ESPECTáCULOS › MIRANDO LA NUEVA TEMPORADA DE “AGRANDADYTOS” CON LA NOVELISTA JUVENIL SILVIA SCHUJER

“La tele muestra una espontaneidad actuada”

Silvia Schujer, la autora de La cámara oculta, una novela juvenil sobre niños actores inspirada precisamente en las colas del casting de Agrandadytos, miró con Página/12 el primer envío de este año, que tuvo como plato fuerte una entrevista con el presidente Néstor Kirchner.

 Por Julián Gorodischer

Renata reúne los atributos del niño prodigio: esa melena afro, la sonrisa constante, el remate fuera de tono que la hace pasar por espontánea, la “chica diez” de Agrandadytos. El nuevo prodigio no acredita saberes o talentos como Bellísima, de Luchino Visconti; no pretende para sí el podio del Cantaniño o el fajo tras la respuesta correcta. El nuevo niño de la tele sólo sabe de la propia tele cuando (como hace Joan junto a Dady) reproduce la coreo del Marquesi de Son amores. Dady festeja y el niño genio cambia el speach, apurado y a los gritos, a tono con lo que se espera de él: que hable como adulto (como ya hizo Rodrigo Noya, desde Agrandadytos a Valentín), igualito a papá. Mismos tics, retos a la hermana, look de celoso, donjuán, machista y un poco mal hablado hasta parecerse al propio Dady, que busca émulos por todos lados. Al que más se le parece (por “besarla atrás del árbol” o ganársela a un rival) lo felicita con entusiasmo; ha nacido el sucesor: ¡Hijo ‘e tigre!
Para la mujer que mira, incrédula, no es la primera vez. Pero se sorprende, como cuando, en el 2003, Agrandadytos la motivó a acercarse a las colas para el casting de su propio barrio, Palermo, y a iniciar el trabajo de campo para una novela. Silvia Schujer, escritora para niños y autora de La cámara oculta, fue una cronista sagaz de la era reality aplicada a los niños, siempre en espera y acompañados por esa criatura movediza, hiperquinética y estresada a la que suelen llamar: ¡Mamá! In situ o en la pantalla, detectó una búsqueda excluyente: “El premio, que no es dinero sino el prestigio del que aparece en la TV”, consciente de que el personaje de su novela, Tamara Romina Luna, no es tan distante de estos cientos que se ven en Agrandadytos, Floricienta o Mini Pulsaciones. Este domingo, Dady Brieva “cachondea” con la nena de tres años, le pide que le muestre la bombacha a cambio de una tirita de su calzoncillo. “¿Y ya le diste un piquito a tu novio?”, insiste, como lo hará después con “la mesa de los machitos”, un poco obse con eso de saber si “se la besaron o no se la besaron” (sic), levemente excedido cuando reclama a los de cuatro: “¡Quiero más anécdotas de mujeres!”.
Dice Schujer:
–Me molesta el tema de la bombachita y el calzoncillo: no me causa gracia. Es una invasión a la intimidad que la nena no está en condiciones de afrontar. Me pregunto por qué siempre intentan traer a los chicos al mundo de los grandes, y no sumergirse en el de ellos que es mucho más rico.
–Dady sólo pretende que el nene (Joan) reproduzca saberes sobre la propia TV. ¿Al nuevo prodigio no se le pide más que eso?
–Este chico no es un prodigio: tiene un poquito de gracia personal. Pero eso no determina que la persona sea más valiosa. Tampoco son prodigios los chicos que tocan en una orquesta: se están formando en una disciplina. Cuando investigué para la novela, me dijeron qué se espera de ellos: tener la capacidad de perder sus atributos infantiles lo más rápido posible.
Rodrigo Noya, anunciado para el próximo domingo, fue el “colmo” de Agrandadytos. Su encanto fue parecerse a papá en el reto a la hermanita, celarla, controlarle amiguitos y llamadas como un “guardabosques”, esa figura que Dady rastrea en los niños con entusiasmo. El “guardabosques” y el “machito” son sus dos formatos favoritos para el niño-adulto. Una hora antes, en Mini Pulsaciones, el niño-aprendiz recuperaba una esencia escolar al ser interrogado: si se equivoca puede corregirse, incentivado a preguntar por teléfono a un adulto y desplegando todos los tópicos del saber enciclopédico (enumeraciones, ortografía, matemática). Allí se lo vio nervioso y balbuceante, acotado a las opciones que nunca dan sorpresas: ¡se contesta sobre lo que hay! En cambio, el niño-adulto de Dady Brieva prefiere entrar en un duelo light con el conductor. “¿Quién es Dady?”, se le pregunta. “Dady es trolo”, dirá.
Sigue Schujer:
–Es llevarlos a los clichés de los adultos: aparecen los valores más despreciables; el discurso de Dady sobre el lugar de la mujer en el matrimonio es el peor que propone la sociedad. Los chicos participan de mecánicas de pensamiento que no son genuinas.
–Están muy esponsoreados, son niños aspiracionales...
–Mientras lo miro, me pregunto: ¿para quién es este programa? ¿Cuál es el público? Los chicos son una excusa publicitaria. Sólo el momento de la orquesta infantil junto a León Gieco marca una diferencia. Esos niños músicos se conectan con la belleza más allá del valor televisivo, son destacados por una actividad enriquecedora. Pero ni se los identifica. El resto es exponerlos a que se hagan los espontáneos, y eso me pone muy nerviosa.
–Sólo cuando los chicos entrevistan al Presidente cambia el tono... ¿no los ve más inseguros, menos pautados?
–La entrevista me parece una estupidez: los chicos no preguntaron desde sí mismos. En las escuelas, se los ve de otro modo: se superponen, no dan la impresión de venir con algunas cosas planeadas desde antes. En la tele están disciplinados: actúan de espontáneos. Y deben pasar por un casting.
–Pero papás y mamás quedarán orgullosos con “la gracia” del nene...
–Si uno habla con padres de chicos muy chicos, suelen destacar que sus hijos no escuchen música infantil. Dicen: “Mi hijo desde los 6 está copado con Charly García”. Se ponen chochos si leen desde muy chicos libros de más grandes. No cuestiono el hecho sino la actitud. ¡No entiendo la urgencia!

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“Los chicos son una excusa publicitaria”, dice Schujer ante el debut 2004 del ciclo de Dady Brieva.
 
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