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Testigos y sospechas entre el miedo y las amenazas

Un testigo clave denunció amenazas de muerte. La jueza pidió ayuda a la población. Declararon veinte personas. Algunas identifican a posibles agresores.

Por Martín Piqué
Desde Las Heras, Santa Cruz


Roberto Ramírez, el testigo que denunció haber visto a ocho hombres con seis armas cortas y dos rifles disparar contra la comisaría de Las Heras, tiene un parecido notable con José Luis Chilavert. Algunos de sus vecinos lo llaman así. Pero ayer al mediodía no tenía el aplomo del arquero paraguayo ante los penales. Eran las doce del mediodía cuando se bajó de un remís y cruzó como una tromba ante la guardia de periodistas que esperaba ante la seccional. Enseguida se encerró en una oficina, delante de un policía. Lo habían amenazado. “Hoy sos boleta”, le habían dicho desde un Renault 12 ocupado por dos personas. Ramírez denunció la amenaza y pidió que un policía o la Gendarmería lo escoltaran todo el tiempo y cuidaran su casa. La entrada de Ramírez en la comisaría baleada el lunes a la madrugada –de la que salió unas cuantas horas después– reflejó el clima que se vive en Las Heras: como todo pueblo chico, todos se conocen. Y como todos se conocen, los que saben algo tienen miedo. El gobierno de Sergio Acevedo ascendió ayer a los 38 policías de Las Heras y concedió la promoción post mortem del oficial Jorge Sayago a comisario. La propia jueza Graciela Ruata de Leone reconoció que había temor.

–¿Usted cree que la gente tiene miedo? –le preguntaron.

–¿Y a usted qué le parece? Me parece que sí –respondió desde su 4x4.

Al mediodía, la magistrada firmó un comunicado de prensa para que los medios retransmitieran a los vecinos. “Solicito colaboración a la población a los efectos de que se acerquen a dar a conocer a la autoridad policial las informaciones que puedan resultar útiles para el esclarecimiento del caso”, firmó. Por lo menos hasta anoche el pedido había tenido un éxito relativo. Según el jefe de policía de Santa Cruz, Wilfredo Roque, por la instrucción pasaron por ahora unos veinte testigos. El más mediático fue Ramírez, quien primero apareció con una gorra con visera y anteojos para intentar disimular su rostro. Aunque algunos vecinos lo compararon con la Hiena Barrios, toda la ciudad lo reconoció. Un día después, cuando volvía de una radio caminando a su casa, se cruzó con el Renault 12 y la amenaza.

El miedo es reconocido por todas las personas que se cruzan con los periodistas. Remiseros, dueños de hoteles, comerciantes. Incluso por los policías, que lo hacen extensivo a quiénes están dirigiendo la investigación. “La jueza está asustada, los políticos la están presionando para que haga detenciones”, reveló un efectivo que trabaja en la comisaría afectada por los disparos de la madrugada del lunes. Pidió preservar su anonimato. También tenía miedo el periodista aficionado que grabó un video en las tres horas que duraron los incidentes. Esas imágenes están en poder de la policía, que las mandaría en breve a Buenos Aires para digitalizar las secuencias. Quieren ver si es posible distinguir figuras. Será difícil. El dueño de la cámara contó que los manifestantes le dijeron que no filmara las caras. Entonces grabó todo desde lejos.

El avance de la investigación tiene otras dificultades, impuestas por la geografía y la falta de infraestructura. Enfrente de la comisaría 2a de Las Heras –la única ocupada porque la otra seccional fue desalojada por falta de efectivos– hay un baldío enorme, lleno de arbustos, matorrales y bolsas de residuos desperdigadas por el viento. En la noche del lunes, la oscuridad no dejaba ver nada por ahí. Todo eso hace que los aportes más importantes sean los que pueden hacer los testigos, quienes que estuvieron en el lugar del hecho. En la policía aseguraron que de las veinte personas que declararon –entre ellas médicos, enfermeros y los propios policías baleados– hubo algunas que revelaron identidades. Según un policía de cierto rango, uno de los testigos acusó a un “ex convicto, conocido en la zona, ahora desocupado” de agredir a Sayago con una faca casera. “Después llevó la cuchilla a la ruta y la quemó en un fuego, para hacerla desaparecer”, informó la fuente.

Pero las versiones se contradicen. Otro policía, también con acceso a la instrucción, negó que esté involucrado un ex convicto. También hay diferencias con la hipótesis de que uno de los autores de los disparos fue el dueño de una camioneta Ford pintada de colores, con una matrícula vieja de la provincia de Buenos Aires y una ganchera para cazar liebres. Ramírez y fuentes cercanas a la municipalidad sostienen esa teoría: el comerciante, para ellos, estaría identificado y sería vecino de Las Heras. Esas mismas fuentes aseguran que otro de los agresores, un trabajador petrolero, habría dejado la ciudad con su familia con rumbo a la localidad chubutense de Sarmiento. Tampoco hay coincidencia con esta versión.

Las sospechas cruzadas –silenciosas– recorren la ciudad. En lo único que no parece haber diferencias es en la opinión, cada vez más aceptada, de que los autores del homicidio de Sayago y los que dispararon contra la comisaría no fueron hombres extraños a la comunidad. Y en este caso la noticia no está causando demasiada sorpresa: “Aunque no lo parezca, Las Heras tiene un pasado reciente de cierta violencia. Cuando vine desde el Chaco, me asombró la cantidad de violaciones, asesinatos y abusos de menores. Tiene que ver con el cambio que se produjo hace unos años: cuando abrió Repsol y volvió a haber trabajo en el petróleo. De 6 mil habitantes en el 2000 pasamos a 14 mil en el 2006”, dice Aníbal Rivero, periodista, maestro de escuela y director de Prensa del municipio.

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Los peritos encargados de la pesquisa buscan pruebas en el suelo frente a la comisaría de Las Heras.
Imagen: Bernardino Avila
 
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