ESPECTáCULOS › “EL AMOR CUESTA CARO”, DE LOS HERMANOS JOEL Y ETHAN COEN

Dos tiburones de aguas profundas

Hollywood vuelve sobre sí mismo. En su primera película basada en un guión ajeno, los Coen recrean los códigos de la clásica comedia de enredos matrimoniales, mientras que el actor y director de “Danza con lobos” regresa a las praderas para reencontrarse con el espíritu del western.

 Por Luciano Monteagudo

En su libro La búsqueda de la felicidad (Paidós, 1999), el filósofo estadounidense Stanley Cavell –una de las voces actuales más desprejuiciadas en el campo de los estudios interdisciplinarios– propone un análisis de la comedia cinematográfica del período de oro de Hollywood, a partir de una especificidad que él denomina “comedia de enredos matrimoniales” y que considera heredera de las preocupaciones y hallazgos de la comedia romántica shakespeareana, un gigantesco arco que abarca desde La fierecilla domada, del Bardo, hasta La adorable revoltosa, de Howard Hawks. Para Cavell, una característica de los films que elige como objeto de estudio es que “la realidad del matrimonio está sujeta a la constante amenaza del divorcio”. En este sentido, la nueva película de los hermanos Joel y Ethan Coen parece inscribirse en esa prolífica tradición, pero con una vuelta de tuerca que hace que el negocio del divorcio –que a estas alturas, en Estados Unidos al menos, se ha convertido en una verdadera industria, capaz de mover millones de dólares en demandas judiciales y honorarios de abogados– sea el verdadero centro alrededor del cual gira esta sátira desigual pero no exenta de gracia, protagonizada por George Clooney y Catherine Zeta-Jones.
Desde su lanzamiento internacional, tres meses atrás, en el Festival de Venecia, se viene diciendo que ésta sería la película menos personal de los Coen, la más claramente orientada hacia esa entelequia llamada “mercado”, que por cierto nunca los tuvo entre sus favoritos. Es probable que así sea y no es un dato menor constatar que se trata de la primera producción que encaran los hermanos a partir de un argumento que no les pertenece, aunque ellos hayan trabajado personalmente en la escritura definitiva del guión. Aun así, El amor cuesta caro lleva aquí y allá la marca Coen en el orillo, empezando por esa inclinación tan marcada a reelaborar los géneros clásicos del cine de Hollywood, una constante que se ha hecho manifiesta desde su ya lejano debut con Simplemente sangre (1984), donde le daban una nueva vida a los viejos tópicos del film noir. En el terreno específico de la comedia, se diría que, hasta ahora, el modelo favorito de los Coen había sido el del guionista y director Preston Sturges, sobre el cual construyeron el andamiaje de ¿Dónde estás hermano? (2000), pero aquí pareciera que buscan un giro hacia el cine de Garson Kanin y George Cukor y más específicamente a ese clásico de la guerra de los sexos que es La costilla de Adán (1949), donde Spencer Tracy y Katharine Hepburn llevaban el matrimonio a juicio.
Algo de eso hay ahora en El amor cuesta caro, con Clooney vistiendo el traje de Miles Massey, un súper-abogado especializado en divorcios y en sacarle hasta el último centavo a cualquier hombre o mujer que se atreva a enfrentarse a su cliente en la Corte. Pero Miles está un poco aburrido de tanto éxito: no sabe qué nuevo auto cero kilómetro comprarse y ya ni siquiera encuentra diversión en los sucios trapos que logra sacar al sol delante de los jueces más severos del estado de California. Hasta que laaparición de Marilyn Rexroth (Zeta-Jones) parece devolverle la vida. Y no sólo porque siendo soltero empedernido Miles descubre de pronto una mujer con la que estaría dispuesto a sacrificar su libertad en el altar del matrimonio. También porque reconoce en ella a un tiburón de aguas profundas como él mismo, un adversario dispuesto a todo con tal de devorarse el botín de su pareja y luego escupir sus huesos.
El guión (que data de ocho años atrás, cuando los Coen se interesaron originalmente por el proyecto) tiene sus alzas y bajas, entre las primeras algunos diálogos afilados como cuchillos y alguna que otra sorpresa, como la que protagoniza Billy Bob Thornton, que amenaza con convertirse en un tercero en discordia. Pero también hay en el desarrollo de Intolerable Cruelty –el título original, bastante más feroz que su versión al castellano– algunos agujeros negros, como el personaje que interpreta Geoffrey Rush, un prototípico marido engañado, que aparece y desaparece del film evidenciando las muchas manos (incluidas las del productor Brian Glazer) que intervinieron en el proyecto. El planteo visual del film es también más clásico de lo que suele ser habitual en los Coen, a veces demasiado afectos a las lentes deformantes y los ángulos de cámara insólitos, pero esa nueva sobriedad no es necesariamente un problema. Por el contrario, casi se diría que esa moderación les permite, en cambio, dejarle más espacio de lucimiento a su pareja protagónica y muy particularmente a Clooney, que ratifica una vez más que su fuerte es la comedia, porque sabe reírse de sí mismo.

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George Clooney y Catherine Zeta-Jones, o la atracción de saberse rivales en la guerra de los sexos.
 
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