 metros cuadrados que exige la Municipalidad. Después esos plazos se fueron ampliando.
Madre del Pueblo compra el terreno, pero no puede subdividirlo para urbanizar porque la Municipalidad requiere que por lo menos el 80 por ciento de las casas esté construido. Por esa razón, los mismos vecinos sehabían impuesto los plazos. Con los delegados de cada manzana se forma una cooperativa y Madre del Pueblo le transfiere la propiedad. Finalmente, cuando ya está construido el 80 por ciento, la cooperativa se encarga de realizar el trámite en la Municipalidad para la escritura definitiva.
Hugo Fontán, uno de los pioneros de San José Obrero, recuerda que al principio se asentaron en seis manzanas y empezaron a presionar para que les ampliaran el servicio de luz. “Lo que pagábamos en realidad, eran los servicios y además, sabíamos que esa plata servía para que Madre del Pueblo la usara para darles la posibilidad de casa propia a otras personas.”
“Mi marido trabajaba de mozo –relata Lidia Guillén– y llegué a mi terreno dos días después del plazo. Vino Fontán, que era presidente de la cooperativa y me hizo pagar una multa, pero no con plata, tuve que hacer trabajo comunitario, hacer un censo, ayudar a una pareja de ciegos y limpiar el salón comunitario durante dos meses.”
Con este sistema se construyeron los barrios Nuestra Señora de Luján, en San Justo; Madre del Pueblo, en Merlo; San José Obrero, en Laferrere; San Cayetano 1 y San Cayetano 2, en Rafael Castillo, y últimamente se comenzó con la organización y puesta en marcha del barrio Padre Jorge Vernazza, en Virrey del Pino, el único en el que surgieron problemas con un grupo de vecinos afectados por una inundación (ver recuadro).
Los únicos requisitos para participar es que sean núcleos familiares integrados con, por lo menos, dos niños convivientes y que declaren bajo juramento no poseer ningún terreno o vivienda en la Capital Federal o en la Provincia de Buenos Aires. Cada familia se entrevista con el equipo social de Madre del Pueblo, que luego evalúa. No es una inmobiliaria que hace propaganda para conseguir clientes para su negocio sino que, por el contrario, la comunidad de apoyo se constituyó para tratar de solucionar el problema de la vivienda a miles de personas que forman parte de su propio entorno. “Sabemos que no podemos dar respuesta a toda la gente -señala Ricciardelli–, pero fue un esfuerzo por dar alguna respuesta a la situación desesperada en que nos ponía la dictadura. En aquella época, la gente no tenía vivienda, pero tenía trabajo, ahora la situación es tan terrible que la mayoría ni siquiera puede pagar las cuotas de 25 o 30 pesos.”
“Muchos ya no pueden pagar la cuota –subraya Fontán– y la comunidad de apoyo nunca apretó a nadie, ni nadie fue expulsado de su lote ni mucho menos.” El herrero José Santos, de Merlo, explica que perdió su primera vivienda por la indexación de la 1050 y después participó en la construcción de uno de los barrios de Madre del Pueblo. “El banco me sacó la casa y listo; pero no hay nadie en los barrios de Madre del Pueblo que haya sido desalojado y son muchos los que ya hace tiempo que no pueden pagar las cuotas.”
Todas las familias que participan en la construcción de estos barrios, antes de incorporarse participan en reuniones donde discuten las dificultades que deberán afrontar y se preparan para encontrar las soluciones en forma comunitaria, a partir del esfuerzo de todos, incluso deciden entre ellos la asignación de cada lote. “Madre del Pueblo nos abre una posibilidad –acota Fontán– y después todo depende del esfuerzo que pongamos todos, de la capacidad de organización que tengamos los vecinos; cuando nosotros llegamos al barrio se rompió la bomba de agua y no se nos pasó por la cabeza hacerle un juicio a quien nos había dado una mano, nos pusimos de acuerdo y la arreglamos con trabajo comunitario. Ninguno de nosotros hubiera tenido una casa propia si no hubiera sido por Madre del Pueblo, que no se queda con un peso de nadie.”

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Lescano, Santos, el padre Ricciardelli, Sayabedra, el padre Narcisi y Fontán en la entrada.
 
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