ESPECTáCULOS › “RELACIONES TROPICALES”, UNA OPERA-CABARET DE ALFREDO ARIAS

Boleros de la perversión cortesana

Inspirado en “Las relaciones peligrosas”, de Choderlos de Laclos, el espectáculo se nutre de enredos amorosos de distintas épocas.

 Por Hilda Cabrera

Los destellos de una novela epistolar célebre, Las relaciones peligrosas, publicada en 1782 por Pierre Choderlos de Laclos, son aquí el anzuelo de una nueva historia de enredos amorosos que convierte al peculiar mundo del bolero en protagonista. El actor y director Alfredo Arias, artista argentino que reside desde los ‘70 en Francia y a quien se debe el estreno de Relaciones tropicales, reúne en este espectáculo elementos característicos del show (el uso de micrófonos manuales, por ejemplo), del cabaret (la historia es contada al público, pero sin buscar ni esperar un intercambio directo con la platea) y del music hall. Lo esencialmente teatral aparece en unas pocas escenas dramatizadas y en las secuencias de desenmascaramiento, ilustradas en general por lo que cada bolero cuenta. Sucede, por ejemplo, en la interpretación de “Te desafío”, de Roberto Yanés, o “Morir de amor”, de Charles Aznavour.
En colaboración con el escritor francés René de Ceccatty y el dramaturgo y compositor Gonzalo Demaría, Arias se propone instalar una atmósfera tropical con toques de glamour y perversión cortesana (ésta sería la que describe Laclos en su novela, anterior a la Revolución Francesa). El texto del escritor y militar francés ha despertado interés en dramaturgos y cineastas de jerarquía, y también en pensadores célebres. Según el escritor y político André Malraux, Las relaciones peligrosas (Les liasons dangereuses) debía “su fuerza y su pervivencia al acuerdo entre la lucidez de Laclos y sus obsesiones” (extracto del prólogo a la edición de Tusquets Editores, de 1989).
Por lo tanto, el propósito de Arias de transgredir los parámetros que se impusieron los artistas que trasladaron esa correspondencia al cine y el teatro es ante todo audaz. De ahí que lo hecho interesa básicamente a los espectadores dispuestos a aceptar los esquemas del género bolerístico. De otro modo, no faltará quien rechace la inclusión de un tema como “Espérame en el cielo”, de Francisco López Vidal. Es cierto que aquí se lo desarrolla en tono satírico, puesto que quien lo entona es aquel personaje que “partirá” primero. Justamente, es este contrapunto entre la convención y la ironía lo que otorga comicidad a las secuencias, presentadas como cuadros de un show. La alternancia de las expresiones de amor y odio o de ternura y venganza abona ese clima lúdico que tiene su origen en la letra de las canciones, el comportamiento de los personajes y los detalles del vestuario, peluquines incluidos. La disposición de los elementos escénicos no incide de igual manera. Estos permanecen fijos, como la gran cama estilo Luis XVI, incrustada en medio del escenario y convertida en símbolo de fastuosidad y erotismo. El origen del lance amoroso al que se refiere esta historia es la venganza que trama la marquesa de Merteuil, interesada en humillar a una madame de Tourvel, aparentemente mortificada por su beatería, y a personajes como los jóvenes Cecile Volanges y Danceny. Para ello cuenta con la complicidad de su ex amante, el vizconde de Valmont, intrigante de difícil redención. Ni la anécdota ni la trampa resultan demasiado novedosas, salvo por la forma en que Laclos encaró en su novela epistolar el tema de la persuasión amorosa. Que la trama sea en el espectáculo de Arias atravesada por el bolero intensifica esa cualidad persuasiva, siempre y cuando el espectador acepte ciertas cursilerías. Es el caso, entre otros, de “Somos novios”, de Armando Manzanero, tema cantado con deliberado amaneramiento por Giorgio Faelli, allí en el rol del joven caballero Danceny. El otro papel de este actor y cantante, nacido en San Luis y residente en Francia desde hace dos décadas, es el de Valmont. Su trabajo aporta aires de “comedia de vida”, en tanto que Alejandra Radano (actriz y cantante, entre otros musicales, de Cats, La Bella y la Bestia, Chicago y Canciones degeneradas) enriquece la acción dramática con su buen nivel interpretativo. Lo demuestra en cada uno de sus roles (Merteuil, Cecile y Tourvel), y muy especialmente en las secuencias desacralizadoras que, como Merteuil, comparte con Faelli en el papel del nunca totalmente fogueado libertino Valmont.
Satirizar sobre lo instituido es parte de este lúdico montaje de Arias, que se solaza con títulos como La noche de anoche, de René Touzet, e incluye, entre otros temas, Déjate amar por mí, de Chico Novarro, y Soy tu melodía, de Gogo Andreu. Quienes no conozcan el original de Laclos tendrán que conformarse con fragmentos. Imaginar, si lo desean, situaciones dramáticas detrás de la ridiculización de una Tourvel que no abandona el crucifijo ni el rosario. “Para ganar su confianza, limpié mi prontuario”, dirá este Valmont, algo envarado en su desafío. Imaginar también lo imposible: una naturaleza tropical en la corte francesa. El nexo puede ser la alusión a insectos y crisálidas, al amor que se pierde, a los fantasmas que vuelven, o a los finales de películas en las que alguien muere de amor. Barroca y delirante, la ópera-cabaret de Arias (de la que participan los músicos Marcelo Macri y Jaqui Barra, en escena) extrae materia viva del inagotable filón en que se convirtió la novela de Laclos y anticipa una continuidad en los primeros aprendices y luego diplomados intrigantes Cecile y Danceny.

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Alejandra Radano y Jaqui Barra, en un espectáculo barroco y delirante.
 
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