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La experiencia pop

Surgido en los 60 y con Andy Warhol como pope o Papa, el pop renace y se sigue multiplicando en estos días en una discoteca porteña, donde músicos, artistas plásticos, fotógrafos y diseñadores le rinden homenaje.

 Por Nora Veiras

Desde los días en que Andy Warhol tuvo esa fantástica idea de hacer un cuadro con la cara de Marilyn repitiéndose como ecos apenas diferenciados por sus colores, mucha historieta, muebles de acrílico y raros sonidos nuevos han corrido bajo el puente. Una suerte de cultura de masas que aseguraba que todos tendrían su parte, digamos, de los bonitos objetos que el prestigio había reservado, hasta entonces, para lo exclusivísimo, mínimo y eternamente cool de unos pocos. Pero allí reside, precisamente, la trampa: porque lo pop, a decir verdad, no tiene por qué limitarse a la conformidad inconsciente que Deleuze atribuía a la producción en masa, seriada, infinita, capaz de arrastrarnos a una meta ficticia con el anzuelo de la promesa de una vida rosadamente perfecta. Por el contrario, lo pop puede ser una experiencia, un mundo lleno de estímulos y placeres que no promete nada, que no sea más que sí mismo, y lo bien que hace. Puede no ser una góndola de supermercado con productos elaborados en serie. Y también puede, grupo de gente inquieta mediante, producir eventos tan ambiciosos como para reunir todas las expresiones pop urbanas posibles, definir esos encuentros lisa y llanamente como “experiencia cultural”, renegar de las ferias multidisciplinarias y rescatar la convivencia de lo singular dentro de la comunidad. De hecho, es lo que sucede desde que el ciclo Experience Pop, el jueves pasado, se decidió a transformar las primeras horas de la noche de la discoteca La France (Sarmiento 1662) en un centro de reunión agitada y multicolor.
Aire, fuego, agua, tierra fueron las consignas que empezaron a organizar los encuentros. Porque “el pop es el único movimiento que es pura experiencia”, Cristina (fotógrafa autodeclarada dark y glamorosa) tuvo una iluminación mientras todos buscaban un eje para eso que querían hacer sin saber bien cómo, y dijo “los elementos”. En reuniones de amigos, “la crítica siempre era ‘no hay lugares nuevos para tocar, no hay lugares para ver cosas raras, no hay lugares para ver cosas nuevas’. A todos nos pasaba lo mismo, y tratamos de reunir gente que pudiera mostrar cosas que no se encuentran en cualquier lado”. Entre fotógrafos, músicos, diseñadores y artistas plásticos, la idea de la autogestión fue prendiendo con una velocidad, cuentan entre todos, pasmosa. Martín, fotógrafo y músico, dice que “en definitiva algo había que hacer”, y que ese algo resultó ser el deseado evento, multiplicado por cuatro jueves, y totalmente “armado a medida en todos los sentidos: armamos el evento al que queríamos ir”, para “que el resto de la gente lo comparta con nosotros”.
Dicen que el aire es “liviano, pero necesario para mantener la vida”, que “las ondas que flotan hacen que nuestro cuerpo se mueva y que nuestra mente se expanda para llegar a lugares inimaginables”. Y allí está el dj que inaugura la velada con los sonidos relajados de un chill out. En el entrepiso, unos percheros muestran prendas de telas entre vaporosas y modernas. Remeras de lycra con detalles en peluche, pantalones que combinan su inspiración retro con materiales tan modernos como apliques reflex, vestidos muy 50 al lado de carteras plásticas y zapatos futuristas. Clara es una de esas chicas tan glamorosas que “cuando caminamos dejamos un rastro de glitter”. Encargada de los desfiles que se harán entre los shows preparados por las bandas (“nuevas y otras más instaladas”, de las que tienen disco y cierta difusión), dice que el mismoconcepto de aunar veladas y elementos fue el que llevó a esos diseñadores y no otros a estar ahí ese día, y que por eso pueden verse telas livianas, prendas abiertas, remeras sin mangas y colores saturadamente veraniegos. Distinto será el jueves 5 de setiembre, cuando le toque el turno a la tierra (“lo asocié a lo carnal, a lo físico, con telas pesadas y ropa muy armada, con muy buena construcción”), y ni hablar de la jornada del fuego (este jueves) y del agua (la semana próxima).
Una pantalla gigante cuelga del escenario para reflejar imágenes de un desfile íntimo y divertido, mientras en las paredes de unas gradas altísimas, inmensas como es todo el lugar, dan cuenta de otro aspecto inevitable del pop: la imagen retratada, colorida y estática de fotos, cuadros y arte digital. Retratos de mundos privados, las fotos y los cuadros juegan con parlantes hi-fi; televisores 80 y máquinas de escribir para recrear una computadora sobre el pasto crean situaciones más irreales con una chica, un globo rojo con brillos y un garaje gris; incorporan restos de zapatillas y fotos de sus propietarios para mostrar un collage descaradamente naïve, o un autorretrato realizado en el momento de extremo aburrimiento. Hacia el fondo, unos pequeños dibujos realizados en computadora parecieran no ser más que afiches publicitarios muy modernos de marcas conocidas, pero, en realidad, son una suerte de chiste a medio camino entre lo público y lo tribal: una supuesta publicidad de Pepsi reza “Pepa” (“animate a más”), otra de Sprite “Speed”, una de Moulinex “Limadex” (“pica, aspira, corta, cuela”), otra “¡¡Limpia tu cabeza de malas ondas!! Se un chico POPer”.
Es que el pop, como dirá Martín, “viene de la mano de todos”.

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