EL PAíS › CARLOS ANDION,
INTENDENTE DE PAMPA DEL INFIERNO, EN EL CORAZON DEL CHACO

“Hay políticos que se hacen malandras a costillas de la gente”

Con ese nombre, poca gente se acerca a Pampa del Infierno. Está en el corazón del Chaco y no tenía agua buena, comunicada por un trencito de trocha angosta que transita a 16 kilómetros por hora. Andión es su intendente desde hace 20 años y, desde hace diez, el cambio en el régimen de lluvias ha llevado un principio de prosperidad a esa zona, después de duros esfuerzos por traer el agua desde Salta.

 Por Luis Bruschtein

Carlos René Andión es un hombre corpulento, de cara roja, pelo blanco y ojos azules. Su casa en Pampa del Infierno, en el Chaco, está detrás de la intendencia, donde empezó a los 14 años trabajando como barrendero. Allí atiende, a veces en cuero y descalzo por el calor. En el pueblo dicen que trabaja las 24 horas de intendente. Desde 1983 ganó limpiamente todas las elecciones sin que nadie lo acuse de trampas ni de corrupción. Es otra forma de hacer política en un pueblo que está en una de las zonas más inhóspitas del país y que, ayudado por los cambios climáticos, empieza a convertirse en el centro de una especie de pampa húmeda.
–Yo nací en Pampa del Infierno el 28 de agosto del ‘47; mi padre era un gallego que, escapando de la guerra civil, se vino buscando tranquilidad. Primero se fue con su papá al Canal de Panamá, y al cabo de un tiempo, mi abuelo, que era un picapedrero profesional, se instaló en Córdoba, en la zona de Cosquín. Hacía los adoquines –esa era su especialidad– y mi padre lo ayudaba. Cuando estaban en Panamá llegó la fiebre amarilla, que no tenía casi cura en aquel tiempo. Quedaron encerrados en cuarentena, no dejaban salir a nadie. Después de varios días, mi abuelo les dijo a mi padre y a un amigo que tenía ocho hijos: “Bueno, señores, hay que elegir de qué manera vamos a morir: acá esperando la muerte o que nos maten tratando de escapar”. Entonces una noche se lanzaron al río y así escaparon.
–Y de ese infierno decidieron instalarse en Pampa del Infierno...
–De allí se vinieron, llegaron a Brasil y de Brasil llegaron hasta aquí, a Pampa del Infierno. Mi padre primero estuvo en Córdoba y de allí, a los 19 años, se fue a Pampa del Infierno, un pueblo que creció con inmigrantes de todo tipo, yugoslavos, rusos blancos. Su nombre se debe a que justamente no había agua buena en aquellos tiempos. El agua que había era de muy mala calidad, se moría la gente, morían los chicos, hasta los pájaros, los animales, de allí le quedó el nombre. Cuando los milicos corrieron a los dueños de estas tierras, los aborígenes, empujándolos más al norte, se les pelaba la boca, se les enllagaba por el agua. Allí le quedó la fama de infierno y como es una pampa, le quedó Pampa del Infierno.
–Era una realidad muy dura en aquellos años, donde la perspectiva de progreso, de cambio, era muy difusa. Por eso eran pocos los que llegaban a radicarse...
–Es un pueblo muy sufrido, y tuvimos que provocar muchos cambios culturales. Empezamos por el tema del monte, que la gente vivía de eso, de los quebrachales. La gente volteaba los montes y hacía los rollos, hacía carbón, postes, postes labrados, era un trabajo rudo. Cargar carbón es un trabajo muy duro. Se trata de un horno que tiene más o menos seis metros de diámetro, donde hay que cargar los trozos y ahí van los hijos a levantar esos trozos, les prenden fuego y cuando se abre el horno le pelean al carbono, a la temperatura, y esos chicos después sufren terribles consecuencias. Hoy ya tienen más cuidado. Fuimos cambiando esas culturas. Hoy se produce en Pampa del Infierno, hoy viene a ser como la Pampa húmeda. Hicimos un trabajo desde 1983 que fuimos lentamente progresando, dándole alternativas a la gente, formando grupos de pequeños productores que hoy vienen a vender en las ferias de Pampa del Infierno. Hoy a Pampa del Infierno están llegando varias empresas. Hay una aceitera, de las más grandes de América, que ya compró el terreno donde van a hacer la fábrica de aceite de soja, están haciendo los trámites en el Belgrano para mejorar lo que hoy es una vía casi intransitable, por la que el tren va a una velocidad de 16 kilómetros por hora.
–¿Cuántos habitantes tiene Pampa del Infierno?
