EL PAíS › PANORAMA POLITICO

PORVENIRES

 Por J. M. Pasquini Durán

En las próximas dos décadas, el mundo necesitará un 17 por ciento más de agua dulce para cosechar alimentos destinados a la creciente población de los países en desarrollo y el uso del agua aumentará en 40 por ciento. Hoy en día, 1100 millones de personas carecen de acceso al agua potable y en 2025 las dos terceras partes de la población mundial vivirían en zonas con graves dificultades de provisión. Estos datos, contenidos en un reciente informe de Naciones Unidas, son apenas una muestra de los enormes desafíos que esperan en el futuro. Por supuesto, los países más pobres están peor preparados que los ricos para hacerse cargo de las enormes dificultades que vendrán, porque se agregan a las graves que ya tienen en el presente: la injusticia social mata a más del ocho por ciento de los niños antes que cumplan cinco años y 113 millones en edad escolar –60 por ciento niñas– no reciben educación primaria, por citar referencias que mezclan presente y futuro en una misma insuficiencia trágica. En ese contexto general, crece la urgencia de soluciones a los actuales problemas nacionales, no sólo por las prioridades de coyuntura sino por la proyección estratégica de sus energías para hacerle frente a los retos del porvenir.
En esas dimensiones del análisis, los discursos políticos en uso son de una medianía estremecedora, puesto que ninguno propone respuestas válidas para el presente y mucho menos diseños de futuro. Apenas si alcanzan para ocuparse de los canibalismos partidarios, montados en el viejo carrusel de mezquinas ambiciones individuales. Que la casta de los gobernantes haya gastado las últimas semanas esperando la decisión de un posible precandidato, como si de ella dependiera la suerte de las mayorías, es suficiente para medir las estaturas de esas ambiciones.
Aún peor, el discurso que puso fin al suspenso prefabricado no tuvo más ocurrencia que dejar un enigma sobre una supuesta visión escalofriante que acabó con sus deseos de avanzar, si es que alguna vez existieron. Suele decirse que no hay visión más espantosa que la que tiene el poderoso cuando se asoma a la conciencia de sus abismales debilidades. En todo caso, habría que descartar luces malas o bultos que se meneen, porque lo que ocurre en el ámbito de la política es el producto de la voluntad, responsable e irresponsable, de los hombres, sin ninguna presencia de designios divinos irrefutables, a pesar de lo que piensan aquellos que se imaginan bautizados por el óleo sagrado de los dioses. Como si el tiempo perdido con Reutemann no hubiera sido suficiente, ahora las cavilaciones se mudaron de Santa Fe a Córdoba, encarnadas en el Gallego De la Sota, otro presunto líder providencial. Para colmo, los malentretenidos sugieren que si el partido de gobierno queda acéfalo, el vacío será ocupado por Carlos Menem, a partir de dos supuestos que por ahora son puras especulaciones: 1) que es inevitable la victoria del PJ en las próximas elecciones y 2) que la ciudadanía es incapaz de aprender de la propia experiencia.
Si esas presunciones fueran profecía certera, hay más de un motivo para sospechar que las urnas no cerrarán el ciclo más reciente de inestabilidad institucional y que la renovación política anhelada por la mayoría de los votantes será otra aspiración frustrada o satisfecha en dosis escasas. Con los pies sobre la tierra, en el paisaje actual es lógico suponer que la travesía por el desierto está lejos de terminar, incluso con la caducidad de todos los mandatos. ¿Dónde están los relevos de los que merecen irse? Por el momento, siguen confrontando las dos tendencias de la última década: de un lado, el poder sin virtud, y del otro, la virtud sin poder. Las reformas políticas aprobadas por el Congreso son el espejismo de renovaciones verdaderas y no podía ser de otro modo ya que los legisladores pertenecen a la cultura política agotada. Así es que otorgan derechos para formar nuevos partidos o para incorporarse en calidad de”independiente” a las listas partidarias que les hagan lugar. Esos derechos, sin recursos propios para realizarlos, no irán mucho más lejos que las buenas intenciones.
“La democracia no es un hecho de la naturaleza: es un hecho de la cultura. No hay vigencia de la democracia sin cultura política correspondiente”, escribió Carlos Floria y con la misma certeza agregó: “El pasado nacional revela claudicaciones importantes en los intentos de construcción de una cultura política democrática. En realidad, hubo un tramo lejano en que se despegó y se abandonó la empresa con argumentos voluntaristas. Después pasaron más de cincuenta años, medio siglo, sin ciudadanía para las mayorías, sin libertad política para muchos, con entremeses constitucionales sin legitimidad y con creciente disposición para la cultura de la violencia y no de la amistad política”. La refundación republicana en 1983 ofreció la oportunidad del aprendizaje, aunque al mismo tiempo las políticas públicas de la economía fragmentaron a la sociedad en dimensiones sin precedentes, dividiéndola y polarizándola en un mosaico de islotes o de ghettos, desde el barrio precario a la burbuja del country, incapaces de reconocer las identidades y las pertenencias comunes.
