ESPECTáCULOS › LA ESTETICA DE LOS REALITIES INVADE LOS NUEVOS DIBUJOS ARGENTINOS

Como “Gran Hermano” pero con animación

“El Mono Mario” visita islas del Tigre impregnadas de sexo, Juan “Mercano” Antín prepara una casa con muñecos de plastilina y Pablo Felli diseña concursantes deformes que hablan con sentencias de autoayuda. Casi como en la vida real.

 Por Julián Gorodischer

Tiemblen las casas de “Gran Hermano” y las academias de cantantes: llegó el cartoon reality. El mismo animador que antes aprovechó los dibujos para contar la historia de “Mercano, el Marciano”, irresoluble en carne y hueso, ahora imagina “algo totalmente nuevo”: un reality show de dibujos. Pero no cualquier reality. El de Juan Antín es un proyecto de largo alcance. Su fantasía, hecha de plastilina, prevé un laboratorio de genética donde se manipulan plantas, animales y personas. Lo que sobra allí es enviado a la convivencia en una casa, tipo “Gran Hermano” pero de mutantes. Y allí podrán verse, en ese “hábitat hostil que, sin embargo, no impide la vida en comunidad”, un tipo deforme con partes humanas, un pez que respira sólo al aire, una planta carnívora vegetariana, todos con un defecto o falla. La clave es la paradoja: un nombre que enuncia lo opuesto (“carnívoro pero vegetariano”). Antín, que viene de ganar premios en Annecy, en Francia, Sitges, Islantillas y Vittoria, en España, para su película animada Mercano, el Marciano ahora quiere correrse a otra zona, un poco cansado de la repetición del trabajo “en serie”, después de años de plasmar un mismo diseño de cuerpo diminuto y cabezota verde.
“Soy animador porque es el campo de la libertad creativa absoluta”, dice Antín. “Es la sensación de ser un Dios de historias.” Si Mercano... fue el paseo extrañado del marciano por Buenos Aires, con algo de herencia burtoniana para construir al chivo de la “cruel ciudad”, el reality show lo instala en una empresa más terrenal: contaminarse de la “vida en directo” y sublimar su condición de consumista de distintos realities, para recrear un show algo más crítico y mucho más desopilante. El método de la animación con plastilina permite al equipo ir improvisando sobre la marcha, entre toma y toma. El sistema de trabajo es novedoso: cada animador invitado (entre quienes se encuentra Ayar B., coautor de Mercano...) tiene a su cargo el desarrollo de un personaje, “su protegido”, que se pone a interactuar con los otros. La tormenta de ideas se termina cuando se escucha el click de la cámara de fotos. Las tomas, muchísimas, generan el movimiento, y Antín se esperanza de que habrá un tiempo para gritar la “misión cumplida”: “Para septiembre podríamos terminarlo, saldría en MTV o en Locomotion”, dice. Tan exacta es la réplica animada del reality, tan de alto vuelo los objetivos de calcado que hasta incluyen una instancia para la votación, ritual obligado que aquí se ejercería a través de Internet. “La gente –adelanta Antín– va a decidir en qué parte de la casa quiere que se ubiquen los personajes. Habrá zonas más o menos hostiles de acuerdo con el mayor o menor confort.”
Pero esto no termina aquí. Otro animador joven, creador de dibujos como “Angelito y Diablo” –emitido por Much Music– o “Chico pobre”, entre otros, está pensando lo mismo en el mismo momento. Pablo Felli, que antes se lanzó a ambiciosas producciones para hablar “del bien y el mal” (“Angelito...”) ahora, sin conocerse con Juan Antín, imagina la entrada de los dibujos a la era Reality. “Ya se han hecho tantos realities –explica– que falta uno en dibujos para derribar el mito de programa serio. El mío es un punto de vista crítico-social para parodiar a los personajes.” El suyo es, también, un extraño experimento que prevé el encierro de otras tantas criaturas en una casa para una