ESPECTáCULOS

“La desigualdad siempre explota”

Por Ana Bianco

La directora argentina Sandra Gugliotta participa con su ópera prima Un día de suerte en la Competencia Oficial del Festival. Tiene experiencia: en el más reciente Festival de Berlín, el film ganó el Premio Caligari, otorgado por una prestigiosa asociación de cines que distribuye en Europa películas independientes. La acción del film se desarrolla en Buenos Aires en 1999, un año de protestas callejeras y cortes de luz que dejaron a la ciudad más de veinte días a oscuras. En ese marco, Elsa (Valentina Bassi), una joven de 25 años de una clase media en extinción, se va a Italia en busca de un lugar donde realizar sus sueños. El guión pertenece a Gugliotta, en colaboración con Julio Cardoso y Marcelo Schapces, también productor. Un día de suerte es una producción de Barakacine y Gugliotta (en coproducción con Italia y España) con el apoyo del INCAA, el film fue declarado de interés general por la Secretaría de Cultura de la ciudad.
Gugliotta se formó en el CERC, trabajó en TV y se especializó en video en España. En 1995 recibió un premio del INCAA por el corto Noches áticas, que integra el largo Historias Breves. Un día de suerte, filmada en Buenos Aires, Roma y Sicilia, cuenta en el elenco con Bassi, Darío Vittori –en su último trabajo fílmico–, Fernán Mirás, Lola Ber- thet, Damián de Santo y el grupo de teatro Amanecer, integrado por chicos de la calle. En charla con Página/12 antes de la exhibición de hoy, Gugliotta se refirió a la buena recepción en Berlín y a los aspectos ideológicos de su película.
–¿La sorprendió la buena recepción del público en Berlín?
–La película gustó. Es que se refiere al desarraigo, a la identidad y la inmigración, temas comunes en un nuevo sistema de organización del mundo. La primera función para periodistas fue a sala llena. En los festivales son muy importantes las segundas funciones, y hubo como una convocatoria natural. Argentina era la protagonista, un país donde se centraba toda la atención en ese momento. Agregaron una función, y en total fueron cuatro. La última también estuvo repleta, con gente sentada en las escaleras. El público festejaba y se reía ante situaciones con humor irónico. Era divertido porque acá los actores son gente muy conocida. Ellos realmente estaban convencidos que éramos un grupo de amigos. En un debate, una persona del público llegó al delirio de suponer que Fernán y Valentina eran una pareja y que yo estaba por ahí con una cámara de video filmándolos. La verosimilitud creaba confusión entre realidad y ficción. Quise hacer algo espontáneo y con un tono documental ficcionado.
–¿Cree que film adelantó la diáspora masiva y los cacelorazos?
–Empecé con el guión en 1997. La primera versión se trataba de alguien que se va, luego la fui transformando todo el tiempo. En Toulouse vi Piqueteras, un documental argentino hecho por mujeres. Muestra bien nuestra historia: los piquetes y la represión existen desde el ‘97 y antes también. Los que vivimos en el centro de Buenos Aires nos hicimos los idiotas sobre lo que estaba sucediendo. Esa realidad reflejaba algo no muy lejano a lo sucedido el 20 de diciembre. El problema es el centralismo con el que vemos las cosas, que parece que pasaran sólo cuando suceden en Plaza de Mayo. Pero estamos produciendo un cine completamente personal, los artistas estamos reflejando lo que está sucediendo. La película se filmó en 2000 y los cortes de luz me sirvieron como un marco social bien claro. Esos sucesos me permitieron contar una serie de ideas que yo quería expresar. Además, cinematográficamente es una imagen muy rica que no haya luz y que a la gente se la vea con velas. Y quizás en un punto termina siendo una metáfora casi poética, esa gente pidiendo luz...
–Los jóvenes zafan de la realidad como pueden. El abuelo siciliano da la impronta ideológica...
–Yo di el tono desde el corazón. No fue una decisión intelectual sino poética, desde donde me ubiqué. El abuelo representa las ideas con una ideología anarquista. La película muestra dos opciones: un personaje que se pierde en una Europa desconocida y un personaje alegre, con capacidad de creación y con la esperanza de cambiar las cosas. La idea es el conflicto Norte-Sur. Elsa quiere ir al Norte, a una Europa del Primer Mundo. y llega accidentalmente al sur, a Sicilia. Un viaje que pretendía ser Sur-Norte termina siendo Sur-Sur. Esa confrontación tiene que ver con la pobreza y la riqueza. El sur de Italia y de Europa son muy parecidos a cualquier lugar del Tercer Mundo. Mi vivencia sobre Italia es la de los italianos en Argentina. Italia fue atravesada por la guerra, un país que se empobreció y se enriqueció, tuvo una izquierda poderosa y hoy no tiene nada que ver con nosotros ni con nuestros abuelos.
–El film muestra la caída estrepitosa de la clase media.
–La sensación mía sobre Buenos Aires en el ‘99 pasaba por la calle Córdoba, una línea de tensión imaginaria que dividía el sur con la zona norte. El deterioro de la clase media avanzaba. Todavía existía la idea de que unos se podían salvar a costa de otros. El salvarse dependía del lugar geográfico. El menemismo benefició notoriamente a la zona Norte, los que sacaron ventaja del uno a uno. Mi familia no era ajena, gente de clase media como mis viejos se quedaron sin trabajo ni sistema de salud. La educación se iba deteriorando. Algunos amigos habían empezado a emigrar. Esa tensión no iba a soportar mucho tiempo más. Es un sistema que está explotando y está fuera de control. El 21 de diciembre fue la manifestación de esta división entre el Sur y Norte. Argentina estalló, la moneda explotó, hubo un crac económico y se puso de manifiesto esta tensión. La desigualdad explota por algún lado.
Un día de suerte se exhibe hoy a las 20 en el Hoyts 9.

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Sandra Gugliotta vivió durante tres años fuera de la Argentina.
 
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