ESPECTáCULOS

Gracias a Los Piojos hubo alegría en el Monumental

Ante más de 65 mil fans, la banda liderada por Andrés Ciro concretó el show más importante de su carrera. A pesar del calor agobiante y de algunos baches sonoros, fue una fiesta de rock nacional y popular.

 Por Cristian Vitale

Evidentemente, sigue habiendo razones del corazón que la razón no entiende. Moris jamás hubiese imaginado que más de 65 mil chicos y chicas que no habían nacido cuando compuso allá por 1972 El mendigo del Dock Sud la corearían en 2003. Mucho menos que patearan un furioso rock and roll al ritmo de Zapatos de gamuza azul, que Birabent padre versionó en 1978 y Andrés Ciro revivió como furgón de cola de Around and Around, de los primeros Stones, promediando el recital-debut de Los Piojos en River. La misma cantidad de almas se unió en aplausos hacia Mimi Maura, en el momento en que el frontman la presentó para hacer a dúo Amor de perros, uno de los temas de Máquina de sangre, el disco presentado. El entusiasmo era tal que hasta alcanzó a un prócer del tango, seguramente ignorado por la mayoría de los presentes: cuando Gabriel Clausi –92 años, ex bandoneonista de las orquestas de Julio De Caro y Pedro Maffia, entre otros– terminó de ejecutar su tanguito, recibió una ovación que le cacheteó el corazón. “Guarda con la emoción, viejo”, gritó un piojoso desde la platea, temiendo por su salud. Pero el calor popular no quedó ahí: atravesó también al Pollo Raffo, un eterno laburante de la música.
“Los veíamos que venían por la ruta, o en el tren. Nos acostumbraron a llenar Arpegios, el Luna, Obras y ahora River. Impresionante”, exclamó Ciro a sus acólitos entre Fantasma y Guadalupe, ambos temas nuevos, poco después del interludio de Clausi. ¿Qué explica la introducción? Por una parte, en un nivel general, que la inmensa cantidad de gente presente en River no solo habla de la popularidad que Los Piojos supieron construir en 12 años de trayectoria, sino también del momento de auge que atraviesa el rock barrial, nacional y popular, o como sea se llame, con tres bandas que ya se le atrevieron a River –Los Redondos y La Renga, además– y otras que lo están pensando seriamente –¿Bersuit, Divididos?, el tiempo dirá–. Por otra parte, más particular, queda claro el ascendiente que Ciro y compañía tienen sobre sus seguidores. Que 65 mil tipos ovacionen a Maura, Clausi, Raffo o el que venga como si fueran auténticos fanáticos revela una intensa relación emotiva entre líder –o líderes– y masa, que en política se dice populismo y en rock, dados varios ejemplos ya, podría decirse que también. O verticalismo tal vez: “La masa adora lo mismo –no importa qué o por qué– que su referente, se entrega mansa a sus gustos y elecciones.”
Ciro contagia. Populariza lo que toca o nombra. Y es líder principalmente porque tiene carisma, pero también porque se tomó años en construir una mística sensitiva, un sentimiento que fusiona nacionalismo del sano –“El que no salta es un inglés”, es uno de los cánticos preferidos de sus fieles–, identidad barrial –al final del recital el grupo se tomó 15 minutos en nombrar todos los barrios de todas las banderas, que eran como mil–, permanente apelación al fútbol –Maradó desató un remolino descontrolado de danzas y bengalas– y rock sin vueltas, así como lo entiende el flaco de la esquina..., ese al que le alcanzan las topper, el jean clásico, la minita y la cerveza para ser feliz.
El show fue demasiado largo. Casi agobiante para todo aquel que no fuese un fan absoluto. Duró tres horas y media. Hubo problemas técnicos con los instrumentos, mucho bache entre tema y tema, momentos agitados y festivos con Tan solo y el nuevo hit Como Alí, cuyo video se estrenó en pantalla gigante; hubo vuelo musical en Llévatelo –con un dueto entre la armónica de Ciro y la guitarra de Pablo Guerra, reviviendo viejos tiempos, cuando el ex Caballeros de la Quema formaba parte del elenco–, Dientes de Cordero y la climática balada Sudestada. También tiernas corazonadas para bajar –qué hermosas son Canción de cuna y Muy despacito–.
Muy pasada la una, ya domingo y con los fans en plena retirada, Los Piojos quisieron devolver algo de tanta bengala ofrecida en tanto recitalcon un festival de fuegos artificiales lanzados prolijamente –o sea antirritualmente– desde la tribuna visitante hacia el cielo. No pareció una buena idea. “Parece el cierre de campaña de Macri”, dijo irónico un disidente espontáneo con la garganta ronca de cantar. “No tocaron Ruleta, ni San Jauretche”, le respondió su novia en otro plan. Emociones encontradas, mezcladas, reacciones típicas de cuando la relación se construye por sensibilidad.

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Andrés Ciro, el carismático cantante de Los Piojos.
 
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