ESPECTáCULOS › MARIA JOSE GABIN EN “CONGELADA”, SOBRE UN TEXTO DE CESAR AIRA

“Los argentinos no somos gente normal”

En Mar del Plata protagoniza un unipersonal que ella misma adaptó sobre la novela Cómo me hice monja, de Aira. La historia de una niña cuya vida se arruina por comer un helado en mal estado es, dice Gabin, una metáfora del ser argentino.

 Por Emanuel Respighi

Por estos días, María José Gabin pasa buena parte de su tiempo armando y desarmando bolsos, yendo y viniendo. No es que la actriz haya conseguido trabajo como maletera de algún lujoso hotel céntrico. Nada de eso. Su ir y venir se debe a que la ex integrante de las Gambas al Ajillo se encuentra en plena mudanza hacia una casona en Boedo Sur, un lugar donde puede oír placenteramente “el canto de los pajaritos”. Pero su andar cansino y apariencia de turista en viaje (llena de trastos y bolsas) se debe fundamentalmente a que Gabin está presentando en Mar del Plata Congelada, su nuevo espectáculo teatral. La obra, que sube a escena todos los sábados y domingos a las 23 en el Teatro Auditorium (Av. Boulevard Marítimo 2280), obliga a la actriz a embarcarse todos los viernes hacia La Feliz, con estricto retorno a la Capital cada domingo. “Estrenar la obra en Mardel fue una jugada”, apunta Gabin en diálogo con Página/12. “Aunque los turistas, por lo general, buscan ver espectáculos más pasatistas, me sedujo la idea de foguearlo en la costa y luego traerlo a Capital. Y por ahora no me equivoqué.”
La obra es una adaptación libre de Gabin sobre la novela Cómo me hice monja (1998), de César Aira (ver recuadro). En ella, la actriz despliega sobre el escenario un intenso trabajo corporal, en un monólogo que dada su contextura física –un metro con cincuenta y dos centímetros de altura– le sienta a medida. El espectáculo narra las vicisitudes que atraviesa una mujer desde el momento en que en su niñez prueba –obligada por su padre– un helado de frutilla que se encontraba en mal estado, indigestándose con una extraña sustancia que la convierte en una masa helada. A partir de ese trágico hecho, la vida de la niña se transforma en un calvario repleto de malos entendidos e inconvenientes que poco a poco la van aislando del mundo que la rodea. “Es una tragicomedia disparatada, totalmente absurda, donde las peripecias que le suceden a este personaje son un angustiante delirio”, explica la actriz. “La obra –continúa– describe ciertos clichés perversos que se dan en el funcionamiento de la escuela, las amistades, el entorno barrial... Situaciones que uno vive en la infancia, pero exacerbadas a tal extremo que se transforma en una tragicomedia en la que la nena es víctima y victimaria a la vez.”
Dirigida por José María Muscari (Desangradas en glamour, Pareja abierta, Grasa, entre otros obras), Congelada es una pieza de una puesta moderna, en la que el texto, la música y la imagen se combinan en dosis justas a la hora de contar una historia fragmentada. “Trabajamos mucho –cuenta Gabin– a partir de lo visual, tratando de recrear un mundo con muchas intervenciones musicales y una escenografía simple pero potente, con heladeras, helados y barras de hielo. Construimos una ficción visual, que incluya a los espectadores, sobre un mundo congelado.” De hecho, cada uno de los espectadores de la obra es invitado con un helado para saborear durante la función.
–Si bien Congelada transcurre en clave disparatada, a lo largo de la obra se percibe la temática de la incomprensión.
–Ella se siente incomprendida por el mundo. La obra es interesante porque no es una moraleja donde todo está claro y las causas se hilvanan con los efectos, es una visión ambigua. La nena es víctima y victimaria: ella está rodeada de un contexto cruel y perverso que la hostiga, pero a la vez es responsable de su pobre situación porque es tarada. La obra pone en juego el problema de la comunicación que se da en las sociedades modernas. Por un lado, ella forma parte de un encuentro intelectual-afectivo discordante. Pero, por otro, ella es castigada por los otros por su propia ingenuidad infantil. Es tonta, pero a la vez nadie la entiende, nadie comprende que se trata de una niña.
–¿No hay en esa incomprensión un cuota de realidad argentina?
–Sí. Congelada es, en cierto sentido, una metáfora del país. Si bien está centrada en una niña, lo que subyace es la incomprensión en la que vivimos, la falta de comunicación, la política de no hacernos responsablesde lo que nos pasa... Pero, a su vez, todos los argentinos somos víctimas de toda una situación que nos atropella. Lo interesante de la obra es que no se posiciona de un lado o del otro sino que es una visión integral de la realidad. Es lo que nos pasa como sociedad: si bien somos víctimas de una clase dirigente incompetente y corrupta, somos también responsables de que esa clase exista.
