ESPECTáCULOS

Una prueba piloto para foguear a Mambrú en el trato con las fans

Colegialas enloquecidas y familiares de las nuevas estrellas le dieron marco al primer recital del grupo de “Popstars”, en un shopping de Devoto.

 Por Julián Gorodischer

Son eximias lanzadoras de bollitos de papel: unas los envuelven en gomitas para el pelo, otras los embadurnan de saliva. La cuestión es que les lleguen a los bochados, que miran desde un balcón del shopping Devoto convertido en sector VIP. Las fans no distinguen jerarquías, y les tiran sus teléfonos escritos en rouge o birome, con leyendas del tipo: “Te quiero” o “Llamame”. Los bochados se entusiasman y asumen que ya no viajan en colectivo. “Se prenden fuego”, definen a sus groupies, y alguno se ilusiona con una cita posterior: la de trencitas y la rasta “están refuertes”. Faltan minutos para que empiece el primer recital de los “Mambrú”, y las colegialas veneran a las madres, a los hermanos, a las prenseras y a Gustavo Yankelevich, que mira de reojo desde el VIP. El hacedor del éxito sonríe, engolosinado por la aceitada maquinaria del espectáculo aun en la Argentina quebrada, sorprendido de las dos mil almas que lo dejaron todo para correr por la tranquila calle Quevedo de Devoto. El recorrido habitual de las abuelas y los rateados hoy es como la Bombonera. “Qué lindo –dice Yankelevich–, qué lindo es motivar a la gente”.
El asunto es que este Rey Midas criollo importó “Popstars” en la Argentina devaluada, armó las Bandana, y ahora empieza la carrera por los Mambrú, en prueba piloto de bajo perfil planeada para foguearlos. “Cuidamos un sueño –dice– y se transformó en un gran negocio”. Los bochados asienten en silencio, y se acercan, haciendo malabares para que no se les caigan los bollitos. El gordo Leandro paladea su propio sueño realizado: cantar los boleros de Luismi el próximo fin de semana en un recital propio. El segundón, queda claro, también goza de beneficios, y qué importa si no se es un Mambrú. En el mundo según “Popstars” el “no quedaste” es un paso previo al triunfo que llegará más tarde. Que se sienten a esperar tranquilos porque como tranquiliza el hit de la victoria: “... y si no es hoy alguna vez”. Los anuncios rimbombantes siempre suman: “Estamos pensando algo novedoso para el año que viene”, anticipa Yankelevich.
–¿Cómo qué?
–Por ahora disfrutemos de este grupo que acaba de nacer, que de verdad es muy bueno– dice, y señala la escena de los cinco Mambrú, apelotonados, como si a los varones correspondieran patadas al aire y empujoncitos, rusticidad que evitaría el gaste para atribuirles un rótulo novedoso. Que se sepa: son rockeros. Unas chicas se quejan porque “no bailan” y otras se empujan para estar más cerca. La Cruz Roja retira a siete desmayadas, y otras cuatro, en la primera línea, se quedan sin aire. Gerónimo pide “un pasito más atrás, que las están ahogando”. Mambrú reclama hinchada y pogo, no grititos de pop prefabricado. Alguien, en la previa, decidió que el pop Bandana era demasiado “afectadito” y les cambió el perfil a medida: más ronquera y menos movimiento de cadera. ¿Por dónde empezar sino por el peinado? Entonces Oscar “Roho” Fernández, el peluquero del rock, fue nombrado como lookeador oficial, dudó, consultó y se decidió por dar el sí. Ahora los indies porteños entran a Roho y escuchan, de fondo, el hit “Sé que en otro tiempo volverás, y si no es hoy alguna vez...” y, en cualquier caso, se enfrentarán al argumento:
–En un principio la idea no me convencía, me daba vértigo –cuenta el peluquero–, pero me dijeron que querían algo más sofisticado que las Bandana. Para mí, hacer esto es un poco trash, pero me fui encariñando con los pibes. Ahora puedo poner los temas en Roho, y la gente entra y los baila.
En este recital, a las ahogadas se les ofrece un vaso de agua; las desmayadas esperan en una camilla. Unas pocas están en ayunas desde las cinco de la mañana hasta la noche, sólo para anticipar la seguidilla deGran Rex que vendrá desde el 1 de noviembre. Una miembro del Mambrú Fans Club Oficial toma otras precauciones: “Estamos bien alimentadas”, dice Marcela, seguidora fiel que acompaña cada presentación en “El Show de Videomatch” o en “Radioshow” y custodia el trofeo-bandera con las firmas de los cinco popstars. Alecciona a las novatas con las reglas del buen fan: Vendrás con una viandita y conocerás tus límites, aceptarás la ley del más fuerte sin competir con las experimentadas, no estudiarás ni trabajarás ni harás nada que no sea conocer la rutina de un Mambrú de memoria y rendirás culto a una historia de amor que jamás será consumada. “A mí me gusta el Tripa”, dice Marcela, con sonrisita y caricia a la firma del profe de Aerobic en la bandera.
Son fans desde que se enteraron del “Popstars” de varones, sólo por darse el gusto de tener un Backstreet Boys criollo, y se preparan para la guardia permanente en la puerta del Gran Rex, los alaridos a la camioneta a la salida, una nueva pelea con la familia. En el Mc Donald’s de Florida intercambian figuritas y se desafían: “La próxima le doy un beso”. En el fondo saben que nunca pasará, pero tal vez se les dé con un bochado. No es lo mismo, pero al menos las ilumina por cercanía. ¿El gordo Leandro o el gemelo de Pablo? ¿Quién da más? Las fans tiran más bollitos, piden un beso, festejan como propio el Disco de Oro de su grupo favorito y, después, se van a paladear la victoria (el lugar en la primera fila) a un barcito de Devoto. Sueño, hambre, sin dinero para el colectivo, una falta más en el colegio: ¿Acaso importan? “Esto –dice, en cambio, Estefanía, vecina de Devoto– se lo contás a tus nietos”.

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