ESPECTáCULOS › EL ENCUENTRO COSECHO UNA ASISTENCIA DE MAS DE CIEN MIL PERSONAS

El escenario como sinónimo de encuentro

La programación integró un amplio rango de disciplinas y propuestas, aunque predominaron las puestas de pequeño formato y el espíritu de exploración de lenguajes, en un marco general que buscó retratar la convulsión social y artística de estos tiempos. La masiva respuesta del público porteño terminó de redondear un saldo altamente favorable.

Por Hilda Cabrera y Cecilia Hopkins

Con música centroeuropea del grupo francés Les Yeaux Noirs, conducido por los violinistas Eric y Olivier Slabiak, e interpretaciones de la banda de Kevin Johansen, el domingo cerró la cuarta edición del Festival Internacional de Teatro, Danza, Música y Artes Visuales de la ciudad, organizado por la Secretaría de Cultura porteña con auspicio de instituciones culturales nacionales y extranjeras. En este encuentro predominaron los espectáculos de pequeño formato y las propuestas vinculadas con el teatro y la danza de exploración. Careció de figuras carismáticas, como la cantante italiana Milva y la actriz alemana Hanna Schygulla que estuvieron en 1997, o Vittorio Gassman, en 1999. Nuevamente se reiteraron los parámetros de la edición 2001, en la que primaron las obras “de búsqueda”. La cifra de concurrencia difundida por los organizadores fue de 100.540 personas, sin incluir la asistencia al espectáculo de cierre, realizado en la calle y frente al Teatro San Martín. Este dato refleja que el interés del público no ha descendido. Sobre este punto sorprendió la fuerte convocatoria de algunas producciones nacionales incorporadas a la programación del FIBA, tanto de obras que ya no figuraban en cartelera como de otras que sí permanecían. No pareció importarle demasiado al aspirante a espectador soportar largas colas para acceder a las salas. El placer de participar y el hecho de que las entradas fueran en su mayoría gratuitas explican en parte ese afán. Dentro del segmento nacional hubo espectáculos pagos, como los de concert–varieté, que reunieron a artistas más populares, conocidos muchos de ellos a través de la TV o de los shows de humor, congregando a un público no adicto al teatro, ni al tradicional ni al de experimentación.
Las autoridades del FIBA sumaron 48 teatros utilizados, cantidad que no engloba a las salas independientes que aportaron su espacio para los ensayos abiertos (en ese caso el total es de 63). Se ofrecieron 91 espectáculos durante el evento, contabilizados los 7 correspondientes al Festival de la Muestra. Se concretaron 204 funciones, 91 con entrada paga (el importe máximo fue de 18 pesos, y sólo para las obras extranjeras) y 113 con acceso gratuito. El número de funciones de espectáculos extranjeros fue de 58 y de 146 para los nacionales. Participaron artistas de Alemania, Brasil, Colombia, España, Francia, Suiza, Túnez y Gran Bretaña, en un total de 190. Los nacionales, en tanto, sumaron 570. La circulación de espectadores fue de 43.077 para las propuestas extranjeras (sin incorporar el recital del cierre); 14.826 para los programados por el FIBA; 20.844 para los presentados por otros organismos nacionales e instituciones culturales, y 21.793 para las actividades especiales.
Se destinó un presupuesto de 700 mil dólares, incluido el aporte efectuado por embajadas y organismos de cultura de los países participantes. El encuentro demandó una importante cantidad de personal (177), puesta al servicio de artistas y de un público que se entusiasmó por anticipado: cuando arribaron los primeros elencos ya se habían agotado las entradas para verlos. Sucedió, entre otros trabajos, con el de La Zaranda, de Jerez de la Frontera, que agregó funciones de Ni sombra de lo que fuimos en el Teatro de la Ribera, fuera del marco del FIBA.
La programación elaborada por Graciela Casabé, directora del Festival, y el comité artístico que integran los dramaturgos Mauricio Kartun y Daniel Veronese, reflejó una escena acorde a una época de convulsión social y artística. Predominaron las obras que, con diferente estilo, tradujeron la memoria extraviada de unos seres marginados y perdidos en el tiempo (Ni sombra...); la violencia mostrada entre semejantes (los movimientos sincronizados y cómicos de dos personajes que se transmutan utilizando un mismo traje, en D’Avant) o el maltrato al diferente (en un partido de fútbol, en la misma obra), y la enfermedad y la locura, en Artaud erinnert sich an Hitler und das Romanische Café, por ejemplo, donde el grito contrala coerción se transfigura en canto entonado en el ámbito de una disco. Con otros códigos, la crueldad y el cinismo tomaron la forma de una