EL PAíS › PREOCUPACION EN EL GOBIERNO POR LAS CACEROLAS Y EL DESCONTENTO

Mal humor y alguna mano negra

En la Rosada creen que, junto a la protesta, hubo alguna operación para generar incidentes. La protesta indujo al Gobierno a estudiar la posibilidad de flexibilizar el corralito financiero. Apuntan a los vándalos y agradecen a los medios. La policía detuvo a diez personas por los desmanes producidos durante la madrugada de ayer. Orden de reprimir “con cuidado”.

 Por Felipe Yapur

“¿Si nos asustaron las cacerolas? Por supuesto que sí”, confesó a este diario uno de los hombres de confianza de Eduardo Duhalde, el día después del primer cacerolazo al gobierno del bonaerense. Sin embargo, la misma fuente advirtió que, a la “justificada” bronca de la gente contra el corralito y la Corte Suprema, se sumaron anoche “manos extrañas” relacionadas con mesas de dinero. Si bien los funcionarios de Gobierno justificaron la razón de la protesta, a la hora de hablar de los revoltosos prefirieron términos menos diplomáticos. El vocero presidencial, Eduardo Amadeo, por caso, los denominó “bestias” a las que se le responderá con “mano dura”. De todas formas, ayer, y con el ruido de las ollas todavía en los oídos de algunos, se evaluaba la posibilidad de flexibilizar el corralito.
La cacerola, la herramienta de lucha de la clase media acorralada, se volvió a escuchar en la noche del jueves en la puerta misma de la Casa Rosada. Más de un funcionario recordó el ex presidente Adolfo Rodríguez Saá vivió una situación similar días previos a su caída. Duhalde, prevenido, ordenó a los responsables de los organismos de seguridad que no se debía reprimir la manifestación: “Detengan sólo a los violentos”, dijo.
Lo único que llegó a tranquilizar a los duhaldistas fue la magnitud de la protesta. “No fue tan grande como los anteriores”, dicen al tiempo que reconocen que “es una señal de alerta”. Pero a la advertencia ciudadana, los funcionarios reaccionaron de modos diversos: “Yo sé que suena infantil, pero la gente debe tenernos un poco de paciencia. Hace apenas ocho días que asumimos”, se justificó un integrante del staff de la Casa Rosada.
Aparentemente alejado de los temores de los colegas, o tal vez cumpliendo una orden, el más firme de los funcionarios fue el secretario General del Presidencia, Aníbal Fernández. Este reconoció primero que el cacerolazo “no es una manifestación vacía de contenido” porque “la gente está muy podrida”. Aseguró que siente “el dolor de no tener mucha tela para cortar”.
Fernández, quien hasta no hace mucho ocupó la cartera de Trabajo en la provincia de Buenos Aires junto al escapado Carlos Ruckauf, se valió del discurso heroico para justificar las medidas de gobierno: “Si uno tiene sentido patriótico en las decisiones, hay que bancárselo, saber que hay que tomar una decisión, elegir un horizonte y seguir adelante con ese horizonte. No puede estar dudándose en esa toma de decisiones, porque la situación es muy mala para el país y acá no hay lugar para cagones”, insistió.
Otro de los que optó por un discurso duro fue el vocero presidencial. Amadeo, ex funcionario del gobierno menemista, a diferencia de Fernández creyó ver entre los que protagonizaron los disturbios “gente que pretende destruir el sistema democrático”.
Advirtió que “no le vamos a permitir a esa minúscula cantidad de agitadores que nos destruya. Esta policía que a las tres de la mañana tuvo que salir a pelear contra estos tipos, es parte de nuestro proyecto democrático y no vamos a aflojar en este terreno, porque hoy día los pobres comerciantes que fueron destruidos por estas bestias están sufriendo las consecuencias. Tenemos que separar las aguas”, dijo.
Para Amadeo, la aguas están separadas entre “la gente que tiene demanda de transparencia y de compromiso” y las “bestias” que destruyeron los locales de “los pobres comerciantes”.
En las cercanías de Duhalde la preocupación gira alrededor de “las manos extrañas” que participaron de la revuelta. Sostienen que “intereses económicos relacionados con mesas de dinero contrataron gente para provocar disturbios”. Pero no dan nombres y alejan a las entidades bancarias de las sospechas. En Gobierno, ya están en varios de los escritorios la lista de los responsables de los destrozos. En primer lugar aparecen los sospechosos de siempre y a los que recurren todos los gobiernos: los grupos de ultraizquierda y las “banditas de marginales”.
“Son pocos, pero con capacidad de daño”, afirman en Gobierno. “La gente tiene bronca, está molesta, y con razón, por el corralito que heredamos del gobierno de Fernando de la Rúa. Cuando salen a protestar es inevitable que aparezcan los desocupados, pero también los marginales y los chicos de la calle que no dudan en prenderse cuando la primera piedra estalla contra una vidriera”, aseguró un alto funcionario.
Ahora, superada la protesta y prácticamente seguros de que no será la última vez que tengan ollas retumbando frente a Balcarce 50, los duhaldistas buscan justificativos para minimizar el descontento y anticipan la estrategia para aislar las protestas.
“En la Argentina hay 20, tal vez 25 millones de personas que nunca en su vida vieron un cheque o una transferencia bancaria. Pero como están en la lona, cuando ven una manifestación se prenden. Pero ahora, con el plan social, muchos de ellos se van a tranquilizar y la clase media se quedará gritando sola, aunque con razón, su odio al corralito”, se esperanzó un hombre de confianza de Duhalde.
En la estrategia aislacionista de algunos duhaldistas figura la ayuda de algunos medios de comunicación. Ayer, por caso, el secretario Fernández minimizó la tardía televisación de los cacerolazos, sería como “tapar el sol con la mano”, dijo. Sin embargo, una fuente muy cercana al presidente, confió a este diario que “una mano nos dieron” y recordó lo ocurrido en los atentados del 11 de setiembre en Estados Unidos: “Fue una emergencia nacional y los medios colaboraron. Los únicos muertos que se vieron fueron los que cayeron desde las torres. Después no se vio a nadie más. Acá ocurrió algo similar”.
De todas formas, los hombres del Presidente ruegan por tener unos veinte días en paz. “Si aprobamos el Presupuesto, la nueva coparticipación federal y otras leyes que requiere Duhalde, es probable que la comunidad internacional nos tire la soga que tanto necesitamos. Veinte días de paz es todo lo que pedimos”, señalan en las cercanías de Presidencia.

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El primer cacerolazo de la era Duhalde comenzó en paz, con la clase media en las calles porteñas.
Pero a la madrugada, como es usual, la protesta se desmadró. Pequeños grupos rompieron de todo.
 
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