EL PAíS › ¿POR QUE NO TERMINAN SUS GOBIERNOS?

El misterio de los radicales

En un siglo terminaron sus mandatos dos veces: en 1922 y 1928. Las teorías van desde la falta de un “gen de gobierno” hasta la falta de ideas centrales de un partido nacido para exigir el voto y la institucionalidad.

 Por José Natanson

Quizás sea cierto, quizás falte en el ADN de los radicales –esos abogados de pantalón gris y blazer azul– el gen del gobierno. Ellos dicen que no, que no es un problema estructural. ¿Incapacidad genética o pura casualidad? Hay mil explicaciones: los orígenes de un partido nacido en la oposición, las dificultades para adaptarse a los contextos cambiantes, un cierto desdén por la economía. En cualquier caso, es evidente que la UCR tiene enormes dificultades para administrar el poder, un dato histórico subrayado hace apenas tres semanas por la caída de Fernando de la Rúa.
Fracasos
Anochecía el 20 de diciembre, el día más trágico en la vida de Fernando de la Rúa. Por la tarde –jaqueado por la protesta social y en medio de un baño de sangre– había renunciado a la Presidencia. Deprimido como nunca, se encontraba en Olivos supervisando junto a su familia el embalaje de sus cosas, cuando recibió uno de los pocos llamados que estaba dispuesto a atender. “Te agradezco”, se le escuchó decir. Y después: “Sí. Hay que seguir trabajando, pero va a costar mucho recuperarse”. Saludó amablemente y cortó la comunicación con Raúl Alfonsín.
El diálogo entre los dos líderes radicales fue breve y formal, y estuvo marcado por la desconfianza irremediable que siempre los separó. No mencionaron el asunto, pero los dos –y especialmente Alfonsín– tenían en la cabeza la misma cosa.
En sus más de cien años de historia, la UCR tuvo siete períodos presidenciales, incluyendo el de Frondizi, que ganó con el voto del peronismo, pero se presentó por una facción del radicalismo. De los siete períodos, sólo los dos primeros –la primera presidencia de Yrigoyen y la de Alvear– concluyeron en los plazos previstos. El resto –la segunda de Yrigoyen, además de la de Frondizi, la de Illia, la de Alfonsín y la de De la Rúa– fracasaron antes de tiempo.
Aunque es cierto que los golpes de Estado empañan el análisis, no es menos cierto que, en los casi veinte años de estabilidad desde la vuelta de la democracia, hubo cuatro mandatos presidenciales: los dos del PJ –ambos de Menem– terminaron normalmente, mientras que los dos radicales –Alfonsín y De la Rúa– tuvieron que renunciar antes de lo previsto.
Estirpe
La primera explicación, la más primaria, remite al origen: el radicalismo surgió a fines del siglo diecinueve como un movimiento político en un rol claro de oposición. No es casual, en este sentido, que la UCR haya existido durante 27 años antes de llegar al poder (de 1890 a 1917). El PJ, en cambio, se constituyó directamente desde el Gobierno. Juan Perón fue funcionario antes de crear su movimiento, lo que marcó a fuego la cultura del peronismo, que creció y se consolidó a la sombra del poder.
La diferencia es notable. En la UCR, el resultado es un partido orgánico y fuertemente estructurado, con una característica de la que sus dirigentes suelen enorgullecerse: la intransigencia, plasmada por Alem en aquella famosa frase de “el radicalismo se quiebra pero no se dobla”.
Ese déficit de adaptabilidad le ha impedido, a lo largo de la historia, asumir contextos cambiantes, a los que sólo se fueron acostumbrando después de un tiempo, usualmente cuando ya era demasiado tarde. La política económica es el ejemplo más evidente. “Tardamos siglos en entender que había que privatizar y reducir el Estado. Recién nos convencimos cuando llegó Menem, que había predicado todo lo contrario y cambió de postura en dos minutos”, recuerda un dirigente de la UCR.
El senador Rodolfo Terragno –un radical tardío y uno de los pocos que entienden de economía– completa el análisis con una mirada generacional. “La generación que comanda el partido desde 1983 se formó al calor de otras luchas: se consagraron a la pelea por la democracia. Y es lógico: ¿quién, en 1977 o 1978, podía pensar que se iba a recuperar la democracia en 1983? ¿Y quién en su sano juicio pensaba que el Presidente iba a ser radical? El problema es que esta lucha por la institucionalidad los hizo descuidar el tema de la administración”, concluye.
