ESPECTáCULOS › FLORENCIA PEÑA, SATISFECHA CON EL DESAFIO DE PONERSE EN LA PIEL DE FRAN FINE

“No soy la partenaire de nadie, soy la capocómica”

La actriz, que ya probó otros registros, con La niñera se afirma como comediante. Las primeras ediciones no bajaron de los 25 puntos. A las críticas de sobreactuación, Peña responde: “¿Qué esperaban, Son amores?”.

 Por Emanuel Respighi

Adaptar un libro a una realidad completamente diferente a la del original requiere siempre de una tarea ardua y compleja. Por lo general, es un riesgo en el que se tiene más para perder que para ganar. Peor aún es si, además, la obra a “regionalizar” es la de un programa de televisión como La niñera, la única sitcom (comedia de situaciones estadounidense) que funcionó en la TV abierta del país. El riesgo era enorme: se trataba de la primera vez que Sony vendía los derechos de una de sus series a un país de habla hispana. La comparación entre La niñera protagonizada por Fran Drescher y la interpretada por Florencia Peña iba a ser inevitable. Sin embargo, apoyada en una excelente realización, un libro que hace referencias locales pero sin perder el espíritu de la serie y un aceitado manejo en el ritmo de los gags que caracteriza al género, la versión nacional de Telefé (lunes a jueves a las 20.30) logró delinear un producto divertido y bien logrado. Y, a juzgar por el rating que cosechó en sus primeros envíos, fue muy bien recibido por el público local: en sus tres primeras emisiones nunca bajó de los 25 puntos promedio, según Ibope.
El mayor desafío del proyecto recaía, sin duda, en las espaldas de Peña. No sólo porque a ella le toca bailar con la más fea (interpretar a la dicharachera Fran Fine, aquí Flor Finkel), sino porque fundamentalmente buena parte de la gracia de los gags reposa sobre su figura. De hecho, son contadas las escenas de las que Peña no participa. Un trabajo desgastante pero acertado, cargado del tono alto de la nanny original. “A los que nos critican de que estamos sobreactuados no los entiendo”, se defiende Peña en la entrevista con Página/12. “¿Qué esperaban ver? ¿Son amores? Es una sitcom como nunca se hizo en el país, un formato nuevo que necesita de gran precisión para que sea divertido. No te da respiro. Es un género que nosotros todavía no manejamos. Nos lleva horas, muchas más de lo que lleva una tira. Si en una tira se meten cuarenta tomas en un día, con mucha suerte en La niñera estamos metiendo doce”, subraya la actriz, que admite que hace ocho meses que no mira ningún capítulo de la versión original de La niñera.
–¿Dudó mucho al momento de aceptar el papel?
–No, pero me dije: “Florencia: ¿vos sabés en la que te vas a meter?”. Pero yo soy una actriz a la que le gusta correr riesgos. Me divierte involucrarme en papeles o en situaciones que otras actrices rechazan. Por ejemplo, no hay actrices jóvenes que se dediquen a hacer humor. En este país, el humor es muy fálico. El capocómico siempre es hombre. Les guste o no a muchos, yo soy la capocómica de La niñera. No soy la partenaire de un cómico. Y eso, a determinadas personas, les puede caer mal.
–¿El de Fran Fine es el papel ideal para debutar como “capocómica”?
–Sí, porque tengo una manera de moverme y de ser que me asemeja con Fran. Tenemos el mismo look y yo también soy de mover mucho las manos, de poner caras. No trato de imitarla a Fran en todo. El look es igual pero porque el personaje lo requiere. La niñera tiene un sello estético. La ropa es una marca registrada. Lo que hay que entender es que no se trata de una imitación de La niñera sino que es su adaptación local. Nosotros queremos ser fieles al género, pero hacerla nuestra.
–¿La idea suya es centrar su carrera en la comedia?
–Más allá de que guste o no, yo me considero una actriz. Me siento reconocida en el camino del humor, pese a ser mujer. Yo siento que el humor es una veta que me la ofrecen todo el tiempo desde que hice Poné a Francella y me siento como pez en el agua. Pero me gusta hacer cosas muy dispares. Hice comedias musicales, espectáculos infantiles, conduje programas de TV. Soy muy ecléctica. Igualmente, tengo que tener la inteligencia de no meterme en situaciones que me van a aplastar. Sé hasta dónde puedo ir. La mediocridad es un fantasma que a mí me asusta mucho. Yo tengo que sentirme talentosa en lo que hago, si no me muero.
–¿No les teme a los prejuicios de su carrera?
–No. Hago lo que me divierte. Soy muy intuitiva: me guío por lo que siento que me va a divertir. Ser actriz es parte de mi vida, parte de mí, entonces necesito sentirme que estoy en un juego en el que tengo que pasarla bien. Sería incapaz de aceptar un papel que me aburra por el hecho de darle prestigio a mi carrera. Nunca trabajé para obtener prestigio. Sin embargo, el no haberlo hecho me devolvió mucho más.
–¿El problema es que, en general, se percibe al humor como algo liviano?
–Sí. Hacer dramas en el San Martín o el Cervantes pareciera ser mucho más grosso. Pero, a la larga, la persona que hace muy bien humor es muy reconocido. Creo que, de alguna manera, el humor tiene que ver con la inteligencia. El que es gracioso es inteligente. El humor está estrechamente ligado con la inteligencia. No van por caminos separados. Claro que no es el mismo humor el de Calabró de hace veinte años que el que hoy se maneja. El humor de La niñera es un tipo de humor más cercano a Los Simpsons que al humor chabacano de Petardos, o al que hacíamos con Francella. Es como comparar el humor de Cherutti o Artaza con el de Les Luthiers. Uno es más burdo y el otro es más fino, jugando con las palabras. La niñera es una comedia con mucha claridad y precisión. No es un delirio que no se entiende nada. Es un producto muy aceitado.

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“Hay que entender que no es imitación, es adaptación.”
 
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