–Hasta hace cinco a seis años había 4800 habitantes. Hoy Pampa del Infierno cuenta con trece mil habitantes y tiene un régimen de lluvias de 1200 milímetros anuales. O sea que ha cambiado, se fue dando por la naturaleza y también por la deforestación que se dio años atrás y también ahora. Antes llovía de 400 a 500 milímetros anuales. La lluvia de ahora permite hacer dos siembras en el año.
–¿En una época tenían un canal de riego que venía desde Salta pero el gobernador de Santiago del Estero, Carlos Juárez, nunca les dio control del agua?
–Había un canal de agua que venía de Salta, hacía un recorrido de más de 400 kilómetros y a veces lo cortaban por decisiones políticas, especialmente de la provincia de Santiago, que no nos dejaba tener manejo a nosotros de la política del agua. Fueron muchos años de discutir, pero el gobierno de Santiago nunca soltó el agua. Así que me cansé, tapamos el canal con una topadora y no pagamos más. Fuimos con delegaciones de Chaco acompañados por funcionarios y nunca tuvimos eco, más de una vez nos dijeron “ya van las máquinas, espérennos en Monte Quemado”, allí en Santiago del Estero, y todavía estamos esperando. Por suerte tuvimos éxito porque hoy apenas llega el agua y hay meses que directamente no llega. Iniciamos el trabajo de perforar la zona, a pesar de lo que decían algunos ingenieros “prietatorcas”, como les decía mi abuelo italiano de parte de madre. Era un siciliano sobrador, cuando le presentaban un ingeniero decía “má qué ingeniero, questo è prietatorcas”. Los ingenieros decían que no íbamos a sacar el agua, pero la sacamos.
–¿Y usted cómo empezó a interesarse por la política, cómo llegó a la municipalidad?
–En la municipalidad estoy desde el principio casi. Empecé de barrendero en la municipalidad cuando tenía 14 años. Mi papá era empleado de comercio, como buen gallego. Era dependiente en una empresa que tenía una red de tiendas en todo el Chaco, que se llamaba Blanco y Negro. Era tiendero, como le dicen. Papá se fundió y a los quince años yo empecé a buscar para llevar a mi casa y me dieron para que barriera la municipalidad. Yo seguía estudiando. Papá estuvo once meses internado porque le dio la facciola hepática, que es un parásito que está en el berro y toma el hígado. Mi padre vivía en Córdoba, calcule, en los arroyos era arrancar el berro y comerlo. Y recién le vino a los cuarenta y pico de años. Pero no le quiero hablar tanto de mí, le quiero hablar de Pampa del Infierno.
–Cuando habla de usted también está hablando de su pueblo...
–Bueno, ese trabajo me lo dieron más en reconocimiento a mi padre. Pero así trabajaba, hasta la noche y por unos pocos pesos que yo le daba a mi mamá. Después ascendí y empecé a trabajar como recaudador. Después llegó el Banco del Chaco. En la municipalidad ganaba 14.500 pesos, cuando empecé a trabajar en el banco, que me tocó la época de privilegio de los empleados bancarios, ganaba 105 mil pesos moneda nacional con las horas extras. Sacaba como 20 mil pesos en horas extras. Fui trasladado a la ciudad de Taco Pozo, a 250 kilómetros de Pampa, fui como tesorero. Un día viernes que volvía a mi casa desde Taco Pozo, me estaban esperando más de cien personas en mi casa para pedirme que aceptara ser intendente.
–¿Del banco pasó a la política, así nomás, no había tenido ninguna militancia política anterior?
–Muy poco, en mi juventud anduve mucho en la Juventud Peronista en los años ‘71 y ‘72, una época muy dura; éramos muy perseguidos, lamentablemente. Yo sé de aquellos Falcon, de aquellos Torino porque llegaban a mi casa. Mi padre creo que murió de tanto disgusto, de ver tanta injusticia, de un ataque cardíaco. En 1983 acepté el desafío, porque era joven y con muchos deseos de hacer cosas. Y ahí estoy hasta la fecha. El 14 de septiembre hubo elecciones en mi pueblo y volvimos a ganar bastante bien. Ya tenemos como diez escuelas, un albergue. Apaer, que es una asociación que apadrinan escuelas rurales, nos ayudó mucho. Me trajeron a Buenos Aires hace unos días y me nombraron como el mejor intendente del norte argentino. Ellos no quieren meter la política en el medio, son muy celosos de eso. La presidenta se llama Noemí Abertman.
–En toda esa zona, el mal de Chagas es un problema grave, ¿cómo lo afrontaron en Pampa del Infierno?
