EL PAíS › LUIS D’ELIA, LIDER PIQUETERO

“La autoridad te la da un proceso de construcción”

Abuelo anarquista, padre peronista, comienzos en las comunidades eclesiales de base. D’Elía cuenta cómo nació su militancia, la organización que conduce y su unidad con “esos troskos” de Alderete, después de “18 años de no darnos bola”.

 Por Laura Vales

El abuelo de Luis D’Elía, español él, fue anarquista en los tiempos de Franco. Al terminar la guerra civil, en 1939, un escuadrón lo detuvo y condenó a muerte en la banquina del camino que va de Cuenca a Valencia. Sus familiares recibieron la merced de presenciar el fusilamiento junto con un cajón donde meter el cuerpo. La ejecución fue cumplida, las tropas se alejaron del lugar y cuando los deudos cargaban el cuerpo en el féretro descubrieron que todavía respiraba. Así que hubo un falso entierro y una recuperación clandestina, hasta que el abuelo, ya curado, pudo escapar a Buenos Aires. D’Elía nació veinte años después, el 23 de enero del ‘57. Es el mayor de tres hermanos crecidos en La Matanza, donde sus padres peronistas se mudaron con un crédito del plan Eva Perón para hacerse la casa. El papá fue fundador de la sociedad de fomento del barrio.
–Y se convirtió en una institución –dice D’Elía–. Por eso yo tuve un estigma durante muchos años en La Matanza, era “el hijo de Don Luis”.
–Encima le puso el mismo nombre, se llaman igual.
–...y yo le puse Luis a mi hijo, el más chico.
–¿Su papá era un peronista militante?
–Era un militante volcado a lo social, a la sociedad de fomento y después a los comedores populares, durante la dictadura.
–Usted también empezó a militar dentro el peronismo, ¿no es así?
–Yo soy un peronista en sentido amplio, nunca fui militante de las estructuras del PJ. Esa fue una reacción muy de los ‘70, donde la gente apreciaba el movimiento y despreciaba mucho el partido.
En la práctica social, sin embargo, no lo metió el peronismo sino los curas, en la adolescencia. Vivía cerca del oratorio del Sagrado Corazón, orden de los salesianos. Un día jugaba a la pelota en el predio de Don Bosco “y un pibe se acercó y me dice ‘che ¿no me acompañás a cargar unos muebles?’ Era Enrique Lapadula, un seminarista muy joven. Yo no hacía nada, había repetido varias veces, había dejado el colegio secundario y él me ayudó a pasar primer año, que era la barrera infranqueable para mí. Me ayudó meses, me siguió de cerca. Yo me enamoré de la personalidad del cura. Un año más tarde Lapadula nos llevó a laburar en una capilla, la San Juan Bautista del barrio Manzanares. Y nunca más me pude ir de un barrio. Lapadula fue un tipo que incidió mucho en mi formación”.
–Aunque él es un hombre más bien de derecha.
–Sí, pero de una gran honestidad. El primer libro de izquierda que leí, Cartas a una profesora me lo regaló Lapa.
–¿Sigue siendo católico practicante, de misa de domingo?
–Voy a misa todos los domingos, pero desde una perspectiva distinta. Toda mi familia es católica pero crítica de la estructura de la Iglesia. Los salesianos tienen una vertiente de trabajo, en la cual participo, las comunidades eclesiales de base. La mía se junta los domingos.
Para D’Elía, el trabajo barrial empezó en el ‘78. Terminó el secundario, trabajó en distintos talleres de la zona y se recibió de maestro. La experiencia de las comunidades eclesiales de base, dice, “nos sirvió inicialmente como lugar de formación de cuadros y después potenció la lucha por la tierra, porque fuimos los tipos que participábamos en las comunidades los que organizamos las tomas. Si vas al archivo, vas a ver que somos tapa de los diarios el 18 de marzo de 1986”.
–¿Qué pasó ese día?
–Culminamos un proceso de tomas que empezaron el 6 de enero del ‘86, en mi barrio, y concluyeron entonces. Yo ya era maestro en el barrio y los fines de semana laburaba en la comunidad eclesial de base, o sea que tenía mucha inserción. En el ‘85 hubo grandes inundaciones, fue un año tremendo de inundaciones. En un barrio que se llama La Reserva las casas quedaron todas tapadas por el agua, la gente sólo tenía el techo para subirse, fueun desastre. Yo trabajé mucho en la evacuación, me rompí el alma ese año y en un momento me dije que ese laburo no lo hacía más, que la gente necesitaba tierras aptas. En las comunidades eclesiales de base nos mandaban a capacitarnos a Quilmes, con los curas que armaron todas las grandes tomas de los ‘80. En el ‘81, una de las luchas más grandes contra la dictadura, hay una foto famosa de Novak parando las tanquetas de los milicos, impidiendo el desalojo de la gente en El Tala. Fue una cosa heroica, una reivindicación de los sectores cristianos del carajo. A mí me parecía deslumbrante. Se ve que a eso lo estuvimos incubando durante tres o cuatro años, hasta que lo hicimos nosotros.
–¿Una vez decidido, cómo se organizaron?
