EL PAíS › MARCHAS EN APOYO A MACCARONE EN SANTIAGO DEL ESTERO

Contra “los mafiosos de siempre”

Los manifestantes caminaron desde la Catedral a las puertas de dos empresas del grupo de Néstor Ick. Participaron los curas de la diócesis de Maccarone. Los santiagueños entre la indignación, el terror y la reprobación moral.

 Por Alejandra Dandan
Desde Santiago del Estero

Es una de las esquinas centrales de Santiago. Bajo la sombra pesada del sol de la tarde, cuando la siesta parece tragarse a sus habitantes, el paredón funcionaba como central informativa: “Ni putos, ni zurdos en la Iglesia. Viva Cristo Rey”. Las marchas convocadas por el respaldo al obispo Juan Carlos Maccarone, que reunieron a unos poco más de 400 participantes entre la mañana y la noche, intentaban contradecir esa lógica. Pero se encontraron frente a una platea de espectadores divididos entre el miedo aún vigente en la provincia y una especie de espanto con olor a moralina. Los curas, los sacerdotes de la diócesis de Maccarone reunidos en cónclave durante todo el día, fueron la presencia política más sintomática de la última marcha cuyo sentido quedó dicho al inicio: “Volvimos a la calle porque hasta que el poder político, económico y los mafiosos de siempre lo entiendan no nos vamos a callar”. No sólo era un desagravio al obispo.
A las ocho de la noche, Cristina Torres se paraba con un micrófono frente a la Catedral, frente a la plaza central de Santiago, donde decenas de veces se reunieron los familiares del doble crimen de La Dársena en otro tiempo: “De nuevo en la plaza –dijo–, de nuevo en las marchas de los viernes. Aquí donde pensábamos que lo habíamos corregido, estamos de nuevo para exigir que investiguen para que no existan dudas. Esto no se lo hicieron a un obispo, debe investigarse a fondo porque todos estamos en un estado de total desprotección”.
La primera fila de movilizados parecía una reproducción de una foto vieja, cualquiera de las imágenes tomadas durante los viernes del año 2003, cuando Santiago comenzó a empujar detrás del doble crimen de La Dársena, las denuncias de ausencia de las garantías políticas y civiles del estado de derecho. Los familiares de Patricia Villalba y Leila Bshier, las organizaciones sociales nucleadas ahora en una multisectorial con participación política, un puñado de profesionales independientes y los curas del obispado de Maccarone que desde entonces intentaron explicar que detrás de la lógica del juarismo no había sólo dos viejos caudillos, ya retirados y ancianos, sino que se había articulado una lógica de poder, simbolizado por el grupo del empresario Néstor Ick, arquitecto del diseño y dueño de buena parte de Santiago.
El sacerdote Sergio Lamberti, mezclado entre los manifestantes, le decía a Página/12: “Estamos aquí desde nuestro lugar de ciudadanos, porque esto que le pasa a Maccarone es el producto de una acción extorsiva, de un poder mafioso que golpea a muchísimos conciudadanos”.
Detrás suyo estuvieron los curas de la diócesis que pasaron las últimas horas reunidos. Como quien busca refugio entre los seres queridos después de un momento de dolor, están intentando saber qué marco darle a la era post Maccarone. “No hay que olvidarse –decía uno de ellos– que hay obispos contentos con todo esto.” Porque Maccarone no era “el estereotipo” de un combativo, sino que era un crítico y un duro pero con su estilo formalote. Y eso, dicen, es lo que molestaba en los sectores más duros de la Iglesia.
Como sucedió durante la mañana, los manifestantes no se quedaron frente a la Catedral. Caminaron despacio hasta la esquina del Hotel Carlos V para seguir camino rumbo a las puertas del edificio de Hamburgo Seguros, dos de las empresas del grupo de Néstor Ick, al que los rumores santiagueños le adjudican parte del montaje de la operación Maccarone. Dos mujeres caminantes se detuvieron un momento en ese lugar frente al avance de la gente. Dos paquetes en las manos, después de un paseo de compras. “¿Cómo puede ser que no podamos estar en una marcha?”, se quejaba una. “¿Cómo puede ser posible?” Pero no podían. “Tengo terror, señora. Tengo terror, si no sabés a quién te podes encontrar.”
Lejos, sobre la plaza, habían quedado dos jóvenes rezagadas. De 23 años, empleadas de limpieza en casa de familia, prefirieron un poco de sombra fresca bajo los árboles que el sonido de la marcha. “No vamos porque lo que hizo el obispo está mal, por lo que era Maccarone.” Dicen que le hicieron una trampa, decía una, “pero es lo mismo, él tenía sus cosas mal”.
Así como ellas entre espectadores y participantes, otros grupos de católicos se acercaban por primera vez a las marchas. Y eso hacía de la foto una foto distinta a las imágenes de dos años atrás. En este caso eran tres, también mujeres, pero adultas, principiantes de las marchas. Tres que se acercaron a la plaza del repudio para protestar contra Ick. “No sé si la gente se da cuenta de lo atorrante que es este señor, hace cinco años que el obispo vive la misma persecución.” “Cómo la vivió el obispo ya muerto –decía otra– Gerardo Sueldo. Porque Ick es el dueño de todo, es el papá de nosotros y Juárez es el abuelo.”
Las más de dos cuadras de caminantes de la mañana se detuvieron frente al edificio de Canal 7, la televisión de aire local que durante esta semana se encargó de explicar cómo llegó hasta allí el remisero del tape y el video. Como a la noche, entre los caminantes se escuchaban los cantos con el sonido de la popular: “Se va a acabar/ se va a acabar/ esta manera de apretar”.
Ick se perdió la marcha de la mañana. Llegó más tarde. Sentado con su mujer en el VIP de Aerolíneas Argentinas que lo traía de vuelta a la provincia. A las cuatro de la tarde, cuando la temperatura de Santiago adelantaba el verano con 27 grados centígrados, se bajó.

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En la primera fila caminaban los mismos que se movilizaron por el doble crimen de La Dársena.
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