Pese a los problemas algún aprendizaje hubo, al punto que hoy la sociedad civil distingue la calidad (la mala calidad) de sus representaciones y aspira a mejorarlas, para que en lugar de castas dedicadas al saqueo en provecho personal vuelvan a lucir el espíritu de servicio, la honestidad y la entrega al bien común. Si a la clase política sólo se entra por cooptación, termina dominando el dicho de que “entre bueyes no hay cornadas”. Por eso, la innovación necesaria requiere iniciativas inéditas que reconcilien a los ciudadanos con la política mediante el trámite claro y directo, simple en apariencia, de facilitar la participación activa y real de quienes tengan la vocación y la oportunidad. Los partidos, en sus formas tradicionales, no pueden hoy contener a la sociedad compleja, multisectorial y fragmentada, porque han cambiado las categorías sectoriales que la distinguieron en el pasado. ¿Qué partido podría hoy reivindicar la representación exclusiva de los trabajadores, si hay más desocupados que empleados y sus formas de organización son más territoriales que fabriles? ¿Cuál sería la expresión de la clase media, desgarrada por la decadencia económica? ¿A qué agrupación o candidato debería apoyar los defensores del medio ambiente o de los derechos humanos?
No hay programa ni doctrina capaz de englobar a tantas diferencias en una sola disciplina orgánica, porque además un vasto número de pobladores, sintiéndose abandonados por las representaciones convencionales, supieron encontrar formas de organización originales y propias, desde los piqueteros a los asambleístas barriales y una lista enorme de los que se llaman organizaciones no gubernamentales. En la actual etapa de transición, es impensable cancelar una u otra experiencia, dándole el monopolio a la que quede en pie. Es una ilusión que el país pueda gobernarse por un régimen de asambleas populares, pero también lo es que la administración del Estado sea de dominio exclusivo de los profesionales de la política. Más sensato y realista parece la búsqueda de caminos alternativos, donde esas experiencias puedan funcionar sobre la base del diálogo y la afinidad. ¿Cuántos partidos están dispuestos a otorgarle cupos negociados en sus listas de candidatos a delegados de esos movimientos de base, sin exigirles a cambio la obediencia ciega de disciplinas partidarias sin sentido? ¿Cuántos movimientos de base están dispuestos a elegir sus delegados a la representación institucional? Hay cambios que son posibles, pero hace falta que la disposición a consentimientos mutuos los vuelvan probables. Sociedad civil hoy en día significa una amalgama de esferas públicas con mercados privados y asociaciones voluntarias. Así como resultó absurda la hipótesis neoliberal que otorgaba el dominio último a los mercados, la parcialidad de la propuesta es equivalente cuando se pretende que alguna de las otras partes se imponga a las demás. Las elecciones, en este caso, deberían otorgarle a los pobladores de este territorio la oportunidad de ejercer la ciudadanía en su acepción más amplia, no sólo como un número burocrático en el padrón. Por la misma razón, la sociedad y los hombres concretos necesitan saber o intuir con algún fundamento en nombre de qué se desarrolla la lógica de la acción, o sea la política, para lo cual hacen falta respuestas más completas que la nominación de candidaturas a la presidencia. Es la mejor manera de aliviar la espera de los porvenires, bastante difíciles ya sin agregarle manipulaciones estériles o astucias de tahúr que juega con las cartas marcadas.
Hastiados de gobiernos sin capacidad de decisión, es obvio que los votantes esperan que los poderes elegidos ejerzan la autoridad. Sin la adecuada cultura democrática, en un cuadro de persistente inestabilidad institucional, es fácil confundir esa demanda de autoridad con prácticas de autoritarismo. Esa es una opción siempre latente: si todavía hay funcionarios, como el intendente Patti, que considera a su autoridad suficiente para decidir sobre lo que sus vecinos pueden ver o no sobre un escenario. Así se empieza ... También esta opción está en juego en el proceso institucional en marcha: si las elecciones son inútiles para definir el sentido del rumbo, la civilidad retrocederá a formas más primitivas de convivencia. Sólo la autoridad democrática es fiadora de certidumbres y factor de confianza y amistad civil. Sin haber agotado todos los elementos que están en juego, las menciones fueron suficientes para comprender que las decisiones de hoy tendrán alcances que superan por mucho el retiro forzado de algunos o la formal sustitución de un nombre por otro, a secas, sin ninguna otra transformación. Es hora de que los ciudadanos incorporen a sus preocupaciones el debate sobre el futuro de la política porque, les guste más o menos, en la resolución de esos dilemas se encuentran algunas de las respuestas esenciales de los porvenires.

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