ESPECTáCULOS › SE ESTRENO UNA NUEVA PUESTA DE UNA OPERA DE WAGNER

El fantasma llegó sin buque

La dirección de Dutoit y las voces de Mozhaev y Russo logran un espectáculo notable. La magnífica escenografía de Kuitca choca con el convencionalismo de los movimientos de masas.

 Por Diego Fischerman

La ovación a cantantes y director, seguida del estentóreo abucheo de la barra brava wagneriana a los responsables de la puesta, puede haberse debido a un exceso de provincianismo. Puede haber castigado, sencillamente, una propuesta que no sigue literalmente una tradición de representación realista. Es posible que para algunos, todavía, cuando se dice “barco” se deba ver un barco y que cuando se menciona a los vientos no haya otra posibilidad que la agitación de cabelleras. Pero, más allá de la indignación de los ultramontanos, hay algo que no terminó de plasmarse en la versión de El holandés errante, de Richard Wagner, que se está presentando en el Colón, y que terminó dejando descolocados tanto a la brillante escenografía de Guillermo Kuitca como a la marcación de Daniel Suárez Marzal.
La ostensible oposición al texto de la instalación escénica, en donde el barco de marras es reemplazado por una cinta transportadora de valijas de acusada perspectiva y un fondo en el que el mar se confunde con una ruta infinita, funcionaría mucho mejor, en todo caso, con una puesta que jugara más explícitamente hacia lo abstracto. La profusión de movimientos de brazos y de vueltas carnero de los marineros espantados por los fantasmas (las valijas de la cinta transportadora), sus paquidérmicos saltos en el aire con el consiguiente zapateo sobre los acentos y las corriditas para irrumpir en escena, en el mejor estilo comedia de Darío Vittori, sumados a la flagrante simetría de algunas entradas del coro (señoras de un lado, señores del otro, pero ambos al mismo tiempo y con la misma velocidad), destruyen todo lo sugerente e irreal (o ideal) de ese paisaje fantasmagórico y cercano a la eternidad ideado por Kuitca y muy bien iluminado por Nicolás Trovato. Las escenas de dúos, solos y tríos, en cambio, logran conservar la magia y es en ellas, junto a la apabullante calidad musical, en donde descansa lo mejor de una puesta con errores, pero en donde los aciertos son de tal magnitud que alcanzan como para lograr, a pesar de todo, un espectáculo sumamente atractivo.
El holandés errante, estrenada en Dresde en 1843, es la primera gran ópera de Wagner y prefigura en varios aspectos sus obras maestras tardías, sobre todo El anillo de los nibelungos y Tristán e Isolda. El uso de leitmotiv (el correspondiente al holandés anticipa, por otra parte, al famoso de las walquirias, en la segunda parte de la Tetralogía) y una concepción de la orquesta y de la narración musical sumamente elaborada hacen que esta obra resulte sumamente moderna para la época. Y el brillo de la partitura estuvo, en la función del estreno, en primer plano, a pesar de algunas fallas de importancia en los bronces. Charles Dutoit, ya desde una obertura tomada con un tempo ágil, marcó los lineamientos de lo que sería su abordaje a esta música: nada de falsa solemnidad, empuje, fraseo elegante y, sobre todo, un equilibrio perfecto entre el impulso dramático y el señalamiento de grandes arcos expresivos por un lado y el detalle en el fraseo y en los planos por el otro. Cuerdas y maderas tuvieron un rendimiento excelente en esta versión que exigió a losmúsicos, al mismo tiempo, concentración y energía. Un detalle relevante fue, en ese sentido, la ejecución de los tres actos sin intervalos entre sí, unidos por interludios instrumentales, de acuerdo con los deseos originales del compositor.
Entre los logros de Suárez Marzal está el haber otorgado al personaje de Senta un cierto espesor que la aleja de la simplicidad wagneriana en la materia, según la cual las mujeres tienen poca cosa que hacer en la vida salvo esperar al hombre indicado y, eventualmente, redimirlo. La fortaleza del amor absurdo de la mujer por esa leyenda (y por un retrato) aparece bien delineada y, sobre todo, el régisseur acierta al no pensar la relación como triangular. Erik, el cazador, ama a la mujer, pero su amor sirve, solamente, para mostrar lo inconmovible de la pasión por el holandés. La estadounidense Maria Russo fue una excelente Senta en lo vocal, con timbre y color homogéneos, afinación segura y fraseo preciso, convincente a pesar de no contar con el físico más adecuado para el personaje. Fedor Mozhaev es un holandés impecable, de timbre bellísimo y una línea de canto de gran pureza, mientras que el veterano Paul Plishka, a pesar de su pronunciado vibrato, tuvo autoridad y presencia en el papel de Daland, el padre de Senta. Carlos Bengolea fue un Erik apasionado; Carlos Duarte, de timbre cristalino y excelente afinación, se destacó en el breve papel del timonel, mientras que Alejandra Malvino cantó el papel del aya con vacilación. El coro, sumamente deficitario en lo actoral (sus integrantes oscilan entre la abulia y la hiperkinesis), fue correcto en lo musical.

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Una cinta transportadora de valijas reemplaza al barco fantasma en la escenografía de Kuitca.
 
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