–Nos juntamos con todos los inundados que habían estado evacuados en mi escuela. Trajimos a los de Quilmes, primero, vino mi compañero actual de la Federación de Tierra y Vivienda, Juan Carlos Sánchez, y el finado gordo Grisanof. Ellos vinieron, nos contaron, nos organizaron, nos dieron manija. Elegir las tierras nos llevó como tres meses... Además teníamos cagazo. Ubicamos las tierras de El Tambo (asentamiento donde vive hoy), que eran de un protegido del juez de la dictadura José Nicasio Dibur, que se llamaba Abraham Muñoz. El hombre había sido uno de los capos de la custodia de Rucci, un tipo muy vinculado a la triple A, un verdadero mafioso. El barrio era esto (traza un rectángulo) y está cortado por un arroyo así (cruza con una diagonal el rectángulo). Primero tomamos la mitad de las tierras, hasta el arroyo.
–¿Cómo reaccionó Muñoz?
–Venía a amenazarnos, era un matón... yo tenía una contradicción. Era muy pichón, venía con toda la onda de la no violencia, yo era el maestrito del barrio. Pero me había juntado con Núñez, con todos los pesados que decían “los vamos a cagar a tiros”... la verdad que estaba cagado de miedo, me decía “éstos son unos locos, nos van a matar”. Me generaba mucho miedo, mucho cagazo. Al final preparamos la toma de todo el terreno, con Jorge y una negra mota a la que la gente le decía La Tácher porque era una negra más autoritaria que la mierda. Ahora queremos que la escuela del barrio se llame como ella, Ema Leiva de Torres. La vieja los volvía locos a los Muñoz. Nos quedamos ahí y no nos fuimos más, terminamos tirándole la casa abajo a Muñoz.
–¿No intentaron desalojarlos?
–Al principio. El Tambo era un desbole, lleno de carpas, un tolderío. Estábamos acomodándonos y un día los Muñoz organizan una represión. Nosotros sabíamos que estaban armando una historia, entonces Núñez dice “yo los voy a organizar a todos éstos”, por los que estábamos en la toma. Agarró y distribuyó a la gente en herradura para defender el lugar, puso a otros sobre los techos del barrio vecino, con palos, piedras, escopetas, 9 milímetros... Los Muñoz entraron disparando en un torino azul sin patente, acompañados por dos patrulleros. Y la gente les respondió. Les empezaron a tirar y les rompieron todos los coches. Los agujerearon de lado a lado. Nuestra única víctima fue un pibe, Maciel, que le estropearon una pierna.
–¿A los Muñoz qué tal les fue?
–Nunca supe, nunca preguntamos tampoco (ríe). Quedaron los coches todos agujereados. Habían tirado los grandes, los chicos, todo el mundo. Fue la gesta histórica de El Tambo, el 23 de enero del ‘86.
–Y ya no los molestaron.
–No, porque además ese día pasó algo que nos ayudó. Mona Moncalvillo, que tenía un programa en ATC, vino y transmitió en vivo. Toda la prensa empezó a debatir y la exposición pública quebró a los tipos. Ahí nos consolidamos. Realmente fue una historia apasionante.
–Después habrán tenido que organizarse como barrio.
–Claro. Yo conduje todo ese proceso que terminó en el ‘94 entregándole a cada vecino su escritura. Nos cooperativizamos, le compramos al Estadonacional en 250 mil dólares. Hoy El Tambo es un asentamiento modelo. Casi todos los vecinos son propietarios, tenemos asfalto, teléfono, luz, estamos haciendo el gas, tenemos un dispensario sanitario donde vas y te dan los medicamentos, los análisis, dos guarderías, el colegio, el polideportivo... es un barrio con mucho orgullo, con mucha chapa, con mucha cosa conseguida. Y yo soy una figura muy pesada en mi barrio. La autoridad no te la da un cargo ni una asamblea, la autoridad te la da un proceso de construcción.
La Federación de Tierra y Vivienda, organización piquetera de la CTA, se creó 12 años más tarde, el 18 de julio del ‘98. En el acta de fundación el objetivo declarado siguió siendo la lucha por la tierra, pero la cuestión del trabajo empezaba a aparecer como el principal eje. Un año antes, en el ‘97, vecinos de distintos asentamientos habían tomado el oratorio del Sagrado Corazón, territorio de los curas salesianos, para reclamar planes de empleo. Después habían vuelto a salir a la calle con una marcha al Ministerio de Acción Social. Los desocupados de la CTA y los de la CCC todavía no habían coordinado ninguna protesta conjunta. “En esa época eran unos chinos de mierda”, se ríe D’Elía.
–No se bancaban.
–No. “Esos son unos troskos”, decíamos nosotros, porque (Juan Carlos) Alderete había venido a cortar la calle y los habían cagado a palos... porque acá en La Matanza estaba Pierri, entonces había que medir lo que se hacía. Después me di cuenta de que nos habíamos pasado 18 años al pedo sin darnos bola, de prejuzgarnos mal.
–¿Ustedes cuándo empezaron a cortar rutas?
–En el ‘99.
–No, digo solos.
–No, solos no... cortamos con Alderete. Solos nunca cortamos.
–¿Cuántos vecinos de los que hicieron esa toma son piqueteros hoy?
–Más o menos la mitad.
–¿También de las otras tomas de aquella época?
–Hay muchos, están todos acá, los que vivían en La Reserva cuando la inundación, Duarte, Marisa, todos esos locos.
–¿Cuántos son hoy en la FTV?
–Estamos en plena campaña de afiliación, estimo que vamos a estar entre 80 y 100 mil en todo el país.
–¿Y qué opina Lapadula, qué dice el cura sobre los piqueteros?
–Lapadula nos repaldó en todo. A nosotros nos prestó el lugar para hacer la primera asamblea piquetera nacional. Y nos decía “yo me junto con ustedes para que nunca me voten de obispo”.

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