ESPECTáCULOS › LA ENTREGA DE DIPLOMAS PARA LOS MARTIN FIERRO

Entre el brillo y la chispa

En la previa de la gala del 22 de junio, la estrella más requerida fue Florencia de la V. “¡Diva!”, gritaban a su paso.

 Por Julián Gorodischer

Alguno recuerda aquellos viejos tiempos de divas (“verdaderas divas”, dice malicioso) envueltas en visones, bandejas rebosantes de canapés de salmón. Algún otro se conforma con lo que existe: “Jeans rotos, bretelitos, nidos de carancho”, dice Enrique Pinti, siempre listo para dar batalla pero contento de que lo hayan nominado. Ahora, empieza a correr el minuto de gloria del movilero barrial: quiere cazar al famoso que disputa tanto el pedacito de la pata de cordero como una estatuilla. Aquí, los más mirones se regodean, como siempre, con el escote de la Roccasalvo, otros brindan por el Soldán liberado (“¡Aguante William, carajo!”) y Florencia de la V. repite su consigna: “Somos cuatro divas, ¡está todo bien!”. Teté Coustarot se la lleva a un costado para dar consuelo: “Susana no tiene ningún problema con vos”, y el rictus serio anterior se transforma en otra cosa: una carcajada frenética, casi compulsiva, como de liberación. Ahora sí: sube rampante a buscar su diploma. “¿Mejor actor o mejor actriz?”, pregunta un vivo del montón. La propia Florencia es la que contesta: “Labor humorística, categoría bi”.
En la noche helada, Susana Giménez sigue sin llegar. ¿Habrá desplante? “Es mal augurio –predice uno de Aptra–: cuando fallan Susana o Tinelli se nos cae la ceremonia.” Pero los votantes nunca se resignan: hay que prometer la gran fiesta. Salen de ronda y avisan sobre el destino del Oro que vendrá a mediados de junio (y eso que el Loco Loiáconno, ex presidente, les pedía “prudencia”). En los pasillos, se dejan llevar por la incontinencia: “Se viene el Oro para Echarri”, gustosos del saber que los levanta. Ni el flamante voto electrónico ni el conteo en el papel: lo que legitima es el voto cantado.
“A los que vienen sólo para comer les diría: pésima opción. Nouvelle cuisine recalentada en microondas. ¡Habiendo tantos restaurantes!”, dice Enrique Pinti, acelerado para no decepcionar, listo para tirar el zarpazo ahora que se lo piden los cronistas y el movilero, hoy que las estrellas conviven con su séquito codo con codo y en el mismo salón del Hilton. Aquí se imponen las conversaciones de ascensor, siempre coronadas por la palabrita “merde”, reforzada por el ligero toque del labio inflado sobre la mejilla. Hay pocos temas posibles: el frío, la guerra de divas o, claro, la pregunta de rigor: ¿funcionará el voto electrónico? Es que este año llega con novedades: el exilio del conteo a mano. La vieja guardia se resiste, y un viejo pronostica lo peor: “Un fraude de la gran puta...”, apocalíptico según la moda que impuso El día después de mañana, listo para extender por aquí, por allá, un poco más allá, esa diatriba contra los nuevos tiempos que siempre prefiere un esplendor de ayer nomás.
Por el salón deambula el que sueña con discursos y el asistente rebelado, ese que da pasitos cortos, vaso en mano, disgustado con la pompa. “Acá no se busca una identidad propia –protesta Rodrigo de la Serna, recién llegadito del Festival de Cannes, donde compitió con Diarios de motocicleta–. También Cannes es una megafiesta careta, oficial, aunque uno disfruta la ovación, el teatro lleno. ¿Por qué en el Hilton? Yo lo haría en el bar Las Violetas.” La movilera de Lomas de Zamora empuja, mete el codito, desesperada por llevarse el testimonio que le dará el pase a la gloria del cronista radial. “Permitime”, con agudos chirriantes y un tacón apoyado en el dedito de la competencia. “A ver, contame –dice a De la Serna–, ¿qué fue lo último que hiciste?” “Me lavé los dientes”, del tipo que no perdona.
“Decime, Susana –vuelve a la carga la petisa de Lomas con la Roccasalvo–, ¿qué opinás de Aptra?” La ex Rumores le apaga el grabador de un manotazo. “No me podés preguntar eso, ¡yo soy de Aptra!” La guerra recién empieza: famosos versus cronistas en un round ayudado por la proximidad: todos juntos en el salón repleto, persiguiendo el bocadito de la gloria que será la cena. ¡No todos los días! A Flor de la V. le dan palmadas y le gritan el “diva” de la reivindicación; ella agradece el favor. “Alejame el grabador –ligeramente irritada–, me lo vas a meter en la boca.” ¿Hay un cuarteto de divas?, se escucha por enésima vez hasta que llega el “Basta” de la prensera-custodio. Rige el estricto control de respuestas ahora que Florencia le niega un almuerzo hasta a Mirtha Legrand. “A esto le falta glamour –más calmada–. El protocolo indica: traje o vestido. Yo pienso mi diseño durante meses.”
La gala es apenas pan para hoy. “El medio te encumbra o te olvida –dice Tina Serrano–. Yo no tengo ofertas para volver a la tele, ¡y lo que era el año pasado...!” A los exitosos de 2003 se les nota cierta melancolía del movilero barrial, hoy que los requeridos son Laisa y Uriarte. Los ex Resistiré caminan como en una letanía, masticando a regañadientes el bocadito de cebolla, la pasa de uva, como si recordaran. “Padezco la competencia –dice Damián Szifrón, ex Los Simuladores–, padezco el show.” Famosos unidimensionales se dedican a responder sobre una sola cosa: así son las celebridades que circulan arrastrando camperas o sacones. Nacha Guevara explica que “el Fondo es como un banco”, una y otra vez y despejando dudas sobre si sabrá cómo hacerlo. Y Juanita Viale se limita a ejercer varios descargos. “Qué sé yo...”, sobre el desplante de Daniela Herrero, su coprotagonista en Costumbres argentinas. Pero nada de rabietas o fugas del tipo Kill Bill en su nueva era de sonrisa amplia y buen trato, ahora que hasta sube a buscar el diplomita. “Este es el premio”, acata la ex rebelde (o “la loca”), demostrando que hay cosas (frases) que, en la vida del famoso, no se cuestionan: “El premio es estar nominado”.

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“¿Mejor actriz o actor? Mejor labor humorística, categoría bi.”
 
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