Quizás por eso, cada vez que llegan a la Rosada, los radicales lucen incómodos y desconcertados. Contrastan con los peronistas, que dan la sensación de encajar mejor con los vaivenes profundos, inesperados y dramáticos de la Argentina.
Problemas
Otro aspecto importante es la vocación frentista del peronismo contra la tendencia al aislacionismo de la UCR. Desde un principio, el PJ no tuvo problemas en aliarse con otras fuerzas políticas, tanto de derecha como de izquierda. Por el contrario, salvo algunas tristes experiencias como la Unión Democrática, el radicalismo siempre se resistió a conformar coaliciones. El ejemplo de la Alianza es claro: recién después de salir terceros en los comicios de 1995 y de exponerse a otra derrota segura en el ‘97, los radicales aceptaron la sociedad con el Frepaso.
Esta política –en verdad, un subproducto de la estrategia de la intransigencia– les impidió trabar alianzas que podrían haberlos tonificado políticamente en sus (fallidos) pasos por el poder.
Sin embargo, no todos coinciden con la idea de que las dificultades de la UCR para gobernar se encuentren en el código genético partidario. “Hubo una vertiente histórica del radicalismo, que comenzó con Yrigoyen y concluyó con Alfonsín, que cumplió su objetivo de garantizar la institucionalidad”, sostiene Federico Polak, ex interventor del PAMI y uno de los desarrollistas que mejor entienden la lógica radical.
Desde el peronismo, Jorge Asís tampoco cree que haya una incapacidad natural. “Esa es una lectura un tanto banal de la historia. Los presidentes radicales cayeron por motivos diferentes. Y es un error pensar que De la Rúa, que llegó maniatado por la ficción del poder consensual, fracasó sólo por su culpa. Tuvo mucho que ver ese pentágono que conformaban con Alfonsín, Terragno, Graciela Fernández Meijide y Chacho Alvarez, esa especie de mesa renga de polémica en el bar”, señala Asís. De todos modos, admite una cierta tendencia: “El peronismo siempre parece estar más capacitado para gobernar. En el radicalismo noto una degradación. Antes para sacar a un presidente radical había que hacer un golpe de Estado. Ahora alcanza con un cacerolazo”.
Jesús Rodríguez completa el análisis. Según dice, la de Alfonsín fue una gestión radical apoyada desde el principio hasta el fin por la estructura del partido. “Fue una frustración radical. Pero lo de De la Rúa es distinto: no fue un gobierno radical porque hubo una actitud deliberada de esquivar al partido”, señala. No aclara que, a pesar de tanto descontento, la UCR nunca rompió con el Gobierno.
Futuro
Contra lo que piensan muchos afiliados, los partidos radicales no son un invento argentino. Nacieron a fines del siglo XIX o a principios del XX, como expresión de la pequeña burguesía reformista y con un objetivo unívoco: conquistar el sufragio universal y garantizar la institucionalidad y la democracia.
Una vez que se cumplieron estas condiciones, los partidos radicales perdieron su razón de ser y se extinguieron. En Chile, el mayoritario Partido Radical fue reemplazado por la Democracia Cristiana como fuerza de centro, y hoy prácticamente no existe. En Francia, de partido poderoso e influyente pasó a obtener menos del 3 por ciento de los votos.
“La diferencia es que en Argentina –sostiene el consultor Rosendo Fraga–, los golpes militares prolongaron la razón de ser del radicalismo:la democracia siguió siendo una bandera y el eje programático continuó vivo.” No parece casual, en este sentido, que la elección de 1983, signada por la voluntad de recuperar la institucionalidad, la haya ganado un radical.
El problema se ve venir: los casi veinte años de continuidad democrática que comenzaron en 1983 ponen en duda la supervivencia del radicalismo. “Estaba condenado a salir tercero en 1997, pero la sociedad con el Frepaso le dio muletas para sobrevivir un par de años más”, añade Fraga, subrayando el interrogante sobre el futuro de la UCR.
El destino, entonces, parece claro: o se transforma, busca un perfil diferente y un proyecto programático propio, o sigue aferrado al leit motiv de siempre que –en tiempos de turbulencias económicas y continuidad democrática– ya anda un poco gastado.

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