EL PAíS › PANORAMA POLITICO

CONSEJOS

 Por J. M. Pasquini Durán

Si los patriotas de Mayo de 1810 hubieran consultado con el virrey Sobremonte sobre los planes de independencia, hoy no habría nada para conmemorar. Salvando las distancias históricas, al presidente Eduardo Duhalde lo conmovieron los principales aliados europeos de Estados Unidos porque fueron unánimes en aconsejarle que hiciera caso al Fondo Monetario Internacional (FMI). Hombre grande el Presidente para que sea tan desprevenido. El español Aznar, junto con Bush, celebró el golpe que destituyó por un rato al venezolano Hugo Chávez y ninguno de ellos le dio la misma recomendación (honrar las deudas) a los bancos de sus respectivas nacionalidades que confiscaron los depósitos de los clientes argentinos. No debería extrañarle tampoco que el brasileño Fernando Henrique Cardoso se sumara a la misma presión porque le sale gratis quedar bien con el FMI y con Bush, dos pájaros de un tiro, y porque cualquier alivio a la presión en Argentina dejará de pesar sobre la marcha del Mercosur y el comercio exterior de Brasil. En todo caso, la mejor lección de la gira enseña que nadie escupe contra el viento si lo puede evitar. Excepto aquí, donde todavía hay tantas orejas bien predispuestas a los consejos de Sobremonte.
Sin portarse como gauchos mal entretenidos con el FMI ni desairar a la Casa Blanca, tampoco hay necesidad de funcionar a control remoto, como lo hacen las mayorías en el Congreso que ponen y sacan leyes nacionales según las instrucciones de Washington, encerradas en un corral de vallas y policías que protegen a los legisladores de la indignación de sus votantes. Esa conducta subordinada, destinada a quedar bien sólo con los acreedores de la deuda pública, está en la base misma de la profunda inestabilidad político-institucional del gobierno de la transición. Mientras más concede, en lugar de afianzar el rumbo aumentan la ingobernabilidad y el desconcierto sobre el futuro más inmediato. Hasta la primera dama sugiere, sin demasiada sutileza, que el Presidente está agotado, lo cual es visible en el más amplio sentido de la palabra. Unicamente por el temor al colapso rápido pueden justificarse las inútiles expectativas acerca de los resultados de la asamblea partidaria, en La Pampa pasado mañana, de Duhalde con la liga de gobernadores.
Aun si pudieran acordar una tregua en los desorbitados apetitos del canibalismo interno, que los enfrenta a todos contra todos, los mandatarios provinciales carecen de la energía y de los recursos propios para afianzar la estabilidad institucional. Ni siquiera podrían aguantar el cumplimiento efectivo del programa de ajuste contenido en el plan de catorce puntos que firmaron para la foto. En la provincia de Buenos Aires, una de las provincias más ricas del país, el ochenta por ciento de los comedores escolares está desabastecido y desde principios de este año se han distribuido 140 mil kilogramos de alimentos menos que en igual período del año pasado. El plan de subsidios a jefes y jefas de hogar sin empleo, a 150 Lecops por cabeza, es otro motivo de rencillas internas, porque ningún caudillo provincial o municipal quiere que le quiten la clientela que ellos manejaban manipulando la beneficencia. El Poder Ejecutivo se comporta con tanta torpeza que creó un Consejo Consultivo Nacional, donde participan en un arco amplio desde los obispos y demás miembros de la Mesa del Diálogo hasta los piqueteros de La Matanza representados por D’Elía y Alderete, pero nunca reglamentó su funcionamiento ni fueron designadas sus autoridades. Así, lo que debía ser una garantía de transparencia por ahora no es más que una fachada, un gesto formal, sin ninguna trascendencia. Es uno de los consejos que Duhalde no escucha, tapados los oídos con las voces de los que más tienen.
Con ese nivel de problemas y de incompetencias, los congregados en La Pampa podrán prometerse que no se pondrán trampas para osos en el camino mientras sirva para impedir que la eventual caída del Presidente no losarrastre al mismo agujero negro. Lo cierto es que la mayoría le hubiera bajado el pulgar a Duhalde si tuviera mínimas seguridades de controlar el derrumbe y manipular la sucesión. El Presidente de transición, por su lado, como todo profesional de la política no está dispuesto a dejar el cargo por voluntad propia y, aun en ese caso, preservando el deseo de volver. Hasta Fernando de la Rúa quiere probar que fue víctima de un complot, como una manera de limpiarse por si hay alguna chance en el futuro. Si alguien duda que hombres de ese talante puedan pensar en retornos, ahí está Carlos Menem ofreciéndose, como si fuera ajeno a lo que pasa en el país, con sus ambiciones siempre listas. Por eso, las versiones que arrecian en estos días sobre la posibilidad de elecciones anticipadas expresan un amasijo de realidades y sentimientos, pero también son parte del cruce de “aprietes” y extorsiones que amenizan las relaciones intrapartidarias.
