ESPECTáCULOS › MICK JAGGER CUMPLE HOY 60 AÑOS Y LO FESTEJA A LO GRANDE EN PRAGA

La eterna leyenda del abuelo Stone

El cantante festejará a su manera: esta noche con una fiesta a todo trapo, y mañana con un show de la banda en la capital checa.

 Por Fernando D´addario

Mick Jagger cumple hoy 60 años. El frontman más importante que haya dado la historia del rock and roll es un abuelo feliz, Caballero de la Orden del Imperio Británico y tapa de una revista inglesa para la tercera edad. Su ingreso a ese Olimpo de vejez confortable no está, por supuesto, determinado por este cumpleaños puntual (aunque simbólicamente el número 60 pesa más que otros) ni afecta el target inmutable de los Rolling Stones. Es que el rock va envejeciendo con Jagger y hace rato concretó un nuevo contrato social con los fans: los Stones son una marca disfrutable, como cualquier línea clásica de cerveza o de jeans que en sus campañas publicitarias incentiva costumbres vinculadas con algún tipo de rebeldía. Eso allá, en el Primer Mundo. Aquí, en la Argentina, además de ser un impecable gerente de marketing, Jagger es un sentimiento.
Aquí y allá, de todos modos, la maquinaria obliga a ratificar lo que en su momento fue una declaración de principios. Escribió, por ejemplo, hace ya mucho tiempo en ese temazo llamado “Start me up”: “Amo el día en que nunca paremos”. Después de cuarenta años de ruta, la banda sigue rodando, incandescente, inexplicable. Ahora está en Praga, donde 65 mil fans aguardan su presentación de mañana, en el estadio de fútbol Letna. Entre los espectadores estarán el ex presidente checo Vaclav Havel y el actual jefe de gobierno, Vladimir Spdila. La troupe stone, que viene acompañada por un enorme dispositivo de seguridad, celebrará hoy el cumpleaños de su líder en un lugar secreto de la capital checa, con cientos de invitados, y promesa de sorpresas. Hace diez años, cuando Jagger cumplió los 50, celebró una fiesta que sólo tenía una consigna: los invitados estaban vestidos como si viviesen en la Francia de Robespierre. Eso sí, arriba del escenario, prescinden de sus coqueteos aristocráticos demostrando que son una banda de elite para las masas. A la hora de rockear (puede dar fe el público argentino) Jagger es una fiera salvaje, un actor de raza que interpreta su papel de rolling stone con un profesionalismo envidiable y una vitalidad que asusta. Verlo ahí gritando que no puede obtener satisfacción resulta un poco patético, pero qué bien lo hace.
No hay tipos de 60 años como Jagger. Hay gente que llega bien a esa edad, pero el cantante tiene la necesidad empresarial de hacerlo. Sin el imaginario que patentó hace cuarenta años, sin esa lengua que asustaba a las madres y hoy las seduce, los Rolling Stones se derrumbarían como tales. El estado físico es su principal cómplice en esta especie de pacto fáustico de alcance imprevisible. Pero más llamativa es la estructura binaria de su personalidad, capaz de desdoblarse en función del contexto y las circunstancias. La dicotomía es tan grande y evidente que ya no le importa a nadie. Cuando tenía 30 años lo corrían por izquierda y por derecha. En los ‘70, los punks lo tildaban de dinosaurio, estrella anquilosada y cosas peores. Las señoras y los señores todavía se encandalizaban con su leyenda, aunque empezaba a ser un buen candidato para sus hijas. El error de percepción, de ambos lados, consistía tal vez en haber pensado que Jagger fue alguna vez otra cosa. Un tipo peligroso, por ejemplo. En 1965 se codeaba con el príncipe Lowenstein, de la realeza austríaca. Su origen social no tenía nada que ver con la revolución que provocó. En rigor, Jagger era el niño bien y los Beatles los proletarios, pero la “interna” invirtió los tantos y así quedó para siempre.
Jagger supo educar sus malos modales. De adolescente escuchaba a los negros bluesmen y trataba de imitarlos. Pero no le salía la pronunciación. En busca de variantes, encontró en el “cockney”, el lenguaje de los suburbios, la nueva herramienta comunicacional del rock británico. Las novias que empezó a ganar gracias a su glamour y a su fama se sorprendían. Mal hablado en las entrevistas y arriba del escenario; en la vida cotidiana, caballero inglés educado en la High School of Economy. La cultura del reviente se basó, en buena medida, en la propaganda stone (Keith Richards contribuyó bastante, es cierto), pero Jagger nunca fue unadicto a las drogas, según confiesan quienes lo conocen bien. Probó de todo, casi como un juego, pero siempre temió que el consumo constante minara el estado físico que cuidaba con rigurosidad de atleta. En 1989, cuando los Stones fueron nombrados miembros del Rock and Roll Hall of Fame de Nueva York, Jagger dijo en la ceremonia: “Es ligeramente irónico que esta noche ustedes nos vean con nuestro mejor comportamiento, pero que estemos siendo galardonados por veinticinco años de mala conducta”.
Esa mala conducta, ese modo de vivir, edificó en la Argentina una peculiar tipología social que se dio en llamar “estón”, alimentada en los suburbios y propiciadora de códigos inexplicables desde el high rock. Jagger, que fue nombrado Caballero de la Orden del Imperio, está, por supuesto, mucho más cerca de la Reina que del fierita. La diferencia con la familia real es que ésta vive para tapar sus escándalos, y Jagger fundó su fama en la capacidad de ponerlos a la luz.

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Jagger y Richards, una dupla que cimentó buena parte del imaginario rockero en el mundo.
El cantante es un notable gerente de marketing, pero en la Argentina es más que eso: un “sentimiento”.
 
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