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La cultura como prioridad

Por Teresa Solá

En mi corta gestión como secretaria de Cultura de la Nación me propuse la modernización y fortalecimiento del organismo. Consideré fundamental encarar una reforma del área patrimonial histórico cultural, impulsándola en un sentido novedoso, en aras de hacerla más eficiente. El interés por las industrias culturales era el otro eje. Tan es así, que no cejé hasta que se efectivizaran, en parte, algunos de los aportes que el gobierno nacional debía a los directores y productores cinematográficos, reconociendo la incuestionable gestión que tuvo el Instituto Nacional de Cine durante los dos últimos años.
El reto siempre fue el de realizar una gestión moderna, de construcción de consensos, de jerarquización de los organismos y del personal permanente de la secretaría, no para administrar el statu quo sino para promover cambios significativos, tanto de las distintas áreas como organizativos. Para ello, era necesario definir los proyectos que surgieran desde el conjunto de la sociedad y consensuar con los organismos, los gremios, el personal y los actores involucrados, encarando responsablemente la situación de crisis que atraviesa nuestro país.
Por eso era y es significativo que la Secretaría de Cultura dependa directamente de la Presidencia de la Nación como forma de enfatizar los cambios y la importancia de que el hecho cultural se inscriba en el quehacer nacional de la manera más autónoma y expresiva posible. El desarrollo de políticas sociales, la articulación enriquecedora con los distintos distritos del país para no dejar de brindar las actividades culturales que la población merece, la búsqueda y la jerarquización de los valores y de los movimientos de vanguardia tomando como principales ejes los de la juventud, la mujer y la defensa de los derechos humanos fueron algunos de los objetivos que se quisieron impulsar. Se intentó generar una rápida convocatoria de todos los sectores involucrados a fin de lograr una ley de mecenazgo que mejorase el proyecto vetado durante mi gestión y que realmente incentivara la participación privada en los proyectos culturales. Los cambios políticos y las responsabilidades en otro ámbito público no me permitieron compartir la gestión del presidente Duhalde, pero traté por todos los medios de que la administración de la secretaría no se viera afectada; y que los organismos centralizados, descentralizados y desconcentrados tuvieran garantizada la continuidad de su gestión, después de haberse aceptado las renuncias, en algunos casos indeclinables, de sus autoridades.
Quiero resaltar el consejo y apoyo de algunos expertos como Miguel Frías, Martha de Mena, Marcelo Magadán, Teresa Gowland, Norberto Ivancich, creadores de la talla de Leonardo Favio y artistas como Horacio Ferrer, Bergara Leumann y Jorge Marziali, quienes, desinteresadamente, colaboraron con mi breve gestión, junto con Hipólito Covarrubias, Juana Aristi, Julio Goldestein, Mercedes Avogadro, Oscar Ghersi y Antonio Alcaraz. Espero que la cultura pueda recuperar su capacidad de realización y que el Estado no resigne el importante papel que tiene en la redistribución equitativa de los bienes culturales, propiciando el surgimiento de nuevos protagonistas. Es una realidad incuestionable que nuestro país atraviesa circunstancias definitorias, pero es precisamente éste el momento para que la cultura manifieste plenamente su fuerza vitalizadora que no es otra que la identidad del pueblo y de cada uno de los creadores que la representan.

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