Claro que esos juegos irresponsables pueden llegar a ser incontrolables para sus protagonistas. Por ahora son posibles debido a que la protesta popular también está exhausta, pero sobre todo carece de opciones de futuro en oferta. A las castas dirigentes no les importa, si tienen que convocar a elecciones, que el escrutinio consagre vencedor a quien sume alrededor del veinte por ciento de los votos “útiles”, debido a que el voto de la bronca se llevará la mayoría abrumadora, así sea eligiendo candidatos de ocasión, otra forma de la debilidad institucional. Si las primeras líneas de la protesta popular tuvieran la capacidad y la tolerancia para empujar juntos hacia un mismo lado, no sólo para defenderse sino para construir opciones, otro gallo cantaría. Dado que no sucede de ese modo, la ciudadanía se pregunta con razón, a pesar de todos los motivos para el hartazgo del presente, cuál es la ganancia de seguir cambiándole el collar al mismo perro de siempre y, además, instalar un gobierno que nacería anémico, incapaz de soportar los apretones de los grupos más poderosos. En esa impotencia radica la perversidad de la encerrona actual.
En una coyuntura horrorosa y encima sin final a la vista, ¿no es hipócrita asombrarse porque aumenta la violencia de todo tipo, a veces con rasgos de inaudita crueldad? No es sólo una relación directa de causa / efecto con la pobreza extrema y con la humillación del que tiene que mendigar un plato de comida, sino que influyen otros factores, la injusticia flagrante, la impunidad de los poderosos, y también las complejidades de las grandes concentraciones demográficas, las ciudades mayores y sus anillos suburbanos. La miseria creciente y las migraciones masivas atosigan a las ciudades principales con población creciente y, en contrapartida, esa congestión crea nuevas necesidades entre sus habitantes pero no tienen acceso a los recursos para satisfacerlas. En Brasil y México, por no citar casos como el de Colombia donde también influyen factores del proceso de la política en armas, los secuestros extorsivos repentistas y rápidos (“express”) decuplican el número de los que están ocurriendo en Buenos Aires. La crueldad, en algunos casos, supera la imaginación de cualquier persona: hay secuestros realizados para extraer órganos del cuerpo de la víctima para venderlos luego en el mercado negro internacional que trafica con la vida y la muerte. Hay antecedentes: en Haití los más pobres sobrevivían vendiendo la sangre propia a los bancos de sangre de Estados Unidos y de Europa, hasta que la propagación del sida terminó con el comercio infame.
Si matar o morir por un puñado de billetes es una posibilidad abierta para miles de jóvenes, además de los que desertan de familia y país en busca de otros destinos, cada vez serán más los que la acepten. Hoy, tres de cada diez chicos menores de quince años son indigentes y sufren disminuciones físicas y mentales irreversibles debido a la mala nutrición o a la desnutrición directa. De seguir con el esquema económico actual,según estimaciones de economistas de la CTA, a fines de 2002 habrá en el país 23 millones de pobres (63 por ciento del total), 10,8 millones de indigentes y 10,5 millones de menores de 18 años bajo la línea de pobreza. Cada una de esas personas han sido quebradas por la avaricia y la impunidad de los más ricos y por la corrupción del oficio político. Son conmovedoras las personas, cerca de tres millones y medio en todo el territorio nacional, que dedican sus esfuerzos a la solidaridad con los que menos tienen, pero nada alcanzará para compensar la miseria a ese ritmo explosivo de incremento. Hay que empezar por otro lado, puesto que ya no se trata de escuelas económicas o teorías políticas, sino de un principio de subsistencia y de seguridad colectivas, para no hablar de ética o de moral.

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