–Yo fui muy pobre en mi vida. Y veía cómo mi vieja lloraba –y no le estoy haciendo el cuento porque usted no me va a votar nunca–, yo veía cómo mi vieja lloraba en la miseria. Cuando acepté este desafío, le juré a mi vieja, en nombre de toda mi familia, que íbamos a erradicar todos los ranchos. El rancho es terrible, se llueve, se llena de vinchuca, los chicos se crían en medio del barro, porque el techo aguanta un poco de agua y después empieza a caer agua adentro, es un desastre, muy insalubre. Hoy casi no quedan ranchos en Pampa del Infierno, los erradicamos con planes de vivienda, planes de ayuda mutua, le poníamos el albañil y ellos ponían los ladrillos, se ayudaban las familias entre sí, se armaban ladrillerías. Por eso digo que venimos cambiando muchos aspectos culturales, costumbres, que eso a veces no es fácil. Qué había que hacer para que Pampa creciera. Primero hay que buscar la educación, si no hay escuelas, si no hay colegios, los chicos no tienen posibilidades.
–¿Y ya tienen escuela secundaria?
–Bueno, a veces pasan cosas, porque finalmente, después de mucho bregar, nos pusieron la secundaria, pero mire usted, aquí en el medio del campo le pusieron orientación en filosofía. Los muchachos andarán filosofando con los árboles, porque hubiéramos necesitado otras orientaciones más relacionadas con nuestra realidad, tenemos granjas, cultivos, tenemos todo, pero los chicos no saben nada. La verdad que hoy, así como está este sistema, los colegios sirven para albergue de los chicos y los jóvenes. Para que entienda: sirven para contener a la juventud, pero no les da muchas posibilidades. Los jóvenes no tienen posibilidades para nada. Si no hay cambios en la educación no vamos a crecer.
–¿Hay población aborigen en Pampa del Infierno?
–Bueno, ellos no viven en mi zona, porque van adonde está el agua y la caza, como a 150 kilómetros de Pampa. Venían en las épocas de las grandes lluvias y se quedaban. Cuando la sequía los apuraba se volvían allá. Hace un tiempo se me dio por impulsar la cría de los cabritos con los pequeños productores, así que anduve por toda la zona donde viven. Les explicaba cómo tenían que criarlos, cómo tenían que tener el chiquero, hacer todo un trabajo de sanidad, de manejo, para la cría de chivos. Hoy en base a eso hay un frigorífico en mi zona. El indígena produce muy poco pero el criollo aporta muchas cabras para el frigorífico, es un medio de vida para ellos, que es lo que yo buscaba. Yo quería que la gente tuviera otro ingreso para su economía. Y fue así, hoy tenemos una fábrica de queso de cabra. Estamos exportando 12 mil kilos de carne de chivo a Angola. El pequeño productor hoy, con su familia, con cien o 150 cabras puede vivir, no bien, pero tiene una ayuda importante, porque ellos además tienen su hornito de carbón, su vaquita, y labran algunos postes y todo eso va sumando.
–Usted que ha nacido allí debe ser conocedor de la forma de vida de los criollos y los aborígenes.
–Sí, pero le voy a aclarar que no es aquí en Pampa del Infierno, porque si no, me cortan la cabeza. En esa época, recorrí mucho la zona, donde hay muchos criollos y aborígenes, en la zona de frontera con Salta, en la parte del Chaco salteño, cerca de General Mosconi, hay lugares que la gente no tiene camino para llegar al puesto, se va por senderos, por caminitos, a caballo o a pie. Uno llega y, como en todos los lugares, el criollo primero lo va a mirar, lo observa, pero después, cuando empezó a hacerse querer, es capaz de dejarle la cama para que duerma y él se va con la mujer a dormir a la intemperie. No existe un médico a veces en 150 kilómetros a la redonda, no existe forma de traslado, la picadura de una víbora allí es mortal.
–Si les pasa algo, solamente les queda sentarse a esperar la muerte...
–Alguno puede pensar que esa gente es muy dura, que no tiene corazón. Tiene mucho corazón, pero ellos saben que la demora en salir a caballo, que lo lleva otro de la mano, son cuatro o cinco días de viaje y significa también la muerte. Entonces, si un familiar es mordido, están ahí en el dolor más profundo esperando que llegue la muerte de su ser más querido. Y tampoco tienen para comprar el cajón, se lo entierra así nomás y en el jardín de su casa. Eso no aparece en las estadísticas de sanidad, porque tampoco tienen documentación. Cuando a mí me decían que la mortandad infantil bajaba, andando por ahí veía morir criaturas por falta de leche, por falta de todo, enfermedades... Es durísimo vivir en esa zona. Tienen su cementerio sobre el mismo patio de la casa y cuando uno llega y se hace amigo de ellos, lo primero que hacen es contarte que “el mocito aquel, de la tumbita azul, me lo ha muerto la víbora, era un mozo lindo, guapo, pero va a creer que la víbora me lo ha picado un día de tormenta y me lo ha llevado; al otro, un mozo grande y lindo también, me lo ha llevado la neumonia”. Me he sentado muchas veces a compartir con ellos, hasta ahora que soy intendente, me voy con ellos. Por allá las cosas son distintas, hasta la forma de hacer el amor y de cortejar. Una vez estábamos con un amigo de la capital y vimos pasar a una chinita corriendo descalza, y al rato pasó chiflando el mozo. Mi amigo no entendía qué pasaba, pero esa es la forma de cortejar, es como un juego. Se andan corriendo por el campo y si la alcanza tiene su premio.
