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“Pollock”, la versión fílmica de una vida pendular y atormentada

La biografía del célebre artista plástico, dirigida e interpretada por Ed Harris, ratifica el hábito cinematográfico de retratar a pintores caracterizados por su espíritu pasional y torturado.

 Por Horacio Bernades

Una de las sorpresas de la entrega 2001 del Oscar la constituyó una película pequeña, de producción independiente y dirigida a un público no masivo, que se había estrenado el año anterior sin mucho bombo y sin embargo logró encaramar a su actor y actriz protagónicos en las ternas respectivas. Finalmente, él –Ed Harris– no se llevó el Oscar. Ella –Marcia Gay Harden– sí. La película en cuestión es Pollock, biografía del célebre artista plástico que es además la primera dirigida por Harris, quien también participó de la producción. Editada por el sello LK-Tel y con la presencia de Jenniffer Connelly y Val Kilmer en otros papeles, la llegada de Pollock al video local agrega un eslabón más a su azaroso trayecto internacional. Si bien en su momento anduvo por varios de los más prestigiosos festivales internacionales (Rotterdam, Toronto, Venecia) y no tanto (se la vio en Mar del Plata, un par de años atrás), el recorrido ultramarino de Pollock se caracterizó por lo irregular y salteado. Mientras en Londres se estrenó el año pasado, los franceses la van a conocer de acá a un par de meses. Así que a no quejarse si acá llega sólo en video, por más que las dimensiones de buena parte de la obra pictórica de su autor reclamen pantalla grande.
Desde el Van Gogh de Sed de vivir hasta Frida –que también por estos días sale en video–, la figura del artista plástico pasional y torturado es casi un hábito cinematográfico. Basada en la biografía Jackson Pollock, An American Saga, el film de Ed Harris no hace más que renovar esa costumbre. Tal como se estila con las biografías cinematográficas de un tiempo a esta parte, Pollock va y viene en el tiempo, tomando a su personaje en períodos significativos de su vida. Tras un breve prólogo ubicado en 1951 –que muestra al artista canonizado como great american master–, el relato viaja hacia atrás, hasta comienzos de los ‘40, desde donde dará un par de saltos más en el tiempo, hasta el momento de la muerte (Pollock tenía sólo 44 años cuando sufrió, en 1956, un accidente de autoque tuvo mucho de suicidio).
El arco vital que describe el film es también habitual: del anonimato y la pobreza, el artista pasa al reconocimiento, la consagración y la fama, para volver a hundirse más tarde en el desconocimiento y la ingratitud. Todo ello salpimentado por la volátil personalidad de Pollock, a quien el alcoholismo convierte, de un ser callado y reclusivo, en poco menos que una bestia salvaje. En la mayor parte de ese recorrido, Pollock es acompañado por Lee Krasner (Marcia Cay Harden), una colega que lo “descubre”, allá por mediados de los ‘40, y que terminará siendo su esposa y compañera fiel. También, en buena medida, su promotora, cable a tierra, acompañante terapéutica y albacea. Tal vez en el narcisismo de su marido haya que buscar la razón de que el talento artístico de Krasner, reconocido por los especialistas, aparezca aquí bastante relegado frente a la explosiva genialidad de Pollock, que lo llevó a inventar prácticamente por sí solo el estilo conocido como action painting, consistente en el estrecho compromiso físico del artista con sus pinturas.
Así, los momentos más prototípicos de Pollock son aquellos en los que Ed Harris –sorprendentemente parecido a su modelo– se acuclilla sobre la tela tendida en el piso y lanza, con pincel o directamente desde el tarro de pintura, esos chorros que parecerían una prolongación del movimiento de su brazo (o el movimiento de su pasión, que para el caso viene a ser lo mismo) y que constituyeron la técnica más proverbial del artista. Bastaría relacionar esos chorros con la eyaculación precoz que en una de las escasas escenas de sexo padece Pollock con la celebérrima coleccionista y galerista Peggy Guggengeim (interpretada por Amy Madigan, esposa de Ed Harris en la vida real) para hacerse una panzada freudiana. Con nombres famosos que aparecen apenas como leves brochazos y hecho de escenas autosuficientes –que se abren y cierran sobre sí mismas como si se tratara de los bordes de un cuadro–, el film de Harris tiende sobre la pantalla una superficie tan lisa y quieta como la de una tela en blanco. Hasta que, de pronto, Pollock estalla en un llanto, un grito o un gesto violento, alterando esa superficie del mismo modo en que lo hacía con la tela. ¿Se podrá considerar entonces a Pollock como un solitario ejercicio de action filming?

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Ed Harris debutó como director en esta biografía de Pollock.
 
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