ESPECTáCULOS

Sexo con sabor latino, sin barbies ni patovicas

Los canales condicionados exhiben producciones latinas para recrear ámbitos caseros y reemplazar el modelo clásico del género.

 Por Julián Gorodischer

La Barbie siliconada llegó a su fecha de vencimiento: cansaron sus formas infladas. Lo que llega es la estética de lo casero en el porno latino. El cambio de lenguaje no es trivial. Se escucha: “Vamos mamacita”, y la actriz colombiana hace lo suyo para sostener la trama básica de Pensión sexual, o la de Botellita sexual, flamantes producciones de un tal Juan Pablo Urzola que, dicen en Venus, dará que hablar. Todo empezó con esa práctica tan frecuente entre canales y productoras: encargar un estudio de mercado (a la consultora Cicmas) para determinar “qué cosa quiere ver el público”. El estudio se hizo y dictó lo impensado: la gente quiere ver imágenes borrosas y descuidadas de video casero, la ilusión del voyeur perpetuo en la era post “Gran Hermano”. Y que se acabe esa manía de las pornos clásicas de mostrar el par de patovica y muñeca en protocolo sexual de beso, fellatio y coito. Lo que se ve, en el despacho de Leo Vieytes (gerente de Clackson para las condicionadas) es bien distinto: morochos en castellano levemente rollizos, escenarios naturales de playas, cascadas y cascos históricos (colombianos, brasileños) para estar al día con el último grito: el porno símil aficionado.
“Nos sorprendió la existencia de nuevos polos de la industria en Colombia, Brasil, Argentina que reemplazan la hegemonía absoluta que tenían los Estados Unidos”, cuenta Leo Vieytes. A nadie convence –dicen– las caritas de la Barbie ahora que Urzola (uno de los que ya firmó el contrato con Venus) impuso las morochas sin gimnasio. A una pulposa se la ve en Pensión sexual teniendo encuentros a toda hora en algo más parecido a un departamento 24 horas que a la voracidad de goce de las precursoras. Lo latino impone la cuestión de clase (chicas que trabajan); el secuestro es recurrente en varias producciones: el monotema de la inseguridad en versión síndrome de Estocolmo. Un experto en eso de oler el momento y reversionarlo es el argentino Víctor Maytland, que por primera vez llega a Venus, ahora que no queda mal mostrar el sexo sobre esterillas de playa y en los bordes del Delta.
“Víctor mejoró la imagen y las actuaciones, y por eso lo convocamos”, justifica Vieytes la irrupción tardía. Así como Secuestro XXXprés leyó la crónica policial en clave porno y Expedición Sex se acopló a la onda reality, lo nuevo de Maytland (que se verá este mes en Venus) es El último suspiro, la historia de un serial killer contratado para solucionar problemas domésticos y de los otros, con inspiración libre en “Los simuladores”. En el porno a la argentina, se recrean los mitos más trillados de la alta potencia: el negro en bolas, el enano trípode, el flacucho con tres minas. Así le gusta a Víctor Maytland: que aparezca en escena la imagen de calendario, el mito revisteril, el rumor de camioneros. Cosecha de lujuria (también en Venus) es un recorrido por algunos clásicos de la incorrección política: la mujer que quiere ser forzada, la tigresa que goza cuando la obligan, las parejas que se intercambian hasta que uno, o una, se queda afuera. La de Maytland es la apuesta contra los evolucionados de la cosa sexual; aquí nadie está de vuelta: la swinger llora porque se quedó sin nada, en transgresión a toda regla swinger; la violada promociona el goce de hacerlo contra voluntad, en anacrónica defensa del macho cabrío: así es Maytland, así compone su cine hecho para ver lo que a él mismo le gusta. “Si no lo hago yo –dice el productor–, ¿quién lo hace?.
Junto con el boom argento-colombiano, llega también el nuevo porno mexicano, con un pack de producciones gays a cargo de Lars Robledo. Lo suyo se llama Sexxxcuestro pero “no tiene abusos ni violaciones” –asegura Vieytes, repentinamente hipercorrecto– sino el sexo a voluntad de ambas partes. El porno mexicano retoma el aire descuidado de “lo nuevo”, con tomas robadas en la calle o en el camión, un fondo sucio a tono con elsuburbio y la forma de hablar que más ratonea al argentino: la tonadita. Si el porno fue durante años el reino del subtitulado para gemidos en sajón, ahora lo único que prende es el “vale cabrón”, en una versión libre de Y tu mamá también, pero sin Gael García Bernal ni Diego Luna. “No van a ver operadas, ni tetas con mucho volumen”, adelanta Vieytes. A cambio: más sexo hardcore, más penetración anal (que la industria norteamericana no permite televisar) y un reflejo de los temas del tercer mundo. Después de Secuestro XXXprés y Secuexxxtro se espera que siga un sinfín de producciones pseudopoliciales con único requisito en la triple X para el título. Y el resto: más y más planos de camarita portátil dando vueltas por la habitación, el hotel o el descampado, todo muy hablado porque eso es lo que gusta y sin reprimir una curita, un grano o un rollo de más. Si sirve para desacartonar el género, será bienvenido. “La tetona es inalcanzable –argumenta el importador–, la gordita es más real.”

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“Cosecha de lujuria” (Venus) apuesta a la incorrección política.
 
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