EL PAíS

La narrativa cristinista

 Por Mario Wainfeld

Para sacarles el jugo a los diálogos informales en Palacio es bueno mostrarse actualizado, así que Página/12 ya no pregunta:

–¿Será pingüino o pingüina?

Avanza una pantalla y explora:

–¿Qué debería pasar para que se desistiera de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner?

Las respuestas, obtenidas de primeras figuras del gabinete nacional, recorren una moderada gama de sinónimos expresivos.

“Una catástrofe”, sonríe un patagónico, comensal de la mesa chica.

“Un cataclismo”, reversiona un ministro porteño, cristino él.

“Una debacle”, imagina un tercero cuya identidad se custodia porque la parla afrancesada no está de moda en la Rosada.

La segunda pregunta insta a traducir esas hipérboles en hipótesis más concretas. Los contertulios subrayan que se trata de circunstancias muy distantes, casi inimaginables. Luego las desgranan: un salto fenomenal de la inflación, una tragedia como la de Cromañón, una crisis económica internacional.

¿Una emergencia energética?, inquiere este diario, arrebujado en el frío matutino, tras un manto de neblina.

“No puede haberla”, contestan en canon. Pero si la hubiera (traduce el cronista), una ofensiva exitosa del general invierno podría alterar los horizontes.

¿Y se forma una coalición opositora? El oficialismo no la intuye, no la teme, no la asocia a una catástrofe.

En cualquier caso, si la hubiera habrá tiempo para medir el consiguiente riesgo. “No hay apuro para lanzar a Cristina. No creo que sea en julio”, aventura (¿informa?) uno de sus ministros favoritos.

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En el ínterin, el Gobierno se esmera en “consolidar su imagen internacional”, un afán común a cualquier oficialismo que se recuerde. Con ese norte viajó la senadora a Ginebra, a la asamblea anual de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en un periplo organizado por Carlos Tomada y redondeado por Jorge Taiana, quienes estarán a su vera. Sus presentaciones, pregonan en Trabajo y Cancillería, redondean un círculo muy virtuoso. Cristina dará una conferencia junto al español José María Cuevas y el sindicalista Guy Ryder. Cuevas es algo así como un bronce del mundo laboral español, dirigente-empresario, uno de los pilares de los acuerdos marco que reformularon el esquema sindical-patronal. Se está retirando tras 20 años de estrellato. Ryder es el secretario general de la flamante Confederación Sindical Internacional, en la que confluyen dos viejos troncos del movimiento obrero mundial.

Luego, Fernández de Kirchner disertará en un encuentro con representantes patronales. También hablará en un encuentro de la Organización Mundial de Comercio. Así las cosas, se engolosinan sus allegados, estará con empresarios, trabajadores y representantes estatales. El tema eje de esta asamblea de la OIT es la concertación social; la senadora hablará para varios auditorios, incluido el argentino. Será a su modo, compartiendo tópicos y adversarios con el Presidente, pero con una oratoria y un estilo distintos.

Distinto es también el esmero por lucirse en ámbitos internacionales que Kirchner suele fatigar (estimar) menos, el menor tiempo posible.

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La puesta en escena, aseguran en torno de la senadora, es coherente con la protagonista, no una impostura. “Cristina es el cambio dentro de la continuidad”, teorizan sin mayor vuelo pero con aspecto de estar convencidos.

El enroque de la pareja presidencial es incomprensible para observadores extranjeros, incluidos diplomáticos de postín, algunos con buen arraigo por acá. ¿Para qué arriesgar, si la legalidad y la legitimidad confluyentes incitan a una jugada clavada, la reelección? (se) interrogan.

En el staff kirchnerista, que no descuella por su capacidad para la disidencia interna, la respuesta es unánime. Parece internalizada y da cuenta de algo también infrecuente en el oficialismo: la introspección. Cristina, propone la narrativa oficial, encarna a la vez “el proyecto” y la asunción de que “se está llegando al fin de una etapa”. Las precisiones no sobran, pero el estilo confrontativo del Presidente, la ausencia de diálogo horizontal con sectores de la oposición y el propio oficialismo, la enclenque institucionalidad serían componentes de “eso” que agoniza.

El elenco que acompaña al Presidente también debería pasar en su mayoría o totalidad a otras funciones. Alberto Fernández es uno de los más radicales en esta posición, algunos otros dudan de que el mismo jefe de Gabinete o Carlos Zannini abandonen el más alto nivel del gabinete. Julio De Vido integraba esa elite supuestamente inamovible, pero el presumible valor futuro de sus acciones ha bajado en estos meses de mucho Skanska y poco gas.

Nadie avanza en decir cómo se hará, qué rol jugaría Néstor Kirchner (hasta acá el jefe indiscutido del pequeño grupo que comanda el Gobierno), en discurrir si existirá un poder bicéfalo.

Sólo se perciben virtudes, hálitos de novedad en la candidata. También, en una segunda napa, asoma la fatiga de un elenco muy baqueteado, que padece cotidianamente la proliferación de problemas de segunda generación inexistentes (inimaginables) cuatro años ha.

¿Y el equipo de Cristina? Mucho se susurra, circulan muchos nombres (sobre todo de mujeres, unas cuantas senadoras) pero es apresurado barajarlos. Ya se irá viendo, si es que no ocurre (¿cómo decirlo?) una hecatombe.

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