ESPECTáCULOS › EL “PROYECTO CINE INDEPENDIENTE” PLANTEA EL PROBLEMA DE LA EXHIBICION

“Hay una gran responsabilidad del Estado”

Para muchos de los realizadores del llamado “nuevo cine argentino”, la dificultad no reside sólo en producir un film sino, llegado el momento del estreno, en tener la posibilidad de encontrarse con su público natural. “No se puede competir con ‘Matrix’...”, dicen.

 Por Mariano Blejman

El nuevo cine argentino viene pariendo películas de nivel, con buenas performances en festivales, pero el público local no suele corresponder con el prestigio que las acompaña. Muchos films nacionales celebrados en el exterior no tienen la misma suerte en su estreno porteño. ¿Qué sucede? Unidos en el deseo de llevar sus obras al cine, un grupo de cineastas fundó el PCI, “que no es una vacante de siglas dejada por el Partido Comunista Italiano”, dice Andrés Di Tella, sino el Proyecto de Cine Independiente. Reunidos por Página/12 cuatro directores –Andrés Di Tella (Prohibido, Montoneros una historia), Ariel Rotter (Sólo por hoy), Ezequiel Acuña (Nadar solo), Paula Hernández (Herencia)– se juntaron para pensar uno de los problemas graves del cine independiente: la distribución y exhibición. Mientras, los realizadores comenzaron a mostrar lo suyo. El ciclo que organizó el PCI en el Atlas Recoleta (Guido 1952) incluye la proyección de varios de los largometrajes estrenados de sus miembros. Son 22 películas con 85 premios, cuatro preestrenos (Ana y los otros de Celina Murga, Bonanza de Ulises Rosell, El juego de la silla de Ana Katz y Modelo 73 de Rodrigo Moscoso), dos programas de cortos y cuatro invitados. Las proyecciones son rotativas, de jueves a domingo en cuatro funciones hasta el 3 de agosto. La cartelera puede verse en www.pciargentina.com. El ciclo es un puntapié inicial para convocar a jornadas en octubre para revisar las reglamentaciones de exhibición.
–¿Por qué mucho cine reconocido internacionalmente no puede llegar masivamente aquí?
Andrés Di Tella: –Se puede hacer cine de muchos modos: en 16 mm, en 35mm, video digital, hasta en VHS. Esa realidad da la riqueza del cine argentino, que para mí está en su mejor momento. En cuanto a masividad está en un punto intermedio, pero tampoco está dejado de lado. El asunto es que hay una sola forma de exhibir cine: en el cine. La suerte de años de trabajo se juega entre jueves y domingo de una semana.
–¿Eso es frustrante?
Paula Hernández: –Está todo jugado al comienzo: se sabe en tres o cuatro días cómo le va a ir a tu película. El sistema es absolutamente perverso. No se puede competir con la parafernalia de Matrix o Hulk.
A.D.T.: –La verdadera prueba de que un film nuestro puede funcionar es el boca en boca. Y para ello se necesita tiempo. En esa primera semana en que el film sale a verse está en juego la publicidad. Una obviedad: nadie vio una película antes de que se estrene. Entonces, sólo queda saber teniendo una semana si la película será buena de antemano.
P.H.: –Cuando estrené Herencia nuestra campaña de prensa fue destinada a que se viera en la primera semana. Teníamos muchísimas deudas y llamamos a todo el mundo: no podíamos esperar una semana. Es delirante. Lo nuestro funcionó porque tuvo un poco más de tiempo. La vieron 89.000 personas.
Ezequiel Acuña: –Las salas de mejores condiciones técnicas son las grandes cadenas y cuando estrené Nadar solo había ocho copias de Matrix entre 16 salas. Nosotros tuvimos una y duró dos semanas. Mientras más rápido bajan las argentinas a los distribuidores les parece mejor.
–Pero el problema de distribución no es nuevo.
E.A.: –Herencia metió 89.000 personas, ¿por qué El descanso (de Rosell, Moreno y Tambornino) metió 4000? Ambas son populares, no son herméticas. Yo sabía que mi película iba a meter 6000 personas. Podía ocurrir un milagro, pero ése era el universo que podía responder. Hay películas que parecen nacer con fecha de vencimiento.