convivencia forzosa. El contrapunto con “la realidad” está dado en la extrañeza de los rehenes: dos ositos amorosos, un chanchito Fígaro “que se toca todo el tiempo”, un símil Pokémon y una rata que sueña con ser Mickey y tener un parque de diversiones propio. Para los diálogos, Felli relevó manuales de autoayuda de Louise Hay y Jorge Bucay y guionó su reality (“Cartoon Reality”) con citas textuales de esos libros. Lo curioso del caso es que el tono sentencioso y refranero es muy parecido a la jerga “Gran Hermano” u “Operación Triunfo” y se sintetiza en la consigna: “Tú puedes” o “El sueño es posible”. No es, sin embargo, la única incursión de Pablo Felli en el “panorama de actualidad”. Antes impulsó a “Chico pobre”, un retrato de la miseria del “chico más pobre del mundo” que llega a devorarse a sus amigos. El dibujo lo deja en claro: tiene hambre, quiere comer. “Yo no quiero contar la historia de una típica familia estadounidense”, dice Felli, quien, si pudiera, “cerraría las puertas a ‘Los Simpsons’. Yo quiero contar a la gente de acá. Ellos cuidan su industria, nosotros tenemos que empezar a explotar más nuestro patrimonio”. No está hablando, por cierto de una vuelta al nac and pop para consumo externo; no está en sus planes una “Argentinísima” animada. Para muestra, basta “Chico pobre”: el estreno del dibujo con conciencia social para retratar un último pedazo de tierra amenazada por el constructor de shoppings y el de cadenas de comidas rápidas. Aquí el “villano imperialista” combate al autóctono venido a menos, y Felli asegura que nada de esto es “demodé”. “Hay que seguir hablando de ciertas cosas”, argumenta.
El reality se cuela, también, en “El Mono Mario” (por Much Music) pero más cercano a una cruza entre “Confianza ciega” y “Expedición Sex”, de Víctor Maytland, primera experiencia de show porno regional. En un capítulo reciente, una isla del Delta recibe a Mono y su amigo millonario, Gerardo, junto a cinco seductoras contratadas a tal fin, que se bañan desnudas en el jacuzzi y satisfacen al cliente a toda hora. Conviven con los tipos y con Moria y la Coca Sarli, a tono con esa incorrección sexista que Gastón Pérez Carossio asignó a su protagonista. El Mono Mario es el último retrato de la Argentina menemista, de gatos pulposos y yuppies codiciosos. Es la vida del tirado “bon vivant” a costa de su amigo gerente y siempre protegido por alguna “vieja loca”, con un palo para famosos de la vida real y un espacio para el porno soft.
Pérez Carossio hace ingresar a la realidad al dibujo para reírse del famoso y elevar a la “persona común” (Mono) al rango de superstar. Y con su isla sexual en el Delta deja ver una clara ligazón con “Confianza...”. Otro reality en dibujos, aunque esta vez contradiga todas las claves del género: sexo explícito en vivo y famosos como rehenes. “El Mono Mario” nació como un dibujo sólo para la red durante el boom de las puntocom, y ahora no sólo es uno de los programas más pedidos de Much Music sino que se vende al exterior y cuenta con negocio temático en las Galerías Jardín. Sobre el tono “excedido” que podría enloquecer a feministas o activistas gays, Pérez Carossio tiene poco para decir: “Queremos generar un poquito de polémica pero no hay una ideología detrás de ‘El Mono Mario’. El personaje puede querer que vuelva Menem pero lo ponemos sólo por joder. No queremos bajar línea, apenas dejar plasmado un retrato”. El resto: anécdotas de la vida real (o de la vida en directo) pero dibujadas, último bastión del encierro que Juan Antín resume en la premisa: “La vida en comunidad no se limita a los humanos”.

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“El Mono Mario” satiriza el modo de vida del apogeo menemista.
 
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