ESPECTáCULOS › “UN OSO ROJO”, UN WESTERN SUBURBANO DE ADRIAN CAETANO

La Argentina, como el lejano oeste

En una semana con tres novedades locales, el tercer largo del director de “Pizza, birra, faso” y “Bolivia” se plantea como un riguroso film de género, en el que la suerte de un hombre se juega a los tiros. Julio Chávez, como el Oso del título, parece un raro heredero de Clint Eastwood.

 Por Luciano Monteagudo

“A veces, para hacerle bien a la gente que uno quiere, lo mejor es estar lejos”, le sugiere alguien al Oso. El Oso (Julio Chávez) habla poco, pero sabe escuchar, quizá porque viene de pasar una temporada larga a la sombra, en la cárcel. Ahí se enteró de que su mujer agarró a su hija, Alicia, y se fue a vivir con otro hombre. No es que Natalia (Soledad Villamil) no lo quiera al Oso, pero ella también tenía que sobrevivir, seguir adelante. Ahora el Oso está afuera de nuevo y –como un perro apaleado, de esos que, si se los acaricia, muerden– no puede dejar de rondar la casa donde creció Alicia, que a los siete años tiene en la pared unas fotos de una familia que no lo incluye. Al Oso, además, le andan debiendo una plata, del trabajo que le costó la cárcel. No es poca y está decidido a cobrarla, porque no es un tipo al que le guste que le anden con vueltas.
Un oso rojo es el tercer largo de Israel Adrián Caetano, después de Pizza, birra, faso (codirigida con Bruno Stagnaro) y Bolivia, dos películas fundantes del llamado Nuevo Cine Argentino, que reflejaban de una manera cruda y auténtica la vida en los sectores más marginales de la estructura social. Ahora Caetano vuelve a esa zona lumpen, pero haciendo lo que el director dice que siempre quiso hacer: cine de género, en este caso un policial negro, que tiene también mucho de western. No por nada le advierten al Oso, cuando sale de la cárcel: “¿Vas a San Justo? Tené cuidado, que en ese pueblo son medio jodidos. Siempre andan a los tiros, como en el Far West”.
Ese paisaje suburbano desolado, con calles polvorientas y bares sórdidos como saloons, le viene muy bien a la historia del Oso, un personaje que por momentos parece escapado de alguna novela de perdedores de David Goodis o Jim Thompson, pero con una infalibilidad y una dureza heredadas de Clint Eastwood. Ese cruce de géneros Caetano lo maneja de la mejor manera, evitando las citas textuales o los guiños cómplices, dejando simplemente que el peso específico de cada plano de su película se comunique con una herencia cinematográfica que el director logra hacer propia.
A diferencia de tanto cine policial criollo, Un oso rojo no apuesta a la mera espectacularidad de alguna secuencia de acción (aunque tiene un par de tiroteos tan secos como bien resueltos) ni se pone obsecuentemente del lado de la policía. Por el contrario, la austeridad, el laconismo, la emoción contenida son características constitutivas de la película, como si se hubiera contagiado de la personalidad del Oso, que es un chorro (“Toda la guita es afanada”, afirma), un tipo violento, que está decididamente del lado más peligroso de la ley, pero que no por eso deja de querer y extrañar a su hija. Esa complejidad del personaje está muy bien expresada por Chávez, que parece llenar toda la pantalla con su cuerpo, como si su bronca contenida no cupiera en sí mismo.
Otro hallazgo del casting es el del ilusionista René Lavand, como “el Turco” o “el Manco”, un sinuoso caudillo del bajo fondo, que lo quiere enroscar al Oso y que maneja a su gente (entre la que no falta la policía)con sólo alzar su vaso de cerveza para un brindis siniestro. Menos cómodos se los ve en cambio a Villamil y a Luis Machín, como si Natalia y su nueva pareja, Sergio, hubieran requerido quizás actores que no necesitaran una “composición” para encarnar a personajes que no son precisamente de clase media.
En un film de un pulso narrativo siempre muy firme, hay un par de secuencias particularmente intensas y significativas. Una es breve y describe la tácita humillación del Oso ante su hija, Alicia (Agostina Lage), cuando ella ve desde la calesita cómo la policía cachea al padre en busca de armas. La otra, más ambiciosa, se inicia en una fiesta escolar, cuando el Oso va a ver a su hija de escolta, y luego –con una escarapela en el pecho– sigue derecho hacia un asalto salvaje a un camión de caudales, donde se van sucediendo las muertes al ritmo de las estrofas solemnes del Himno Nacional. Allí se destila ese veneno, ese ardor del que habla el cuento cruel de Horacio Quiroga que es el preferido de la hija del Oso y que la película elige como justo epílogo.

Argentina, 2002.
Dirección y guión: Israel Adrián Caetano.
Fotografía: Guillermo Behnisch.
Producción: Lita Stantic.
Intérpretes: Julio Chávez, Soledad Villamil, Agostina Lage, Luis Machín, René Lavand, Enrique Liporace, Freddy Flores.
Estreno de hoy en los cines Hoyts Abasto, Village Recoleta, Cinemark Palermo, Cinemark Puerto Madero y otros.

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Julio Chávez y Soledad Villamil encabezan un elenco en el que sorprende el ilusionista René Lavand.
 
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