ESPECTáCULOS › “RUMIARBARRO: PANTANO”, UNA ATIPICA REFLEXION ARGENTINA

Cuando no hay pasado ni hay futuro

La compleja puesta, que involucra a más de treinta actores, sirve como alegoría de una realidad en la que no abundan las certezas.

 Por Silvina Friera

Rumiarbarro:pantano, performance con textos de Bernardo Cappa, Cecilia Propato, Alfredo Rosenbaum y Walter Rosenzwit, aborda una temática tan compleja y escurridiza como la argentinidad. Una pareja de coreanos habla en un idioma incomprensible, camina con pasitos cortos y apresurados, se ríe e invita al público a ingresar a la sala. Mientras los espectadores se van acomodando en seis diferentes espacios, a modo de corrales, se escuchan sonidos que remiten a una estación de tren, voces que anuncian arribos y partidas hacia diferentes ciudades y pueblos. El entramado sonoro y musical multiplica la desolación y soledad de seis viajeros que cargan con bolsos, valijas y mapas. Ninguno sabe a ciencia cierta cuál es su destino, pero deambulan por el espacio escénico y murmuran las indicaciones que les dieron. Todos confunden las calles, los barrios, líneas de subte, colectivos y trenes, logrando tensar al máximo posible las contradicciones entre lo urbano y lo rural. En ese desorden nómade de cuerpos y mapas, la puesta potencia el drama actual de un país que parece no encontrar su anclaje, empantanado en situaciones que siempre se reiteran. ¿Qué sentido tiene insistir en nociones tales como pasado y futuro, si el ciclo de las repeticiones es eterno?, parece ser la pregunta que subyace en la puesta.
La secuencia posterior se expande hacia el imaginario de los tiempos de la conquista. Como en un collage, los actores irán parodiando las tradiciones teatrales del sainete criollo, el grotesco, el realismo y el absurdo. Tres viajeros emergen de sus valijas abiertas, llenas de tierra. El primero tiene la certeza de que esa tierra le pertenece, el segundo se jacta de lo mismo y el tercero se presenta como el adelantado, el único que tiene los papeles enterrados para comprobar que la tierra es exclusivamente de su propiedad. La desorientación consigue entretejer un territorio nuevo, atravesado por múltiples prejuicios: cuando uno de los viajeros pronuncia en francés la calle Jean Jaurés, otro lo defenestra por “extranjerizante”. La discusión adquiere ribetes patéticos al punto que se desafían para ver quién llora último, rematando la escena con chorros de aguas que se lanzan frenéticamente todos contra todos.
Una escritora aristócrata, vulnerable por el aburrimiento de una vida, demasiado cómoda y previsible, inicia un monólogo que condensa mitos y creencias de la idiosincrasia nacional y de la psiquis femenina. La chica que vive en su casa “es peruana y no roba”, sostiene maravillada por el descubrimiento. Lo que a priori, podría simbolizar, desde lo discursivo, una actitud políticamente correcta, rápidamente se desvanecerá cuando admite que “roba porque debe ser parte del estilo”. Perturbada por la presencia de un hombre desnudo en la pileta, la escritora en cuestión cuenta que se precipitó –excitadísima– sobre ese cuerpo “acostumbrado al escombro”. Sin embargo, afligida por su fracaso sexual, confiesa que no llegó al orgasmo porque el hombre pertenecía a otra clase social. Como contrapartida, irrumpe un varón, prototipo del macho argentino, que rozando la ambigüedad sexual, alertará sobre el peligro que acecha a la especie. “Las vaginas son como mandíbulas de mandril”, dice desencajado por el pánico y asocia ese poderío con la toma de poder por parte de las mujeres, que pronto serán gobierno. Después que la voz en off, como salida de las entrañas de la tierra, advierte sobre una luz mala que deja los ojos chiquitos, los amantes mazorqueros se escapan de un cúmulo de ropa y comienzan una danza erótica. Esos cuerpos parecen entablar una búsqueda signada por la tragedia. A medida que se van aproximando, los amantes se lastiman y salpican con sangre. Ese baile, a modo de ritual, se convierte en uno de los momentos más intensos de la puesta por la aterradora belleza y desesperación que transmite la pareja.
No resulta sencillo trabajar con más de treinta actores en planos escénicos simultáneos y aunque el resultado final es acertado, el ritmo se estanca cuando cada uno de los actores escogen espectadores para contarles historias sobre la tierra colorada que tienen entre sus manos, o las piedras grises que llevan dentro de un frasco. No falta la típica madre que aconseja a su hija, a punto de casarse, sobre los trucos de un buen matrimonio (“a los tipos se los conquista con la concha y se los domina con la cacerola”). O el drama de un puñado de mujeres, expulsadas del sistema, que para sobrevivir montaron una pyme de leche de teta y temen que la empresa naufrague porque a una de ellas le brota leche de colores. La dirección de Propato, Rosenbaum y Rosenzwit explora lo dramatúrgico, estético, sonoro y visual en un mismo nivel de jerarquía y consigue resignificar los discursos sociales preexistentes en torno a la conformación de un país que sangra y se empantana cada vez más.

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En “Rumiarbarro...”, un grupo de mujeres trata de sobrevivir con una pyme de leche de teta.
La obra explora lo dramatúrgico, estético, sonoro y visual en un mismo nivel de jerarquía.
 
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