EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Agendas

 Por J. M. Pasquini Durán

Los presidentes suelen tener algunas obsesiones, o ideas fijas, que los dotan de la firme energía que necesitan para no perder el rumbo en el huracán cotidiano de la gestión, pero que a menudo limitan, es su defecto, el grado de flexibilidad que requiere el más alto rango institucional de la república. Todo líder político sabe, además, que su dieta diaria incluye tragarse algún sapo. Los que frecuentan la cotidianidad de Néstor Kirchner aseguran que tiene buen estómago, pero no tolera que nadie fuera de su control personal maneje la agenda pública, es decir que le arrebate la iniciativa política o le modifique los tiempos y el ritmo del ejercicio del poder. Más de una vez afirmó en voz alta que no acepta las presiones corporativas pero, a juzgar por la práctica, debería leerse: ninguna presión, no importa de donde venga, si la puede evitar. Cualquiera que repase la agenda semanal del Presidente podrá comprobar que de lunes a viernes, con seguridad, tiene programada su participación personal en por lo menos una actividad pública diaria en algún lugar del territorio nacional o del exterior. En cada una de estas ocasiones, Kirchner suele usar la tribuna para referirse a la urgente actualidad y, con frecuencia, a polemizar con las opiniones divergentes. Sus críticos suelen denominar a esta costumbre “los monólogos del atril”.

Sólo este tipo de sensibilidad alerta puede explicar que la Casa Rosada haya tolerado, si no auspiciado de modo directo, algún intento de hostilidad manifiesta contra la marcha promovida por el ingeniero Juan Carlos Blumberg para reclamar por mayor seguridad urbana. Las voces oficiales se niegan a reconocer la legitimidad de la demanda porque las estadísticas revelan una disminución de los índices de criminalidad y también porque los mayores centros urbanos de Argentina son casi bucólicos cuando se los compara con sus equivalentes en América latina. Sin embargo, las opiniones sociales son esquivas a las lógicas aritméticas, como se demuestra hasta en el árido campo de la econometría, donde meras sensaciones, como la confianza en el futuro inmediato, pueden influir lo mismo que la medición de la tasa de crecimiento del producto bruto. Otro tanto se ha verificado con las encuestas sobre intención de voto que suelen contradecir algunas imágenes públicas: ahora mismo, la posible candidatura de Roberto Lavagna pateó el hormiguero de los políticos profesionales, pero en las mediciones estadísticas ocupa todavía posiciones retrasadas, tal vez por la sencilla razón de que las elecciones del próximo año ni figuran en las actuales preocupaciones ciudadanas. La inseguridad es un sentimiento instalado en buena parte de los conglomerados urbanos, ratificado por los hechos delictivos que todos los días ocupan espacios privilegiados en los medios, por la desconfianza social en las fuerzas de seguridad y porque la Justicia sigue en mora con las expectativas cívicas.

Blumberg no es el único afectado por una tragedia familiar que está dedicado a reivindicar el tema de la seguridad y hay muchos más que, sin tanto barullo ni recursos como los que maneja el ingeniero, trabajan todo el tiempo que pueden a esparcir voces de alarma. El Area Metropolitana de Buenos Aires (AMBA, Capital y conurbano) es una de las más golpeadas por la percepción de inseguridad y, al mismo tiempo, es el territorio donde por diversas razones (desde Cromañón a la exclusión social masiva) las políticas de bienestar están cuestionadas. En la ciudad de Buenos Aires, por otra parte, la insuficiencia de los aparatos partidarios del oficialismo es clara y manifiesta. En resumen, estas y otras muchas razones, en una trama densa y compleja, sostienen el miedo y la incertidumbre. Aunque las autoridades no han sido indiferentes en varios sentidos, lo menos que se puede decir es que la política profesional, Gobierno y oposición en general, no supieron infundir confianza en la población ni mostraron un plan integral contra la criminalidad en todas sus formas, desde el latrocinio multimillonario hasta el hurto callejero. Reconocer la legitimidad de la demanda no significa, por cierto, aceptar a libro cerrado los argumentos ni los proyectos que la acompañan.

