ESPECTáCULOS

Britney Spears dejó el disfraz de cordero para probarse el de loba

El nuevo CD de la estrella pop devela sus dilemas hormonales: ya no pretende sonar “college” y prefiere el rol de fetiche sexual.

 Por Pablo Plotkin

Eso que en un comienzo fue pop de jumper y gaseosa de máquina, eso que hoy es rhythm & blues en formato porno blando y masticable –esa deliciosa criatura llamada Britney Spears– acaba de editar su cuarto disco, In the Zone. En la tapa aparece azulada, celestial, con los ojos delineados y el pelo mecido por una brisa de estudio fotográfico. Britney ya no es una nena –el martes cumple 22–, lo de la virginidad es mitología en desuso y casi no quedan rastros del “erotismo involuntario” de los viejos tiempos. En la época de Baby One More Time (1999) y Oops!... I Did it Again (2000), el negocio se sostenía en un combo de fantasía doble: la fascinación especular de las fans y los sueños pedófilos de los padres. En Britney (2001) se hablaba de una transición: “Todavía no soy una mujer, pero ya no soy una nena”. En esta especie de autobiografía ficcional (que bien podría titularse Creciendo con Britney), el cuarto episodio corresponde al momento en el que la heroína abandona el disfraz de cordero para probarse el de loba y palpitar una sexualidad emergente, en conflicto moral con sus temores y su educación puritana.
Las cosas no sólo cambiaron entre sábanas. Spears se separó de Justin Timberlake (ex N’Sync, actual estrella para todo público) pero, además, In the Zone es el primer disco en el que no interviene el sueco Max Martin, autor de sus hits más potentes. Construido como un catálogo de estilos a la moda, el álbum reúne a productores y compositores al servicio de la diva. En el anterior, a tono con la transformación corporal/existencial, el dúo de hip hop Neptunes rediseñó imagen y sonido con las ardientes “I’m a Slave 4U” y “Boys”. Britney pasó del uniforme de escuela católica a la ropa raída en un galpón. Donde antes había sodapop ahora había rhythm & blues minimalista. A lo que nunca renunció es al placer coreográfico y a la voz de chicle, filtrada entre susurros tipo Janet Jackson. Britney es Britney porque baila muy bien y porque tiene esa voz tan de pubertad yanqui. Esa ecuación que la convirtió, sucesivamente, en bailarina de Disney, heroína de porristas, vocera de Pepsi, síntesis de la música adolescente y, ahora, fetiche del pop como subgénero del porno soft.
De cómo la pornografía semi-velada nutre el pop de esta era es uno de los asuntos más interesantes para analizar en el género. El periodista Taylor Parkes escribió un artículo al respecto. “En la nueva pornografía del pop, los roles sexuales son convenciones, la carne cuesta, la adicción es libertad; poné otra moneda en la máquina y las Girls Aloud (banda pop inglesa) te mostrarán la bombacha.”
En In the Zone, Britney muestra la bombacha y revela fantasías otrora inconfesables. “Touch of my hand” habla de masturbación y “Breath on me” narra experiencias de sexo oral (¿primer choque generacional entre las fans de Britney y sus madres?). “Tu lengua tóxica se desliza hacia abajo... Soy adicta a vos, pero sabés que sos tóxico”, susurra. Al igual que Beyoncé y Christina Aguilera, Spears es una criatura panasexual y a la vez asexuada, porque insinúa todo (incluyendo los coqueteos seudolésbicos con Madonna: después del chupón para las cámaras, la muñeca y la hiperdiva se trenzan en “Me Against the Music”) pero no regala nada, les teme a las sensaciones. Con más de 50 millones de discos vendidos, la chica de Kentwood está decidida a expresarse como adulta e independiente, y para ello coescribe ocho canciones. Es cierto que en esa búsqueda de madurez un tanto impostada (en verdad, sigue hablando de salir con chicos y bailar), Britney pierde alegría y no gana en drama. “Más allá de los ritmos chispeantes –escribió el crítico Jon Pareles–, Spears suena casi tan íntima como una muñeca inflable.”
En esta reinvención trabajosa, BS se convierte en producto del producto: lo que antes era jolgorioso pop prefabricado, ahora es el intento por instalar una Britney no-retornable, duradera y prematuramente afianzada. Además de Madonna, los compositores y productores Moby, RedZone y P. Diddy, entre otros, funcionan como unos globetrotters a sueldo. Spears y sus jefes redoblan la apuesta del antecesor Britney, que funcionó con los críticos, pero fue un tanto decepcionante en las ventas. Aunque se rescatan algunos pasajes burbujeantes, la prótesis sonora llega a enturbiar el carisma de la estrella. Britney creció, ya no quiere sonar college y sus dilemas hormonales la atormentan en las noches tórridas. A la chica hay que tomarla en serio –¡lo está pidiendo a gritos!–, pero cada tanto le vendría bien volver a reventarse un chicle en las narices.

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Britney está decidida a expresarse como adulta e independiente.
La cantante de 22 años lleva vendidos más de 50 millones de discos.
 
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