farsa en Mosca, del grupo Teatro Petra de Colombia, dirigido por Fabio Rubiano. La obra, cuyo punto de partida es Tito Andrónico, de William Shakespeare, concibió la violencia al modo de Ubu Rey, de Alfred Jarry. La crueldad se transmutó en festejo de monigotes, atravesada por un comportamiento obtuso y una degradación social en la que no existe la posibilidad de una tregua. En esta pieza que exacerba la venganza se destacaron especialmente los trabajos de César Badillo (en el papel de Tito) y Marcela Valencia (componiendo a una Lavinia de pensamientos “irregulares”, según lo aclara ella misma desplegando un electroencefalograma). Apelando a efectos cómicos, como la introducción de la mascota de Lavinia (mezcla de ganso y avestruz) y a comentarios sobre la actualidad (“con el ALCA renacerá el turismo”), Mosca se ubicó por su constante ritmo atropellado en el polo opuesto de obras que, al menos en algunos tramos, recurren a la quietud como una poética más. Es el caso de Junun (Demencias), en su secuencia inicial. Esta interesante pieza que representó a Túnez incorporó de forma explícita los temas de la normalidad y la anormalidad en un individuo, y en una sociedad que no cesa de producir víctimas.
Hubo espectáculos que, más allá de sus valores, exigieron paciencia en el espectador. Junun fue uno de ellos, pero también otros de menor duración y por otros motivos. Fue el caso de The Moebius Strip, con sus pausas y rutinas gimnásticas, y Formas breves, que de modo intermitente favoreció una actitud contemplativa de parte del público y a la vez una exposición del movimiento racionalista de Oskar Schlemmer. La desmesura respecto de la violencia, desdibujada a veces por elementos cómicos, tuvo como contrapartida obras que se constituyeron en bálsamo para el espectador. Estas fueron la pieza coreográfica My Fearest, My Dearest y La mort de Krishna, un montaje de Peter Brook sobre narraciones tradicionales hindúes que, al carecer de un marco conceptual claro para el público, tornó confuso el sentido universal de esas historias.
Un clásico contemporáneo de la muestra fue Oh! les beaux jours, de Samuel Beckett, donde se pudo apreciar a una artista singular como Marilú Marini. Uno de los enigmas de esta puesta fue el personaje de Willie, el marido enfermo o quizá sólo presente en la imaginación de Winnie, la mujer semienterrada que protagonizó Marini. El director Arthur Nauzyciel introdujo en lugar de un hombre maduro y enfermo a un joven de físico atlético, de apariencia vital, aun cuando exhibiera una larga cicatriz en la espalda y una herida en la cabeza. Entre los intérpretes visitantes, Martin Wuttke conmocionó con los “matemáticos” estallidos de furor de su personaje en Artaud... El divismo estuvo ausente, salvo en el espectáculo creado y protagonizado por la bailarina y coreógrafa alicantina Sol Picó. Si bien su trabajo en Bésame el cactus se deshilvanó en algunas secuencias, debido a la falta de dirección, la artista logró ganarse al público por su esfuerzo e inusual energía física.
Con menos desniveles que en la edición anterior, también dirigida por Graciela Casabé, la mayoría de los espectáculos vistos habían sido probados ya en otros encuentros internacionales, circuitos armados en parte por especialistas. Según las autoridades del FIBA, fueron invitados 52 programadores oriundos de diferentes países para facilitar el contacto con los artistas locales. Esos encuentros se multiplicaron a través de la radio del Festival, que se instaló en el hall central del Teatro San Martín, ensayos abiertos, escuela de espectadores y presentaciones de libros. La programación se completó este año con espectáculos para toda edad, un maratón de unipersonales y funciones de teatro leído y semimontado, como las coproducciones Un animal de dos lenguas (con Francia) y las realizadas con Gran Bretaña, en las que se presentaron obras de los británicos David Harrover y Gregory Burke, traducidas porBeatriz Catani e Ignacio Apolo. El ciclo Noches brasileñas permitió otro intercambio, en este caso con la intendencia de San Pablo. El cruce de disciplinas (teatro, canto y danza) fue un rasgo distintivo de la programación. En general, las obras no buscaron la progresión dramática sino la creación de un gran clima, una de las tendencias más apreciadas en este tiempo. La cuestión no es crear sobre un devenir sino sobre una situación, y conservar el sentido del humor a pesar de la violencia.

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El grupo Les Yeaux Noirs, conducido por los violinistas Eric y Olivier Slabiak, protagonizó la fiesta de cierre.
 
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