ESPECTáCULOS › ESTRENO EN EL COLON

El estilo que convirtió el “bello canto” en su sello

Elisabetta, regina d’Inghilterra, de Rossini, se presentará a partir de hoy en el Colón, protagonizada por Jennifer Larmore.

 Por Diego Fischerman

“El bel canto es mi hogar”, define la mezzosoprano Jennifer Larmore. La cantante estadounidense, una de las estrellas del mundo de la ópera, será, a partir de hoy a las 20.30, Elisabetta, la regina d’Inghilterra, en la obra de Gioacchino Rossini que el Colón representará por primera vez en su historia. Con libreto de Giovanni Federico Schmidt, esta ópera seria del más ilustre autor de ópera buffa tiene todas las características que lo hicieron célebre –imaginación melódica, pasajes virtuosos, conjuntos brillantes– e, incluso, la obertura más famosa de todas, la de El barbero de Sevilla. Y la cantante dice, además, que “se ajusta a mi voz como si fuera un guante a una mano que lo está esperando”.
La obertura robada, en todo caso, no quiere decir nada demasiado especial. Una ópera, en los comienzos del siglo XIX y en el mercado de los teatros italianos y franceses, era algo muy distinto del Gran Arte en que la historia la convirtió. Entretenimiento, show, exhibición de efectos especiales –carros que volaban, dioses que descendían de los cielos, explosiones– y, sobre todo, vehículo para el lucimiento de proezas vocales –la profusión de ornamentaciones que todavía hoy se llama bel canto–, las óperas eran, en gran medida, obras abiertas, a las que se les sacaban o ponían partes según quienes las cantaran y en las que mucho –la obertura entre ello– era convencional y, por lo tanto, intercambiable. Lo que no iba en detrimento del particular sentido teatral de Rossini y, sobre todo, de una concepción sumamente coherente de lo que era un espectáculo de teatro musical en gran escala.
Larmore, una especialista en esa clase de repertorio, dice sentirse “especialmente feliz” cantando Rossini y haciéndolo nuevamente en Buenos Aires, donde interpretó una memorable versión de La italiana de Argel, del mismo autor, en 1994. Otro de sus motivos de felicidad es hacerlo con la dirección musical de Eve Queler –directora musical de la Orquesta de Opera de Nueva York–, quien, entre otras cosas, grabó los primeros registros mundiales de El Cid de Massenet, Gemma di Vergy de Donizetti, Edgar de Puccini y Aroldo de Verdi, y realizó sus propias revisiones de mucho del repertorio italiano del siglo XIX, y con la régie de Marc Verzatt, actual director residente de la Compañía de ópera de Brooklyn. Con funciones, además de la del estreno, el domingo 24, el martes 26, miércoles 27, viernes 29 y miércoles 3 de noviembre (todas a las 20.30, salvo la del domingo, que será a las 17), la escenografía será de Claudio Hanczyc, el vestuario de Eduardo Caldirola y la iluminación de Mauricio Rinaldi. Elisabetta, regina d’Inghilterra será interpretada, junto a Larmore, por Carlos Duarte, Graciela Oddone, Carlos Ullan, Alicia Cecotti y Gabriel Renaud, con la participación del Coro Estable, preparado y dirigido por Alberto Balzanelli, y la Orquesta Estable del Teatro.
El régisseur, ex bailarín y ex flautista, señala, con ironía, que para hacer traslaciones en el tiempo y versiones osadas de las óperas “es necesario ser genial” y que él es “incapaz de hacerlo”, por lo que se limitó a “tratar de ser fiel al texto y la música. Si bien el argumento no es totalmente fiel a la historia, la caracterización de Isabel I es bastante cercana a lo que se sabe de la reina”. En una charla conjunta con la protagonista y la directora musical, Verzatt dice que “cada frase melódica es significativa”. Queler, por su parte, explica: “Sería un error pensar que, sólo por el uso de una obertura que tomó de otra ópera, ésta no es una obra importante. Rossini era un especialista en robarse a sí mismo pero, más allá de eso, hay datos que demuestran que ésta no era, para él, una partitura más, por ejemplo el uso de orquestaciones sumamente inusuales para la época, como acompañar un aria con dos cornos ingleses (la versión grave del oboe)”. En realidad, la directora hace referencia, tangencialmente, a una discusión que alimenta gran parte de la historia dela ópera y que fue alimentada, entre otros, por Héctor Berlioz al decir que su sueño era “que se incendie un teatro rossiniano, con los rossinianos y Rossini adentro”. El enfrentamiento entre una cierta idea de arte trascendente y esos entretenimientos de músicas estandarizadas en que se cambiaban los argumentos según las modas y los cálculos de los empresarios teatrales, y las músicas según los caprichos de los cantantes, esconde en realidad un prejuicio: que todo el bel canto es superficial. En cambio, la música de Gioachino Rossini, en ocasiones, nada tiene de estandarizada y, sobre todo en los soberbios pasajes de conjunto, va mucho más allá de la mera aplicación de normas estilísticas de época. El otro elemento a tener en cuenta es que, ya lejos de las barricadas que podían situar a Berlioz como su enemigo, las óperas cómicas de Rossini son efectivamente cómicas y las obras serias –Otello, Tancredi, su genial Messe Solemnelle, sus finales y epigramáticas piezas para piano– están entre lo más original del arte italiano de comienzos del siglo XIX.

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Jennifer Larmore considera el bel canto como su hogar.
 
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