–Una cruda realidad, pero que a la vez encierra un destino trágico.
–Claro, por eso la obra es cómica pero también trágica, porque si bien las situaciones pueden ser graciosas, lo que le sucede a esa pobre criatura es terrible. Por eso la niña va mutando a medida que avanza la obra y termina convertida en helado, congelándose, desafectivizándose, con una sexualidad que combina erotismo y frigidez. La protagonista termina deshumanizada... Es un poco lo que nos pasó durante 10 años, donde los argentinos estábamos tan embriagados del 1 a 1, la fiesta y de pronto nos vimos totalmente secos en cuanto a los afectos. Los argentinos estuvimos diez años totalmente “secos”, no nos interesaba el otro. Pensábamos que lo único que servía era acaparar la mayor cantidad de cosas y objetos.
–¿Fue ese correlato con la historia reciente nacional lo que la motivó a llevar a las tablas un texto de Aira?
–Cuando leí el texto, en el 2002, en un principio me divirtió mucho la historia. Es una buena historia, que tiene un cierre que une el principio y el final con contundencia. Me atrajo mucho el mundo infantil, la crítica a la institución de la escuela, la desinteligencia que se da cotidianamente entre las personas. Me identifiqué con el texto. En la obra de Aira encontré una metáfora de la Argentina, pero el trabajo no es una obra política. Me parece que la literatura de Aira son metáforas sobre la argentinidad. Pero no metáforas planas o directas sino que crea mundos totalmente ficcionales, con historias oníricas, absurdas y hasta disparatadas, pero que tienen que ver con la argentinidad.
–¿Y cómo es, según su visión, esa argentinidad?
–Yo tenía una profesora de Historia que decía que ni Julio Verne podría haber imaginado las cosas que ocurren en este país. Y es verdad. En otros países todo es más previsible. Acá, todo el tiempo nos encontramos con una sorpresa diferente. En ese sentido, este país es mágico. Tenemos el disparate del peronismo, de la dictadura, del Mundial ‘78... No somos un país normal. No somos gente normal. Somos un engendro de vaya a saber uno de dónde salimos.
–¿Cómo fue el trabajo de adaptación de Cómo me hice monja a una pieza teatral?
–Siempre es muy difícil adaptar una novela al teatro, requiere de un trabajo de dramaturgia obsesivo. El texto está dramáticamente modificado. Modifiqué algo del final, porque me parecía más fuerte. Después estuvo la dificultad lógica de llevar adelante un monólogo. Asumir la interpretación de un monólogo de estas características es muy duro porque no tenés descanso. El hilo del drama recae sobre una sola persona. La tarea técnica más compleja no fue la concepción del personaje en sí. Lo más complejo es sostener la energía y el interés de los espectadores a medida que avanza la historia.
–Desde los años en los que formaba parte de las Gambas se caracterizó por una gran expresión física. Sin embargo, recién el año pasado debutó como monologuista en uno de los equipos de Monólogos de la vagina y en Teatro por la identidad. ¿Encontró tardíamente en el género su lugar ideal para la expresión?
–Sí, porque hay mucho despliegue físico, que es en lo me caracterizo y en el que suelo apoyar a mis personajes. El monólogo le da la libertad al intérprete que todo actor necesita y sueña. Si bien no es un espectáculo típico de unipersonal de varios personajes, yo interpreto básicamente a la nena, que es la que carga con la obra. Aunque interpreto a todos los personajes, no hay en Congelada un desdoblamiento personal de cada personaje. En la narración de la historia van apareciendo de a cuentagotasy encarnados en mí la totalidad de los personajes. La obra requiere mucho despliegue físico, pero también mucha más libertad a los actores. El monólogo es el clímax del ego de los actores.
–¿Le molesta que la encasillen como una comediante?
–No. Lo que pasa es que me interesa lo que pueda haber de trágico en una comedia. Escarbar más allá de lo superficial. Me gusta escarbar detrás del paño. En general, el actor lo que más quiere es poder desarrollarse en todos los ámbitos expresivos. Hasta Alcón, que está identificado con Hamlet, a mí me divierte si hace de travesti en una comedia. Lo que pasa es que el medio tiende a ubicarte en un rol. A mí me gusta la combinación. Incluso con las Gambas pasaba eso. El público se reía, pero eran terribles las cosas que pasaban. No éramos un grupo que hacía teatro únicamente cómico. Me gusta lo tragicómico. Creo que esta obra deja pensando a los espectadores sobre el mundo en el que vivimos, sobre cómo somos las personas, cómo nos escuchamos, cómo nos peleamos por cualquier cosa...

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Gabin hace su monólogo sobre una niña incomprendida. “Me gusta que sea víctima y victimaria.”
 
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