ESPECTáCULOS

La patria chica de los Bush, o la tumba de todas las esperanzas

“Una buena chica”, de Miguel Arteta, retrata con crueldad la vida en un pueblito de Texas, con Jennifer Aniston como gran protagonista.

 Por Horacio Bernades

El 2002 fue un buen año para Jennifer Aniston, la Rachel de la serie “Friends”, y no sólo por las cifras astronómicas que ella y sus compañeros de elenco cobran por el show que en la Argentina emite el Warner Channel. Tampoco por ser la esposa de Brad Pitt, lo cual la convierte en una de las chicas más envidiadas del planeta Tierra. Fue un buen año en términos artísticos para Aniston. Por un lado, su personaje en “Friends” creció a lo largo de la temporada, junto con su panza de parturienta. Por otro, después de haber repetido sus mohínes semanales en comedias de cine como El objeto de mi afecto y Office Space, en el 2002 Aniston reveló un costado desconocido de su talento, en una película que resultó todo un suceso para la liga de los independientes. La película es The Good Girl, se paseó por varios de los más prestigiosos festivales internacionales de cine de arte y está nominada a cuatro de las principales categorías para los Independent Spirit Awards, los Oscar del cine independiente estadounidense (mejor película, guión, actriz protagónica y actor secundario), que se entregan en días más. En la Argentina parece que se la consideró demasiado poca cosa para estrenarla en cines, por lo cual la semana próxima el sello Gativideo la hará llegar a videoclubes, con el título de Una buena chica.
Es la tercera película de Miguel Arteta, que nació en Puerto Rico, pero vive en Estados Unidos. Su opera prima, Star Maps –que se vio en una de las ediciones del Festival de Mar del Plata y más tarde se editó en video– mostraba a un director-autor convencido de que el mundo es una pocilga, y declamándolo sin demasiada sutileza. Una buena chica dice lo mismo, pero ya sin necesidad de andar gritándolo a los cuatro vientos y con una homogeneidad y medio tono que no eran precisamente los rasgos más destacados de su opera prima (entre una y otra, Arteta dirigió una comedia políticamente incorrecta llamada Chuck & Buck). Una buena chica transcurre en un pueblito perdido de Texas, patria chica de los Bush, al que Arteta y su guionista Mike White ven poco menos que como una tumba de todas las esperanzas. Por primera vez sin dar la impresión de que acaba de salir de la peluquería, Aniston es Justine, cajera de un supermercadito al costado de la ruta.
Con un aspecto como zombificado, Justine va de la casa al trabajo, y cuando vuelve a casa se encuentra con su marido de apellido revelador, Phil Last (el omnipresente John C. Reilly, una vez más componiendo al ser más opaco del mundo, como en Chicago, Las horas y Pandillas de Nueva York). Pintor de paredes, los dos principales hobbies de Phil son pasarse el día fumado junto a su amigote Bubba (Tim Blake Nelson, último integrante del trío protagónico de ¿Dónde estás, hermano?) y reclamarle a su esposa que no tenga la comida lista. La mirada vacía de Justine y su modo de andar, los brazos rígidos al costado del cuerpo, lo dicen todo con respecto a lo bien que la pasa. Hay un plano que se reitera tres o cuatro veces a lo largo de la película, y que resulta demoledor en su elocuencia: mientras Phil ronca a su lado en la cama, ella le da la espalda, los ojos abiertos en un insomnio eterno. Como puede suponerse, Phil es estéril y no está dispuesto a reconocerlo.
Bastará que Justine haga contacto visual con un compañero de trabajo que tiene la mirada todavía más triste que ella (Jake Gyllenhaal, visto recientemente en La vida continúa) para que los dos rumbeen hacia el motel más cercano. Obsesionado con la lectura de El cazador oculto, cuya angustia adolescente le sienta como un guante, el muchacho se hace llamar Holden (por Holden Caulfield, protagonista de la novela de Salinger), tiene unos padres que se pasan la vida frente al televisor y la idea del suicidio le da vueltas en la cabeza. Una buena chica contrapesa tanta fúnebre carga existencial con una seca y distanciada ironía. Esta se hace desternillante en el personaje de Cheryl, compañera de trabajo de Justine, cuya principal ocupación es decirles en la cara a sus clientes, con el tono neutro de una locutora de aeropuerto, que su vida es una porquería.Los ojos muertos y sobremaquillados, la lengua más afilada que una vedette argentina, Zooey Deschanel (que había sido una de las groupies de Casi famosos) confirma que es una de las grandes esperanzas blancas de la comedia estadounidense más ácida y corrosiva. Ah, Una buena chica no termina bien, por si alguien tenía todavía alguna esperanza de ello.

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“Una buena chica” paseó con éxito por los festivales de cine de arte.
La película de Arteta llega directo a video, sin haber pasado por los cines.
 
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