Tampoco es aceptable, como pretenden algunos publicitarios interesados o maliciosos de la inseguridad, que la movida de Blumberg carece de intencionalidad política. Ni siquiera son creíbles sus respuestas acerca de la posibilidad de una candidatura, porque nunca fue más allá, cada vez que los reporteros le preguntan, de las afirmaciones convencionales que hace Lavagna: aún es prematuro para tomar una decisión definitiva. Los que quieran fingir ignorancia pueden pasar por alto que el entorno del ingeniero está plagado de figuras de la derecha, algunas de ellas vinculadas sin intermediarios con el pasado ominoso de la última dictadura terrorista del siglo XX. Aun sin ingresar en esas zonas de horror, es evidente que la derecha que busca votos encontró en los argumentos de la inseguridad urbana una vía de acceso hacia la atención pública. Para decirlo más claro: Patti y Cecilia Pando están al lado de Blumberg para socavar por los flancos la política de derechos humanos del Gobierno, mientras que Macri y López Murphy tratan de afirmarse en las clases medias de los distritos del AMBA con la vista puesta en los comicios del próximo año. Distinguir los matices, en lugar de mirar todo en blanco y negro, evita el riesgo de las cegueras políticas y de los clichés propagandísticos que manejan calificaciones que reviven el pasado con una liviandad que estremece. Si los “nazis” y los “fascistas” están en condiciones de convocar el número de personas que se reunieron el jueves en la Plaza de Mayo, la democracia está en grave peligro. ¿Eso es lo que se quiere transmitir? ¿Cuánto falta entonces para que alguien pueda confundir otra vez que “la casa está en orden”? ¿Acaso es cierto que puede haber golpe de Estado “técnico”, como en el boxeo hay K.O. técnico cuando el vencido tira la toalla, tal como afirmó Raúl Alfonsín para justificar las leyes del olvido? No es creíble que el destino de la democracia pudiera decidirse en el mitin del jueves, así como es certero, porque está probado, que el mayor peligro para la libertad es la injusticia social.

La derecha, aquí y en el mundo, cabalga sobre el miedo. ¿Cuál es el corcel de la izquierda o, como se dice ahora, del progresismo? No puede ser el bochornoso acto en el Obelisco porteño del mismo jueves, una especie de contramarcha que resultó una marcha atrás. Sería bueno que sus protagonistas visibles y sus auspiciantes reflexionen sobre los resultados obtenidos porque, a primera vista, más que prestigiar sus puntos de vista le dieron alas a quien pretendían atacar, sobre todo porque el ciudadano corriente debe tener dificultades para encontrar en los discursos y en el acto mismo una propuesta de alternativa para aquietar los ánimos que, con sinceridad, están preocupados por la seguridad de la vida colectiva. Por cierto, en estos temas las izquierdas y el progresismo han tenido siempre opiniones generales pero ningún plan concreto. No es un defecto local de estas corrientes de pensamiento, sino internacional. Después del terror en San Pablo, las reacciones del presidente Lula, con magníficas proyecciones en las encuestas sobre la reelección, fueron calificadas con severidad como propias del “estadista inexistente {que} se ocultaba otra vez {en estos temas} bajo el político inconsistente”. En los análisis habituales del progresismo suelen encontrarse magníficos diagnósticos sobre las causas del delito, críticas rigurosas al rol que las elites conservadoras les atribuyeron a las fuerzas de seguridad, investigaciones puntillosas sobre las múltiples alianzas del poli-ladrón o de los amparos político–policiales al juego clandestino, la prostitución, el tráfico de drogas ilegales y otros rubros del mismo catálogo, pero ha llegado la hora de formular propuestas para erradicar los males, no sólo diagnosticarlos.

Hay experiencias de saneamiento policial en la provincia de Buenos Aires, pero da la impresión de que son podas, pero el árbol sigue intacto porque las ramas vuelven a crecer. En ámbitos del Ministerio de Justicia hay trabajos realizados con jóvenes que ya cumplieron condenas o están en libertad condicional para tratar de reintegrarlos a la vida social útil, así como organizaciones civiles en barrios marginales realizan campeonatos deportivos entre los habitantes y los agentes de la policía. En estos momentos, un equipo de juristas está terminando una revisión completa del Código Penal, elogiado por el supremo Raúl Zaffaroni y ya vituperado por las opiniones conservadoras, las mismas que apoyan a Blumberg, como parte del debate entre “garantistas” y “mano dura”, dos categorías que dicen mucho pero parecen agotarse en el puro debate paralizante. Son episodios, cuya nómina no se agota ni mucho menos en los mencionados, pero aún la política y, en particular, la política progresista le debe a la sociedad una propuesta articulada, completa y sucesiva, de modo que las soluciones no dependan de ninguna revolución pendiente pero tampoco se queden en gestos inmediatistas, parciales o intermitentes. Esta será sin duda la mejor respuesta a los “proyectos Blumberg”, una anotación eficaz en la agenda pública y, más que nada, una marcha hacia adelante en la búsqueda de justicia y seguridad con libertad y derechos democráticos para todos.

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