EL PAíS › OPINIóN

Reediciones

 Por Washington Uranga

¿Quién gana y quién pierde? No hay una única respuesta. O directamente no existe la respuesta. También porque la pretensión de quienes generaron el paro/piquete fue provocar agitación –y si es posible caos– para que muchos, desde distintos lugares, intereses y perspectivas, puedan obtener su propio rédito. Era la mejor forma de sumar voluntades y propósitos dispersos y, desde muchos aspectos, contradictorios entre sí. Después de la 125, el llamado Grupo A intentó agrupar a un variopinto collage de fuerzas con el único objetivo de “estar en contra”. A la vista está que, a pesar de que la articulación fue ideada desde las corporaciones mediáticas y su apoyo (también la decepción posterior) fue evidente, el propósito no se logró. Las elecciones que consagraron nuevamente a Cristina Fernández a la cabeza del Ejecutivo son la manifestación más elocuente de ello.

No habría que caer en la simplificación de equiparar a aquel Grupo A con el poco coherente aglutinamiento de fuerzas que generó el paro/piquete de ayer. Aunque, también es importante decirlo, allí están muchos de los mismos que alimentaron el agrupamiento anterior y los mismos que fueron claramente derrotados en las urnas el año pasado.

En esta protesta hay gran cantidad de trabajadores, de organizaciones de base, que reclaman con justicia por recortes en sus salarios y advierten al Gobierno respecto de medidas que consideran necesarias. Pero curiosamente, el piquete/paro de ayer es aprovechado precisamente por muchos grupos económicos (incluidos algunos aliados de los burócratas del sindicalismo) favorecidos por políticas económicas de otros tiempos que el Gobierno no modifica y que van en desmedro de los asalariados. Porque mientras se resiste el ajuste del mínimo no imponible en el Impuesto a las Ganancias para seguir recaudando y mantener la caja del Presupuesto, no hay reforma tributaria seria y profunda y no se decide tocar al sector financiero. Pero será difícil que la Sociedad Rural, que ayer salió a respaldar la medida de fuerza o que se sumó al 8N, haga una declaración a favor del Gobierno porque no reforma leyes actuales que siguen favoreciendo más al capital que a los trabajadores. A la vista está la resistencia de los hacendados bonaerenses cuando se intentó ajustar el Impuesto Inmobiliario Rural. La discusión es mucho más profunda y tiene que ver con intereses y concepciones sobre derechos, el hombre y la sociedad.

Los organizadores de la protesta dicen que fue un éxito. Y seguramente lo es desde el punto de vista de que se paralizó gran parte de los servicios del país. Desde el Gobierno se sostiene lo contrario. Ni tanto ni tan poco. La baja de la actividad se dio porque los “estrategas” del paro lograron paralizar los trenes y porque la izquierda se encargó, con poca gente, de bloquear algunos accesos a la Capital. El resto lo hizo la dificultad para movilizarse y el temor “a lo que pueda pasar”. Muchos, aun adhiriendo a los reclamos, no se sumaron porque claramente no ven de parte de quienes impulsaron la medida ninguna propuesta coherente. También porque desconfían de las intenciones, los propósitos políticos y la coherencia de quienes aparecen como cabezas de la protesta. El paro no fue masivo, ni el país se paralizó. Tampoco fue un fracaso. Y, una vez más, el Gran Buenos Aires no es el país.

Pero si el reclamo no tuvo otro eje conductor que el “no”, aunque todos lo pronuncien distinto y por distintos motivos, tampoco sirve el argumento oficial que también dice “no” a todos los planteos y que sólo alude al respaldo electoral del año anterior. Es legítimo que quienes están a cargo del Ejecutivo insistan en reafirmar la propuesta para la que fueron votados. Pero también es legítimo que quienes están en desacuerdo busquen la manera de expresarse, porque la democracia no es solo votos. La democracia es una forma política que se basa en el reconocimiento de la diferencia y en la búsqueda de convergencias. Y tampoco es cierto que quienes hoy aparecen alineados –real o aparentemente– detrás de la Presidenta piensen todos de manera homogénea, que haya una sola mirada. También allí hay un aquelarre que se sostiene mientras haya convergencia de intereses.

No puede decirse que el paro/piquete de ayer sea una simple reedición del Grupo A. Pero se le parece. Aquí, además del “no” que los aglutina hay demandas concretas que vienen de las bases sociales y de trabajadores. Sobre ellas se montan los grupos económicos y corporativos haciendo “como si” estuvieran de acuerdo. Es un momento difícil para el análisis. Hay que hilar muy fino para no confundirse. Y, sobre todo, para pensar siempre en el actor popular como principal protagonista, a fin de no reeditar alianzas que lo que menos hacen es tener en cuenta este principio. Es otra vez un momento para pensar en la política, como arte y como ejercicio del poder, para producir convergencias.

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