–Usted quiere reactivar el ferrocarril que pasa por el pueblo, pero me han dicho que una vez los del ferrocarril lo metieron preso...
–Mi pueblo tiene casas de los dos lados de la vía. Y una pequeña masa de monte que estaba en los terrenos del ferrocarril las separaba. Yo empecé a hacer los trámites para que lo limpien y no me daban nunca bolilla, así que nomás hicimos un trato con el de la topadora y le pasamos la topadora para limpiar esa parte de la ciudad. Un inspector de esos que pasan por las vías con la zorra me denunció, me vino a buscar la Federal y me invitaron a ir hasta Resistencia. Ahora nosotros andamos en la campaña de reactivar toda la zona de esas vías porque Pampa del Infierno y gran parte del norte de Santiago del Estero se ha vuelto inmensamente agrícola. Se siembra muchísima soja, girasol, trigo y algodón. Desde la zona de Tucumán por tren a Buenos Aires le sale 60 o 70 pesos el flete y de acá, que estamos más cerca de Buenos Aires, sale cien pesos. La diferencia es abismal para la economía. Por eso estamos pidiendo activar para mejorar las vías de ferrocarril, porque hay empresas que pondrían la plata para hacer el arreglo, ellos tomarían la concesión del Belgrano desde Pampa del Infierno hasta el puerto de Barranqueras y de allí sacan todo por el río. Son 250 kilómetros más o menos. Es un tren que sale de Orán, en Salta, con una vía de trocha angosta va por el norte santiagueño y entra por el Chaco.
–Mucha gente se ha alejado de la política porque ve que hay mucha corrupción, que cuando llegan al gobierno los políticos se distancian de la gente, ¿usted qué piensa sobre este fenómeno?
–Para mí lo más aberrante que puede haber es un político que usando el buen sentido de la gente se haga malandra a costillas de la gente, eso no tiene perdón. Es algo que por ahí me asusta, cada día hay menos política, menos gente interesada, sobre todo en la juventud. Son muy pocos los jóvenes que van a las unidades básicas o a los locales de los otros partidos. Y a veces el que va, desgraciadamente, ya va con algunos vicios de los viejos políticos, se acercan atraídos por el poder o por la necesidad, pero no por medio de una formación ideológica, sino para mantener el poder para seguir lucrando a costillas de la gente. Yo creo que de eso la gente se cansó. Alguna dirigencia política todavía no se da cuenta. Y cuando los pueblos se cansan, es insostenible, no se lo puede aguantar. Hemos tenido alguna experiencia de eso. Yo estuve en Santiago del Estero cuando fue el Santiagazo. Estaba con unos amigos. Había que andar un tiempito atrás en Santiago porque ya se olfateaba, había que vercómo se sentía la gente. Eso fue un día 16 de diciembre, yo estuve un día 12 y le comentaba a la gente de mi pueblo: “Acuérdense que en Santiago va a ocurrir algo raro, algo feo”. La gente estaba cansada, quería salir a la calle, quería ser protagonista de un cambio. Dios quiera que con este gobierno y los que van a venir empecemos a hacer un cambio profundo, ideológico, con una educación que ayude a cambiar también esta historia.
–Bueno, usted quería hablar de Pampa del Infierno y se puede dar el gusto...
–Estos últimos años ha cambiado mucho Pampa del Infierno, es un pueblo lleno de árboles, ya no es como dice el nombre. En la época del otoño hay que ver cómo florecen los lapachos, es un pueblo bien delineado, posee una infraestructura bien importante, aunque le falta, le faltaría hoy el asfalto, le faltaría la sucursal de un Banco Nación, que ya tenemos la palabra empeñada de la presidenta del Banco Nación para crear una agencia del banco. Todavía se venden campos. En estos años se ha quintuplicado el precio de los campos. Digo esto porque hay un crecimiento económico de la zona y al que vaya con el deseo de trabajo le va a ir bien, eso lo garantizo yo.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.