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Radiografía de Ministro Rivadavia

Por C. A.

Ministro Rivadavia es el pueblo que perdió el tren: esos campos que hoy se ven raleados con ranchos fueron pensados como un lugar residencial para que construyeran sus quintas las familias porteñas de dinero tras la peste de 1870. Pero Adrogué y Burzaco ganaron en la puja política y las vías del ferrocarril pasaron por sus terrenos y no por este pueblo que se quedó en el tiempo. Después de 13 décadas, aislado, como metido en el campo, con abundantes terrenos fiscales, se convirtió tras la sangría menemista en un refugio para excluidos sociales. La población se duplicó en diez años: de 9 mil pasó a 17 mil. “El escalón más bajo es terminar en Ministro Rivadavia. Acá vienen los que ya no pueden vivir entre los pobres”, diagnosticó una mujer a cargo de una ONG. Y los índices de pobreza reafirman la idea. Página/12 pudo acceder al censo realizado en el mes de octubre en Ministro Rivadavia por un equipo de sociólogos del Secretariado de Comunidades Autogestionarias, Sedeca, a pedido de una de las organizaciones más fuertes y activas del lugar: Emaús. Todos los datos hablan de un caso extremo, de una zona con los niveles de miseria de los pueblos africanos: del total de la población el 94,6 por ciento vive bajo la línea de pobreza. Y el 75,2 por ciento bajo la línea de indigencia.
“Estos son datos profundamente extremos –señala Eduardo Chávez, sociólogo del Instituto Gino Germani y coordinador de la encuesta–, teniendo en cuenta que duplican los valores promedio del resto del Conurbano, de acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares del mes de mayo.” Si se observan las cifras sobre pobreza teniendo en cuenta los hogares, es claro que Ministro Rivadavia limita a los cuatro puntos cardinales con la injusticia. Nueve de cada diez hogares están bajo la línea de pobreza, no llegan de ninguna manera a completar la canasta básica de alimentos. Y el 75 por ciento de las familias es indigente.
A semejante nivel de miseria se le sobrepone la angustia de la inseguridad para los vecinos que sobreviven en Ministro. En la encuesta de Sedeca se consultó a los vecinos sobre cuáles son los problemas más importantes de la comunidad: en primer lugar figura la falta de trabajo, seguido muy de cerca por la seguridad, y un poco más atrás el hambre. Chávez explica que si se mide como ocupados a los que perciben un programa asistencial como Jefas y Jefes, la desocupación es del 21 por ciento. Sin los asistidos, el índice real es del 37,7 por ciento. Si se tiene en cuenta los que sólo tienen changas o empleos informales, las personas con problemas laborales llegan a ser 62,2 por ciento. El drama es mucho mayor en la franja de jóvenes que va de los 15 a los 25 años: son la mayor parte de la población y los que nada tienen para hacer. La mayoría nunca conoció la experiencia laboral.
La ONG Emaús es lo que en sociología se denomina una “institución total”: en una zona en la que el Estado desaparece es la ONG que más funciones estatales cubre. La organización sostiene una comunidad de sin techo que viven en una casa a cambio de clasificar ropa donada, la Casa del Niño –donde existe un proyecto integral de atención–, la Escuela Técnica –el único secundario del lugar–, el centro de formación para adultos. Cada uno fue asaltado y destruido entre dos y cuatro veces, supuestamente por la misma bandita: los Banegas o Speedy González.
La Casa del Niño tiene grandes patios, árboles, verde, aulas, aljibe, salas de juego, un quincho enorme sin ventanas. Los chorros se llevaron en varios asaltos las pelotas de la escuelita de fútbol, garrafas, todas las herramientas del secundario, y arrancaron el portón gigante del quincho, entero. Entonces se decidió quitar las ventanas al salón para no perderlas. Pero los ladrones volvieron y arrancaron de cuajo los marcos de aluminio. El año pasado, después de robar tres veces el galpón donde los cirujas almacenan la ropa usada, una noche lo prendieron fuego. El censo hecho por Sedeca y Emaús indica que más del 85 por ciento se alimenta gracias a los comedores de las instituciones barriales como Emaús. Es difícil entender el nivel de agresión que sufren entonces estas organizaciones. Cristina de Urquiza, coordinadora del proyecto de la ONG en Ministro Rivadavia, piensa: “A uno le cuesta tomar conciencia del nivel del drama. Pero después de años de trabajo aquí de alguna manera hemos terminado siendo los ricos del barrio. Con la gran migración de empobrecidos que llegaron a la zona vino también la ruptura de códigos. Es claro que quienes nos han saqueado pueden ser familiares de los niños a los que damos de comer, educamos y tratamos de brindarles atención de salud en un lugar en el que el 75 por ciento carece de ello”.

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