ESPECTáCULOS

Una vieja deuda del terror nipón

El film de Susanne Bier vuelve a traer a varios intérpretes conocidos del método ideado por Lars von Trier, en una historia ambigua que abre varios interrogantes. The Ring, en tanto, apela a lo sugerente para inquietar.

Por H. B.

Como pocos estrenos, el del film de terror japonés The Ring parece llamado a satisfacer una larga y legítima demanda: desde hace años, el tráfico de copias no autorizadas de esta película era tan intenso entre los fans locales del género como puede serlo el de la ruta 2 por estos días. Pues bien, quienes no la vieron bajada de algún DVD o los que quieran reverla en pantalla grande tienen ahora su oportunidad: aquí está finalmente en cines The Ring, la original, la que dio lugar a infinidad de secuelas, precuelas, spin offs, imitaciones y remakes (ver aparte). Uno de los grandes fenómenos de culto que dio el género de terror en los últimos años, el atraso de seis años con que se estrena en Buenos Aires no parece afectarla demasiado.
No son pocos los lazos entre The Ring y ese otro gran suceso de horror “casero” que fue su casi contemporánea The Blair Witch Project. Aquí, como allí, la fuente de todos los horrores es una grabación en video cuya visión resulta literalmente fatal. Como sucedía también en aquella película, la mayor originalidad de The Ring reside en el modo en que revierte todas las tendencias que dominan desde hace años el género. En lugar de mostrar y sobremostrar, Hideo Nakata sustrae de los ojos del espectador la fuente del espanto (que, por otra parte, no es un monstruo sino un fantasma, algo mucho más etéreo). Trabaja más por insinuación que por efecto de choque, narra en un tono extrañamente tenue y dosifica la administración del miedo, dándole la espalda a la orgía de efectos especiales que asuela las variantes occidentales del género.
Para quienes hayan visto la remake estadounidense, La llamada (bastante fiel al original, por cierto) la historia no entrañará mayores sorpresas. Casi un corto aparte, la secuencia introductoria suministra toda la información necesaria y sirve a su vez de ejemplo sobre el carácter letal de cierta leyenda urbana. Según cuenta esa leyenda, todo aquel que se exponga a cierto video casero (cuyas imágenes, dignas de una pesadilla surrealista, transmiten una angustia más soñada que real) caerá fulminado una semana más tarde, tras recibir un aviso en el teléfono. Es lo que le sucede a la pobre chica que, en la secuencia inicial, le cuenta la historia a una amiga. A partir de allí y como buena heroína del género, la periodista Reiko (Nanako Matsushima) no podrá evitar meter las narices, convirtiéndose en la próxima víctima de la misteriosa cinta... a menos que, antes del séptimo día, pueda desentrañar la maldición y neutralizarla.
Como el pequeño hijo de Reiko ha quedado expuesto también al funesto video, la culpa materna se convierte en poderoso motor dramático. Cuando el ex marido responde al llamado de la chica y la acompaña en su peligrosa investigación, queda más claro que debajo del formato genérico subyace, apenas encubierto, un melodrama familiar hecho y derecho. Como en todo melodrama, se impone el juego de espejos, aquí en clave metafórica. En efecto, en el origen de la maldición hay una segunda familia, que funciona como espejo deformante de la de Reiko. Generando inquietud más por la utilización del sonido que de la imagen, la puesta en escena de The Ring -sencilla, sobria y modesta– parecería corresponder más a un drama íntimo que a una película de terror.
Si resulta admirable el modo en que Nakata resistió toda tentación efectista, debe reconocerse que se echa en falta una mayor presencia de lo sobrenatural, aunque más no sea desde el fuera de campo. Sólo al final, como quien coloca la frutilla sobre la torta, el refrenado Nakata se permite hacer ingresar decididamente lo fantasmático, transmitiendo, allí sí, un nerviosismo que en otros momentos de la película se extraña.

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