ESPECTáCULOS

Drácula, el Mago Farsini y Caviar, a puro vértigo

“Baby Caviar” marca un buen debut de la compañía de Jean François Casanovas en el terreno de los espectáculos infantiles. En una puesta de alto impacto visual, la rápida sucesión de sketches produce en grandes y chicos la impresión de estar viendo cine mudo en vivo y en directo.

 Por Silvina Friera

Esta es la primera vez que el grupo Caviar realiza una revista musical para chicos de 7 a 15 años. Sin buscar un mensaje o moraleja –algo en las antípodas de la estética de Casanovas y su compañía–, la concepción del montaje abreva en lo cómico desde una visceralidad orgánica: abundante gestualidad, golpes, enredos, caídas y torpezas que resultan atractivas para los niños porque sienten que presencian una película muda en vivo. La propuesta, entonces, se nutre de lo paródico para invertir los signos: reemplazar lo culto por lo vulgar, el respeto por la irreverencia, lo serio por la burla. El cuadro con el que arranca Baby Caviar emula a un número de teatro negro: la sala a oscuras se ve apenas iluminada por unos abanicos chinos que se despliegan y repliegan, se bambolean y forman figuras fugaces pero asombrosas. La perfección visual, la rapidez con la que se suceden las escenas musicales y el hecho de que el trabajo prescinde de la palabra expresada por los actores para ceder paso a la fonomímica le confieren a este espectáculo un atractivo singular: padres e hijos disfrutan de la adrenalina, el vértigo y los sketches en cascada, con reminiscencias explícitas hacia “Los tres chiflados”, Betty Boop, el Conde Drácula y la mismísima Soledad quien, con la camiseta de la selección argentina, revolea el poncho y salta como una cantante punk.
Que un peine quede enredado en una rubia cabellera puede resultar un problema difícil de resolver, y las nenas de la platea se identifican con las peripecias de la señorita en cuestión que tironea y tironea, se arrodilla y hace fuerza tratando de sacarse ese molesto obstáculo. Pide auxilio a los espectadores, bordea el límite de la desesperación, con ese objeto que forma parte ya de su cabellera. Uno de los números más festejados es el del mago Farsini: ya desde el nombre, este personaje es un fiasco. Todos los trucos fracasan, hay algo que no termina de funcionar y los equívocos están a la vista: los pañuelos que no desaparecen ni aparecen, un conejo de la galera que Farsini amaga sacar sin éxito. El Drácula de Caviar, en tanto, lejos está del dicho “hazte la fama y échate a dormir”. Desplazado con pericia del arquetipo siniestro, este conde bizarro responde más a la canción que acompaña el cuadro (“Llorando me dormí”, en la voz de Violeta Rivas).
Las situaciones son divertidas porque en un hecho nimio parodiado –un peine embrollado, una bañista imprudente devorada por un caimán o una cantante lírica cuya estola de zorro se despereza de su condición de mero adorno, cobra vida e intenta devorarla– se pone el énfasis sobre efectos burlescos que se originan en aspectos insólitos de la realidad. Casanovas, Marcelo Iglesias, Eduardo Solá, Gabriela Diez y Víctor Godoy le imprimen una agilidad, dinámica y gracia a los cuadros, aunque algunos estén mejor sintetizados que otros. Los altibajos se perciben cuando los sketches se prolongan más de lo necesario, como el número en que se burlan de una competencia de escupitajos. Si bien divierte por el patetismo (tres damas de distinción intentanescupir lo más lejos posible), retardar la resolución genera saturación. El transformismo, sello de Caviar, adquiere una connotación secundaria porque está en segundo plano, sin descuidar por eso el maquillaje y el vestuario. Lo que importa es subrayar el efecto payasesco de los números. La risa surge porque las acciones son desplazadas de su lugar acostumbrado: la incongruencia de lo inesperado logra que chicos y padres se rían de episodios a mitad de camino entre la identificación (el sketch del peine) y la distancia infranqueable (Drácula). Con Soledad a los ponchazos limpios –parodia del Festival de Cosquín–, Baby Caviar promete ser una de las vedettes de la cartelera porteña infantil.

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“Baby Caviar” resulta ideal para chicos entre 7 y 15 años.
 
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