–Hay que darle tiempo al público...
E.A.: –Yo vi Picado fino de Esteban Sapir en el ‘98 y el que no la vio se la perdió. Y estaba buena. Si mi película sigue una semana más, la gente va al Tita Merello porque es barato. Hay 12.000 estudiantes de cine en Buenos Aires, de ésos, 11.500 casi no ven cine nacional.
–¿Y qué puede aportar el ciclo?
Ariel Rotter: –La intención es que sea una excusa para demostrar que la mayoría de esas películas fueron mal expuestas, mal promocionadas, tuvieron un tiempo en la sala no acorde con lo que estaban mostrando.
P.H.: –No pretendemos una postura única. Pero no queremos que sea la única forma de ver cine como los distribuidores lo piden.
A.R.: –Por eso hicimos funciones rotativas en una sala. Pasando los films con menos repeticiones, pero que tengan más tiempo en cartel. El ciclo sale la mitad, $3,50. Y es un primer paso para llamar a las jornadas de octubre para intentar cambiar la legislación. Que para un espectador argentino, Matrix no cueste lo mismo que una película nuestra.
–¿Cuál es el rol del Estado?
A.R.: –Hay países donde pasar películas nacionales tiene alguna suerte de subsidio. No hace falta que sean redescuentos, hay sistemas para fomentar la exhibición. El Incaa plantea que no sirve plantárseles a los multicines, pero tampoco sirve que haya ocho Matrix en un multicine. Cuando la gente ve una peli que le gusta, tiene ganas de ver la que sigue. El cine funciona por contagio. En ese sentido, tendría que haber mayor formación de público desde la TV. Sólo por hoy fue vista por 30.000 espectadores, una cifra digna. Hay películas mejores que les fue peor.
–¿El interior no se deja de lado?
A.R.: –Si no te va bien en Buenos Aires las distribuidoras ni la mandan al interior. Ahora hay un programa del Incaa para recuperar salas, pero no somos distribuidores.
P.H.: –Yo fui al interior con Herencia. Acompañé la película a varias provincias, pero fue muy difícil en cuanto a los números.
A.D.T.: –Muchos sentimos fatalismo. Pero el intento es hacer algo. Yo colaboré al comienzo del Bafici y nadie pensaba que sería como es hoy. Hay que tener imaginación. La pauta comercial para nosotros es igual que las extranjeras. Hay que pensar productos creativos: el éxito del Festival residió en que había además de películas cierto glamour.
P.H.: –Es verdad que hay necesidad de circuitos alternativos, como el Malba, el Cosmos. Pero en un punto hay algo que tiene que ver con los exhibidores. Muchas películas podrían entrar en el circuito comercial pero no tienen el espacio. No hay una política de protección.
–¿Piensan esto cada vez que empiezan una película?
A.D.T.: –Uno siempre piensa en el público, sii no no filmaría. No somos exhibidores, pero como el problema es tan grave tenemos que ser exhibidores improvisados.
A.R.: –Hay una responsabilidad del Estado. Si se traslada al plano social es más claro: los países donde se abren a una política regida por el mercado terminan devastados. Salvando las distancias, si hay gente que se muere de hambre, hay gente que se muere de cultura. Los países donde el Estado cumple su rol de regulador como los nórdicos, Francia o Alemania gozan de mejor salud social. La Argentina fue un ejemplo neoliberal y el resultado está a la vista. Si el Estado no asume un rol sobre la identidad estaremos en problemas.

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Paula Hernández, Andrés Di Tella, Ariel Rotter y Ezequiel Acuña proponen discutir las reglas de juego.
La agrupación quiere llamar en octubre a unas jornadas de debate para intentar cambiar la legislación.
 
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