ESPECTáCULOS

Un reencuentro cercano con el género de las lágrimas

Films de D. Sirk y Fassbinder, entre otros, animarán desde hoy el ciclo Genealogía del melodrama, en la Sala Leopoldo Lugones.

 Por Hernán Ferreirós

Hasta hace no tanto tiempo el término se usaba como sinónimo de cosa gruesa, simplota y facilonga, al borde mismo de lo despreciable. Pero como las olas culturales van y vienen, desde hace más de un par de décadas y en forma progresiva, la designación de melodrama ha recuperado su antiguo linaje. Uno mucho más lustroso y cubierto de prestigio, motivo de creciente interés por parte de artistas, conocedores y estudiosos. Así lo testimonia no sólo el cada vez más intenso flujo de producciones ensayísticas y teóricas alrededor del asunto, sino también las relecturas del género, a cargo de artistas de culto. Tal el caso notorio de Pedro Almodóvar, que desde hace como veinte años viene parafraseando aquellos viejos melos, pero también de artistas tan excelsos como el chino Wong Kar-wai o el estadounidense Todd Haynes, cuya reciente Lejos del paraíso es todo un emblema de esta corriente de revalorización del melodrama.
No extraña entonces que los responsables de la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín hayan programado no ya un ciclo sino varios dedicados al melodrama, que se extenderán a lo largo del año bajo la designación común de Genealogía del melodrama. Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina (con colaboración del Goethe Institut), el primero de esos ciclos comienza hoy y se llevará a cabo hasta el miércoles 2 de junio. Stahl/Sirk/Fassbinder/Haynes/Kar-wai lleva por subtítulo esta primera genealogía, que más tarde se continuará con otras vertientes. Entre ellas y con cartel francés, las de ese corpus grueso y febril constituido por el melodrama latinoamericano.
Que en la consideración del cinéfilo el género mantuvo siempre una alta estima lo demuestra el hecho de que, desde allá lejos y hace tiempo, se aluda a él con ese cariñoso apócope de melo. Es que, más allá de sus expresiones menores y hasta bastardas, desde Griffith en adelante (en tren de genealogías, debe anotarse que películas como Pimpollos rotos o Hermanas de la tormenta están entre los primeros melos del cine) el género de las lágrimas representó para el cinéfilo consecuente no sólo la oportunidad de presenciar el barrido de todo resabio de razón, a cargo de las pasiones desatadas (de allí que los surrealistas hayan estado entre los primeros y más ardorosos en el amor y cultivo del melodrama clásico), sino también la de asistir a una de las formas cinematográficas más destiladas en términos de estilo.
Es que, en contra de lo que suele creerse, el género no supone el mero tumulto emocional desbocado ni el golpe bajo sobre la sensibilidad del espectador. Ya la etimología de la palabra (melos + drama: drama con música) revela hasta qué punto todo lo que hace a la puesta en escena es esencial al género, desde el preciso tiempo y lugar (las cortes florentinas del siglo XVI) en que éste se constituyó por primera vez. No tiene entonces nada de raro que los grandes títulos de Douglas Sirk estén –en términos de forma, estilo y puesta en escena– entre las muestras más sofisticadas que haya dado el cine a lo largo de toda su historia. Sofisticadas y voluptuosas: es como si la libido que los protagonistas reprimen prolijamente hubiera ido a parar toda entera al color, la música, los elementos del decorado o cada plano detalle. Estudiar si no el uso de tonos saturados y suntuosos movimientos de cámara en Almodóvar, la utilización de música y ralentis en Con ánimo de amar o el rol que juegan el otoño, las hojas secas y el color ocre en Lejos del paraíso.
Educado en Alemania y establecido en Estados Unidos desde la segunda guerra, el danés Douglas Sirk se constituye, con toda razón y merecimiento, en algo así como la columna vertebral o correa de transmisión de esta primera Genealogía del melodrama. El ciclo empieza hoy (ver detalle aparte) con la primera versión cinematográfica de Imitación de la vida, que en 1934 dirigió John M. Stahl, con Claude-tte Colbert como la mujer blanca que se enriquece gracias a su empleada negra. El jueves 27 se verá la versión de Sirk, su obra póstuma de 1959, en la que los contrastes entre blancos y negros –y pobres y ricos– en los Estados Unidos de Eisenhower no hacen más que acentuarse. Se trata de un ejemplo característico de la función crítica y hasta subversiva que, a lo largo de los ’50, el cineasta logró darles a sus melodramas. Así permiten apreciarlo Lo que el cielo nos da y Palabras al viento, que también son parte del ciclo de la Lugones. Con Rock Hudson y Jane Wyman, la primera es un melodrama amoroso en el que el autor logra instalar figuras como las del prejuicio social, la discriminación y la intolerancia. A su turno, Written on the Wind es un melodrama familiar, coral y social, en el que las ovejas negras (Robert Stack y Dorothy Malone) concitan más simpatías que los hijos ejemplares, como el inefable Rock Hudson.
De la obra de Sirk se desprenden las de Rainer W. Fassbinder y Todd Haynes, que de su maestro aprendieron que el más desaforado melodrama bien podía ser vehículo privilegiado de crítica social. El ciclo incluye, como no podía ser de otro modo, La angustia corroe el alma, donde Fassbinder traspone el conflicto central de Lo que el cielo nos da, convirtiendo a los protagonistas en una ex militante del partido nazi y un inmigrante marroquí. Y Lejos del paraíso, donde Haynes parafrasea varias películas de Sirk –sobre todo la propia All That Heaven Allows e Imitación de la vida– agregándole aquello que en tiempos de Sirk no se podía: la referencia a la homosexualidad reprimida, condenada y finalmente quitada de escena.

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Imitación de la vida (1934), de John Stahl, y su versión de 1959, con dirección de Douglas Sirk.
 
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