ESPECTáCULOS

“El Carnaval es un lugar de resistencia cultural”

José Alanís, más conocido como Pepe Veneno, es un artista clave en la historia de la murga uruguaya, a la que nutrió de elementos del teatro. Perseguido por la dictadura, exiliado en Estocolmo, ahora quiere volver a su país.

Por Angel Berlanga

“En estos últimos años la murga uruguaya ha evolucionado mucho”, dice José Milton Alanís, más conocido como Pepe Veneno, uno de los artistas que, justamente, desde una perspectiva histórica, más aportó a la evolución de ese género del Carnaval uruguayo. De paso por Buenos Aires, donde ofreció una serie de charlas sobre cultura popular y sobre sus experiencias como murguero, este hombre de 63 años, residente desde 1977 en Estocolmo (hacia donde debió partir como refugiado político de la dictadura luego de pasar tres años detenido en la cárcel de Punta Carretas de su Montevideo natal), está entusiasmado con radicarse otra vez en su país y reivindica el Carnaval “como espacio de resistencia popular”.
Alanís nutrió a la murga de algunos elementos propios del teatro, ámbito en el que se formó inicialmente. A lo largo de la década del ‘60 escribió textos, arregló voces y dirigió en varias murgas (Araca la cana y Diablos verdes, entre otras) hasta que en 1969 se hizo cargo integralmente de una que cambiaría la historia del género: La Soberana. Alanís, de larga militancia en la izquierda uruguaya, además de cargar las letras con la efervescencia política de la época (algo no tan novedoso, aclara, teniendo en cuenta que la primera murga que llegó a Montevideo en 1908, Gaditana que se va, ya era contestataria), dispuso una cuidada coreografía y largos ejercicios de dicción, modulación y vocalización a sus murguistas. “No fue fácil, había muchas resistencias”, recuerda. “‘¿Pero cómo voy a rodear un elemento?’, me decían. ‘Dejame mover como me moví toda la vida’.”
En 1974, luego de que La Soberana desfilara por las calles de Montevideo vestida con los colores nacionales y encadenada, Alanís fue detenido por “atentado moral contra las Fuerzas Armadas, vilipendio y escarnio”. Lo torturaron, le hicieron simulacros de fusilamiento. “Me hacían subir largas escaleras, vendado”, rememora. “Y luego me decían: ‘Chau, aquí llegó tu hora, no quisiste hablar, hijo de puta’. Y me empujaban. Caía a un colchón que estaba a medio metro, pero en ese segundo quedabas loco. Ese segundo era la muerte. El miedo era terrible. Incluso llegué a soñar que estaba muerto”.
Luego, el exilio en Suecia. Allí organizó talleres literarios, grupos teatrales y, contratado por la comuna de Gotemburgo, dirigió la primera murga casi totalmente integrada por suecos. Desde que cayó la dictadura vuelve, para Carnaval, a su país; allí hará la cobertura radial del evento para CX42, emisora de la ciudad de Montevideo. “Me siento reconocido –dice–, pero también mucha gente de Carnaval discrepa y polemiza conmigo. Todavía hay muchos que dicen ‘el Pepe Veneno politizó la murga, el Carnaval tiene que ser para divertir a la gente’. Pero yo creo que está bien, que se enriquece la cosa.”
A diferencia de los tradicionales, durante décadas, “números sueltos” de las murgas, Diablos verdes y Contrafarsa, las agrupaciones que ganaron en los últimos años en el certamen del Carnaval de Montevideo, plantean sus espectáculos en torno de un tema que resulta un hilo conductor. Alanís subraya que fue La Soberana, en 1987, la primera en plasmar lo que él llama “ópera-murga”, con “la concepción teatral de planteamiento, desarrollo y desenlace”. También reivindica para sí la creación de la “murga mixta”, conformada por el mismo número de hombres y de mujeres. Y destaca el nivel actual del género: “Cualquier murga, hasta la que no aspira a ningún premio oficial, canta maravillosamente bien y podría actuar en un escenario de cualquier país”, dice. “El espectador cree en el espectáculo porque hay entrega. Sobre todo en las nuevas generaciones, se ve un enorme talento en cuanto a la capacidad poética y musical.”
Alanís señala que está al tanto del sacrificio que vienen haciendo muchas de las agrupaciones murgueras de Buenos Aires y se lamenta de que el Carnaval no tenga el vigor que tiene en Uruguay. “De hecho, aún estáformalmente prohibido en la Argentina”, subraya. “Es un espacio popular y hay que reivindicarlo. Hay todo un trabajo ahí, para recuperar el Carnaval”. El murguero señala que “hasta ahora no pude volver a radicarme en Montevideo por cuestiones económicas”, dice Alanís. “Pero voy a volver. Ahora tengo la posibilidad de recibir una pensión anticipada y de traer un proyecto cultural, apoyado por los suecos. Quiero venirme, quiero vivir el resto de mi vida en el Uruguay.”

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José Alanís tiene 63 años, y una larga historia de militancia.
 
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